“La cultura del esfuerzo es la de esos padres que ven una generación perdida, adormecida, que mira hacia atrás porque lo que tiene delante no es más que el vacío”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios
Programador informático
27/10/22. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un artículo sobre la cultura del esfuerzo: “Hoy, la cultura del esfuerzo es tener la voluntad de levantarte cada mañana para ir a tu centro educativo, sabiendo que lo que triunfa en este país es ser un mangante, tener un bonito cuerpo relleno de la nada más absoluta y...
...ganar un reality que premia la habilidad de llevar unos bonitos cuernos sin perder el equilibrio, o ser un influencer que, en la mayoría de los casos, gane un pastizal por levantarse tarde, decir cuatro chorradas y creer que genera opinión”.
Cultura del esfuerzo
Todos los que formamos parte de la sociedad actual recibimos, a través de la educación, las tradiciones o la cultura, un bestiario de criaturas mitológicas que van pasando de generación en generación, como un zoológico ficticio que permanece y que vamos dejando en herencia a los que nos siguen. Entre esas figuras mitológicas que viven en nuestro imaginario colectivo tenemos a unicornios, elfos, dragones, la Transición, un PP andalucista o un PSOE de izquierdas. Ahora, podemos añadir un nuevo habitante: la cultura del esfuerzo.
En resumidas cuentas, es ese concepto tan en boga ahora entre los liberales de Wallapop que consiste en afirmar que si no has triunfado en esta vida, es porque no te has esforzado lo suficiente. Que si no tienes una casa en propiedad, cochazo en la puerta y chalecito en la sierra es porque eres un conformista, un flojeras que adora vivir con sus padres y que lo único que espera es el maná del Estado. Lo más cercano a una sanguijuela.
No sé y me importa un pimiento qué tipo de esfuerzos ha tenido que hacer la señora Ayuso para pasar de community manager de un perro a presidente de la Comunidad de Madrid, o los que ha tenido que realizar Santiago Abascal para vivir saltando de chiringuito en chiringuito sin conocer la sudoración ni sus causas. Pero sí que me importa lo que le ocurre a la primera generación que va a vivir peor que sus padres.
Ninguno de nosotros, cuando acabamos nuestros estudios, pensaba que su título universitario le valdría para quedar por encima de otros candidatos a manejar la freidora en un burguer. Que, a pesar de que no gastara un euro y ahorrar prácticamente todo su mísero sueldo, jamás podría meterse en un alquiler o en una hipoteca porque hay fondos que dejan a los buitres a la altura de los jilguerillos. Pues a eso es a lo que se enfrentan esos jóvenes de ahora, esa roncha de perroflautas muertos de hambre porque es lo que quieren, es lo que han elegido.
Lo tienen todo, dice Ayuso. Tienen tanto de todo que no se esfuerzan, que no encuentran motivaciones, inmersos en una burbuja tecnológica que pone al alcance de sus manos todo lo que necesitan. Lo tienen todo, menos esas becas que recortas para que puedan seguir desarrollando su carrera universitaria, sin verse abocado a dejar los estudios porque no puede pagárselos. Lo tienen todo, menos la esperanza de conseguir un trabajo con un sueldo que les permita tener un hogar propio. Lo tienen todo, menos la salida de un sistema que premia al que calla ante las condiciones leoninas de un contrato de trabajo en el que echas más horas que un reloj, cobrando por la mitad de las horas que en teoría trabajas. Y si no callas, eres un peligroso comunista que quiere cobrar sin trabajar, un parásito, un piojo social.
Lo que más rabia da es que quienes hablan de esa cultura del esfuerzo son los que no han doblado el espinazo en su vida, los que llevan viviendo de la política desde siempre, los que han entendido que el verdadero esfuerzo es el de saber arrimarse al ascua más caliente, a la que les permita seguir ascendiendo y ascendiendo hasta alcanzar el límite de su ineptitud o encontrar a alguien más inepto que ellos, que les haga de tapón.
Hoy, la cultura del esfuerzo es tener la voluntad de levantarte cada mañana para ir a tu centro educativo, sabiendo que lo que triunfa en este país es ser un mangante, tener un bonito cuerpo relleno de la nada más absoluta y ganar un reality que premia la habilidad de llevar unos bonitos cuernos sin perder el equilibrio, o ser un influencer que, en la mayoría de los casos, gane un pastizal por levantarse tarde, decir cuatro chorradas y creer que genera opinión. Como si fueras cualquier diputado de la extrema derecha.
La cultura del esfuerzo es la de esos padres que ven una generación perdida, adormecida, que mira hacia atrás porque lo que tiene delante no es más que el vacío. Que no saben que les pasará cuando ellos falten. Que no se ven con fuerzas para tirar de ese carro.
Ahora vas tú, listillo de 6 apellidos, que no se ha tenido que esforzar para entrar en una universidad privada, que te consideras emprendedor porque papá puso la pasta para tu negocio o tu MBA, que ya tenías reservado tu puesto de trabajo antes de que acabaras los estudios, y le explicas a ese chaval que te mira desde el otro lado de la barra del restaurante o de la caja del supermercado para poder pagarse la matrícula de la universidad, que está ahí porque no se ha esforzado.
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