“La necesidad y las apreturas han sacado lo que somos, lo que llevamos grabado a fuego en nuestro ADN patrio. Ah, dirán algunos, la generosidad, la valentía. No. Para nada. El truhán que busca la trampa en cuanto sale la ley”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
22/10/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un artículo sobre el egoísmo: “He leído tantas veces eso de “los españoles, primero” para atacar a la inmigración, apuntando que primero hay que cuidar a esos compatriotas que lo pasan mal, y luego, si sobra, a los que llegan en patera, al borde de la inanición...
...Pero, sin solución de continuidad, esos mismos patriotas de golpe de pecho aborrecen de cualquier medida que se tome para que unos padres de familia en paro puedan optar a una subvención y llevar tres platos de comida caliente al día a sus casas”.
No es por mí, es por ti
Saldremos mejores, decían. Juntos lo conseguiremos. Una leche. Ni mejores, ni juntos. Abecerrados, vengativos, tergiversadores, mentirosos. Así sí.
La necesidad y las apreturas han sacado lo que somos, lo que llevamos grabado a fuego en nuestro ADN patrio. Ah, dirán algunos, la generosidad, la valentía. No. Para nada. El truhán que busca la trampa en cuanto sale la ley. El egoísta que piensa primero en salvar sus posaderas, después en salvar sus nalgas y, en último lugar, salvar su culo.
He leído tantas veces eso de “los españoles, primero” para atacar a la inmigración, apuntando que primero hay que cuidar a esos compatriotas que lo pasan mal, y luego, si sobra, a los que llegan en patera, al borde de la inanición. Pero, sin solución de continuidad, esos mismos patriotas de golpe de pecho aborrecen de cualquier medida que se tome para que unos padres de familia en paro puedan optar a una subvención y llevar tres platos de comida caliente al día a sus casas. No es “los españoles, primero”. Es “primero yo, después yo, y al final, yo”.
Los mismos que aplaudían a los sanitarios desde los balcones, van ahora a la puerta de los ambulatorios a insultar, agredir y acosar a esos mismos sanitarios. Nos quejamos de las medidas que se toman, medidas impopulares, incómodas, restrictivas, auténticas puñaladas contra la economía y las libertades a las que estamos acostumbrados. Pero ¿las tomamos a rajatabla para poder acabar de una vez por todas con esta pesadilla? No. Porque somos los más chulos, los más enterados, los más inteligentes.
¿Que se permite pasear a una mascota y no tengo? Le pongo una correa a un caracol. ¿Que me permiten ir al supermercado? Bajo cincuenta veces al día, y compro un kilo de arroz a base de puñaditos. ¿Me cierran los bares? Me monto una fiesta en mi residencia de estudiantes. Qué me importa que cierren una universidad, y le joda la economía a veinte mil familias que están pagando matrículas, alquileres y viajes.
¿Que el gobierno me aplica un confinamiento forzoso por ser la comunidad con mayor tasa de contagio de Europa? Monto un pollo de narices y meto a la judicatura de por medio, me presento ante todos como un mártir, una defensora de las libertades. Salgo a la calle a manifestarme porque no me puedo ir a mi piso de la playa, Borja Mari, qué horror, con la vela de kitesurf esperando todo el año para nada. Si luego tengo que pedirle al gobierno que me aplique un toque de queda porque soy un inútil incapaz de controlar a mi población, bueno, ya veremos a quién le echo la culpa. Si antes dije digo y ahora digo Diego, no es que recule, es que no se me entendió bien por la mascarilla.
Me subo al autobús y me llaman al móvil, pues me bajo la mascarilla para hablar. Porque como es de acero galvanizado y medio metro de grosor, no me van a oír. Y si el conductor me increpa por mi comportamiento, le insulto y me acuerdo de sus ancestros, vivos y muertos, porque a mí nadie me dice que debo o no debo hacer. Si en un ambulatorio inutilizan uno de cada dos asientos para mantener la distancia y yo me quiero sentar al lado de mi acompañante, pues quito la cinta que lo hacía y santas pascuas.
Si me limitan el aforo en mi negocio, me lo paso por las ingles y me monto una fiesta ilegal. Porque los que siguen las normas son unos pringaos, y yo soy el más listo de la clase. Si me para la policía y me exigen que me coloque bien la mascarilla, me saco un papel que me ha preparado mi cuñado, o o grito Habeas Corpus, como si fuera un hechizo de Harry Potter, monto un pollo de narices, salgo en todos los telediarios patrios y me hago viral. GIlipollas no, ya lo era de antes.
¿Que no tengo otro proyecto de país que no sea el de gobernar yo y defender a los míos, a los que siempre han mandado, a los que más tienen? Pues intento paralizar cualquier medida, pongo todos los palos a mi alcance en las ruedas, siembro jardines con banderitas de los chinos y con eso tapo mi falta de proyecto y mi incompetencia. Crispo, pataleo, insulto y convierto las instituciones en Cazorla durante la berrea, en barras de bar de Magaluf a las tantas de la mañana. En patios de colegio no; los chavales tienen mucha más educación y decoro.
Así somos. Así entramos y así saldremos. Ni mejores ni peores. Tal cuales. Se me ha pegado el arroz. Pero la culpa no es mía. Es de este maldito gobierno.
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