“¿Qué antecede a qué, el festival de la horterada de luces larienses o la multitud de ciudadanos que acuden como luciérnagas a la llamada del espectáculo luminoso?”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
03/12/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un artículo sobre el alumbrado navideño de calle Larios: “El Ayuntamiento ha perdido una ocasión de oro de convertir la Navidad en algo más tangible y cercano a los valores que todos tenemos en mente cuando la nombramos, y alejarla del brillo del papel de regalo...
...Creo que todos los ciudadanos habríamos entendido que este año la iluminación navideña hubiera sido modesta, como la de cualquier calle malagueña que no sea Larios, y que ese dinero se hubiera invertido en esa gente que lo estaba pasando mal y ahora lo está pasando aún peor”.
La gallina o el huevo
Nos enfrentamos de nuevo al gran dilema, a la trascendente pregunta que nos hemos hecho alguna vez en la vida. ¿Qué fue primero, la gallina o el huevo? ¿Qué antecede a qué, el festival de la horterada de luces larienses o la multitud de ciudadanos que acuden como luciérnagas a la llamada del espectáculo luminoso? ¿Qué precede a qué, una fecha creada para consumir sin sentido o el sin sentido de consumir en una fecha concreta como si no hubiera un mañana?
Difíciles cuestiones. Aunque, como en los divorcios, las peleas o el sexo consentido, dos no se enredan si uno no quiere. Las responsabilidades han de repartirse, no sé si por igual, pero al menos cada uno debe llevarse su porción de culpa en este pastel amargo del despropósito.
Que la ciudadanía ha demostrado una clara falta de concienciación ya ha quedado clara en multitud de ocasiones. La mayoría, o buena parte de ella, suele cumplir con las recomendaciones en la parte que nos toca del reparto de normas a seguir frente a la pandemia. Otra parte, no sé si por cansancio, saturación de videos sobre teorías conspiranoicas o, simplemente, por ser parte de esa gente que se pasa las normas por la entrepierna y continúan siendo los más chulos de la clase, les resbala todo. Ni el número de fallecidos, ni el peligro en el que se ponen ellos mismos y a sus familiares son asuntos de su incumbencia. Sacaron a pasear ositos de peluche, hicieron deporte por primera vez en su vida, saltaron las vallas que separaban las playas de los paseos y compraron los ingredientes para hacer un potaje, trayendo las lentejas de una en una del supermercado. Luego, a las ocho, a los balcones. Ahora no iba a ser menos, y nadie iba a privarles de su libertad de apelotonarse en calle Larios, a la espera de que comenzara un show único y maravilloso de luces que se encienden y apagan. El día que miren la trasera de un coche y vean un intermitente funcionando, van a quedarse epatados.
Como decía antes, no toda la culpa ha de recaer en una parte. Evidentemente, no se puede luchar contra un Black Friday, un reclamo a nivel mundial para consumir de forma desmesurada. Pero eso no es motivo para echarle gasolina al fuego consumista, y añadirle el aliciente de un espectáculo reducido a una sola calle, la más comercial de la ciudad, una calle que es la almendra de todas las actividades lúdico festivas que se celebran a lo largo del calendario. No hay evento que se festeje cuyo epicentro no se encuentre en los escasos metros que mide calle Larios. Semana Santa, Feria, Carnaval, Navidad, no son nada en este ciudad sin esta avenida, o al menos eso piensan desde el Consistorio.
Se ha achacado a los malagueños cierta centrofobia tras el fin del confinamiento, y desde diversos medios se han lanzado alegatos al rescate de los negocios radicados en el casco antiguo de la ciudad, como si el resto del comercio y hostelería de la ciudad no tuvieran el mismo derecho a sobrevivir. Se lanzan mensajes contradictorios; por un lado, se promociona y promueve el consumo en el centro con la colocación del espectáculo de marras, y por otro se lanza una campaña que impulsa o quiere impulsar el comercio de proximidad. Se advierte a los ciudadanos de que debemos salvar la Navidad pero se alienta a que nos hacinemos en un espacio reducido.
El Ayuntamiento ha perdido una ocasión de oro de convertir la Navidad en algo más tangible y cercano a los valores que todos tenemos en mente cuando la nombramos, y alejarla del brillo del papel de regalo. Creo que todos los ciudadanos habríamos entendido que este año la iluminación navideña hubiera sido modesta, como la de cualquier calle malagueña que no sea Larios, y que ese dinero se hubiera invertido en esa gente que lo estaba pasando mal y ahora lo está pasando aún peor. Entristece bastante pensar en cuánto se podría haber hecho con ese medio millón de euros en favor de los más desfavorecidos, en esas colas del hambre que deberían removernos las tripas y las conciencias, y que va a perderse en beneficio de otros beneficios.
La energía siempre se transforma, y en este caso, la luz se convertirá en el clin clin de las cajas registradoras. Espero que en un par de semanas no tengamos que arrepentirnos de todo esto y una nueva ola venga a remojarnos con la frialdad de las cifras de contagiados, hospitalizados, fallecidos. Que me salven de esta Navidad.
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