“Si hay que aguantar las ganas de playa, de fiesta o de abrazar al pariente, se aguantan, porque no queda otra. Eso, o nos jugamos la posibilidad de que no podamos hacerlo nunca”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
30/04/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre la nueva etapa en la crisis del Covid-19: “Dando los pasos necesarios para retomar lo que se ha denominado “nueva normalidad”, un eufemismo que viene a significar que no tenemos ni puñetera idea del futuro que nos espera, cómo lo vamos...
...a vivir ni cómo va a afectar a nuestras costumbres”.
Desescalando
Todos tenemos la imagen del alpinista, clavando su bandera en la cima del K2, con la barba congelada y, quizás, con un par de dedos menos en los pies por culpa de una tormenta que apareció de la nada y se los llevó por delante. En lo que no pensamos nunca es que ese hombre y su equipo no se quedan allí a vivir. Tienen que bajar. No creo que sea como deslizarse por un tobogán de un parque acuático; llevará consigo, como mínimo, los mismos peligros que el ascenso, además del cansancio acumulado.
Ahora andamos en eso. Descendiendo. Desescalando. Dando los pasos necesarios para retomar lo que se ha denominado “nueva normalidad”, un eufemismo que viene a significar que no tenemos ni puñetera idea del futuro que nos espera, cómo lo vamos a vivir ni cómo va a afectar a nuestras costumbres.
Parece que hay una especie de competición entre comunidades autónomas en ver quién es el primero que llega a la Estación Base, empeñados en dejarse ir ladera abajo, a expensas de ser arrastrados por un alud, o rodar como una pelota de Nivea, montaña abajo. Todos quieren ser los primeros en abrir tal sector, en dar manga ancha para tales negocios, y parece que no piensan en el trabajo que nos ha costado a todos llegar a este punto, en cuánto hemos dejado atrás, y en la de víctimas que han quedado en el camino.
Deberían ser conscientes de un par de cosas. La primera es que ahora es más importante que nunca la participación de todos y cada uno. Cada imbécil que piense que la ley y los decretos son poco más que un papel mojado con el que limpiarse las posaderas será responsable de que no podamos avanzar o, incluso, volver atrás. Todos los que se saltan las reglas, tan sencillas como para que las entienda un brócoli, son unos egoístas que sólo piensan en ellos, después en ellos y, por último, en ellos. Aunque luego salgan al balcón a aplaudir o a golpear cacerolas con los cuernos, como ciervos en la berrea. Debemos asumir, cada uno de los ciudadanos de este país, en la medida de sus posibilidades, sus responsabilidades, ya sea como empresario, facilitando el material necesario a sus trabajadores, trabajadores llevando a rajatabla las medidas de seguridad, o padres sacando a sus hijos a dar una vuelta por el barrio.
Por otro lado, los alcaldes deberían ser capaces de inculcar a sus ciudadanos esa responsabilidad por el bien del resto de ciudadanos. Desde las Diputaciones provinciales, el mensaje debería ser no exigir al Gobierno que sea más laxo con sus territorios, sino pedir esa misma exigencia a sus ciudadanos. Porque del buen cumplimiento de las normas dependerá que cada provincia apruebe las normas exigidas por el Gobierno Central para poder pasar de fase. Y a ser posible, que sea con matrícula de honor, nada de aprobado raspado.
Toda la sociedad, desde el tejido empresarial hasta el último vecino, ha de hacer sus deberes de la mejor forma posible. Hay que dejar de lado el egoísmo, el embudismo carente de empatía hacia el vecino, las diferencias de clase, de raza, de religión, de sesgo político. Porque de aquí o salimos juntos o no salimos. Si hay que aguantar las ganas de playa, de fiesta o de abrazar al pariente, se aguantan, porque no queda otra. Eso, o nos jugamos la posibilidad de que no podamos hacerlo nunca.
Descendamos la montaña, paso a paso. Mejor despacio y con pie firme que a la carrera. Porque el objetivo no es llegar abajo, sino hacerlo vivos y poder celebrarlo por todo lo alto.
Puede leer aquí anteriores artículos de Francisco Palacios:
- 16/04/20 La hipocresía en tiempos del coronavirus
- 16/04/20 La hipocresía en tiempos del coronavirus
- 13/04/20 Cosas que sí, cosas que no
- 02/04/20 Ni héroes, ni limosnas, ni salvapatrias
- 26/03/20 Lo mejor y lo peor
- 19/03/20 Y si…
- 12/03/20 Histeria colectiva
- 05/03/20 Machitos ibéricos
- 27/02/20 El nuevo andalucismo
- 20/02/20 Déjame pensar, te dejo cabrearte
- 13/02/20 Liberticidas
- 06/02/20 Presos, inhabilitados, condenados
- 30/01/20 La nación vaciada
- 23/01/20 La agenda del embustero
- 16/01/20 No ni ná
- 09/01/20 Ranciocinio
- 19/12/19 Peloteros y sus pelotas
- 12/12/19 Presos de las palabras
- 05/12/19 Otro 4D
- 28/11/19 1028
- 21/11/19 Reptiles en el fondo
- 14/11/19 Pedro y el lobo
- 07/11/19 El bueno, el feo, el malo, el más malo y el peor
- 30/10/19 Los ‘templaitos’
- 24/10/19 Cojos a la carrera
- 17/10/19 El malaguita