“Cuando se pasa de poner todo el esfuerzo en doblar la curva a pasar de la curva y doblar el lomo ante la economía, sucede lo que sucede. Es el mercado, amigos”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
07/01/21. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un artículo sobre la política y el coronavirus: “Y lo que nos pase, nos lo hemos merecido. Nos lo hemos currado en firme. Hemos ido haciendo todo lo contrario a lo que la lógica impone, a lo que la ciencia dicta, y a lo que el sentido común te grita al oído...
Hemos hecho política con los fallecidos, con las normas y medidas o con quién debe ponerlas. Ayer se pedía libertad de decisión, hoy se exigía unidad de acción y mañana todo lo contrario. Ahora toca hacer demagogia con las vacunas: que si no llegan, que si llegan menos, que si quién las pone”.
Poco nos pasa
Suenan tambores de confinamiento; desde el verano, la situación viene empeorando paulatinamente, de manera que se nos han juntado una ola con la siguiente, como si el covid fuese una caravana de melilleros.
Era lógico. Cuando se pasa de poner todo el esfuerzo en doblar la curva a pasar de la curva y doblar el lomo ante la economía, sucede lo que sucede. Es el mercado, amigos. Esa cosa indeterminada, que no tiene sede ni cara, ni patria ni amo, que todos pensábamos que se regía por la ley de la oferta y la demanda, pero que en realidad está dominada por la de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
Poco nos pasa. Afortunadamente, esta pandemia no arrastra consigo una mortalidad tan alta como la de otras del pasado. Si no, a estas alturas, la Tierra estaría gobernada por las cucarachas, de las de seis patas, no las de traje cruzado, gomina y un MBA en Aravaca.
Y lo que nos pase, nos lo hemos merecido. Nos lo hemos currado en firme. Hemos ido haciendo todo lo contrario a lo que la lógica impone, a lo que la ciencia dicta, y a lo que el sentido común te grita al oído. Hemos hecho política con los fallecidos, con las normas y medidas o con quién debe ponerlas. Ayer se pedía libertad de decisión, hoy se exigía unidad de acción y mañana todo lo contrario. Ahora toca hacer demagogia con las vacunas: que si no llegan, que si llegan menos, que si quién las pone. Y cuando las tienes y sólo hace falta empezar a pinchar, pinchas. Pero no en el brazo de la gente, sino en el globo de la esperanza de salir de este mal sueño. Lo que toda la vida ha venido siendo llenar el ojo antes que la tripa.
Cuando digo hacer política, quiero que se me entienda. No hablo de grandes estrategias, decisiones consensuadas y bien fundamentadas. Me refiero a meter el dedo en el ojo del contrario, de anteponer siglas a bienestar, de poner un escaño por delante de la vida de los ciudadanos, de meter palos en las ruedas de los otros para esconder las ineptitudes de los unos. Lo que viene siendo una españolada.
Si a eso le añadimos un buen puñado de analfabetos funcionales, incapaces de discernir lo que es ciencia de la superchería, una capa de moho que se ha depositado sobre la sociedad como si fuese un queso mal cerrado, arramblado en el fondo del frigorífico desde hace años, pues se nos junta el hambre con las ganas de comer. Son el fruto del caldo de cultivo de una clase política que nos ha alimentado con Viceversas, Islas de las Tentaciones y Sálvames, que cree que un libro debe tener el IVA de un artículo de lujo, que la enseñanza de la ciencia y la filosofía no es necesaria, no como los idiomas. A un camarero no le hace falta saber quién era Aristóteles, pero sí debe ser capaz de poner un café en tres idiomas.
En resumidas cuentas, poco nos pasa, y lo que nos pase nos lo tenemos merecido. Disfruten de las luces de Navidad, del Black Friday, de los botellones y de Kiko Rivera haciendo el papel de alguien que se ha comido a los tres Reyes Magos. Eso sí, lo que se gasten, pónganlo a un mínimo de dos años. Que a este paso se van a librar de pagarlo entero.
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