“Con el paso de los meses, había plantas con luz y otras a oscuras, pasillos aseados y otros en los que la pelusa campaba a sus anchas. Los vecinos que no podían pagar ese servicio extra protestaban porque no se cubrían los mínimos que antes disfrutaban”

OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


17/11/22. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un cuento sobre la privatización de los servicios públicos: “La presidenta siguió con sus medidas, llegando incluso a cambiar la forma en que se calculaba la cuota a pagar por cada vecino, rebajando la mensualidad a aquellos que tenían los pisos de mayor...

...tamaño y a los propietarios de más de una vivienda, aduciendo que, gracias a ellos, venían nuevos inquilinos en régimen de alquiler que dejaban más ingresos en las arcas de la comunidad”.

Cuéntame un cuento

Queridos niños:


Érase que se era una pequeña comunidad que vivía en paz y prosperidad. Sus habitantes eran felices, porque la administración del edificio se encargaba de pagar el mantenimiento y la limpieza de cada una de las zonas comunes, sufragando los gastos de dicho servicio con las cuotas de cada uno de los propietarios, de manera proporcional a los metros cuadrados de cada una de las propiedades que formaban parte de la comunidad.

Pero, como cantaban las viejas leyendas, llegaron los Tiempos Oscuros, y tras la obligatoria votación para regenerar la presidencia, ésta cayó en manos de una de las vecinas, cuyo bagaje en labores administrativas había sido la de ser representante de un circo de pulgas y marionetista de sombras chinescas. A pesar de su falta de experiencia, su mensaje de ahorro en las cuotas caló hondo entre sus convecinos y ganó holgadamente. Su primera medida fue la de prescindir del administrador y llevar por su propia cuenta la gestión de todas las prestaciones que se ofrecían anteriormente.

De forma paulatina y casi imperceptible, todos observaron como lo que antes era destello y esplendor, comenzaba a brillar por su ausencia. Se fue recortando poco a poco la frecuencia con la que las limpiadoras pasaban por cada planta, descuidando el mantenimiento de luces y ascensores. Los suelos comenzaban a tener propiedades adhesivas, el polvo se apoderaba de los pasamanos y los pasillos quedaban a oscuras durante semanas. La presidenta alegaba que, gracias a su gestión, la comunidad se estaba ahorrando unos buenos euros, que otras comunidades pagaban más cada mes  por unos servicios parecidos, y que si el ascensor no cumplía su función era para que los vecinos hicieran ejercicio subiendo y bajando escaleras, algo excelente para el corazón. Aunque tuviera 85 años y las pasara canutas con el andador.

Poco tiempo después, la presidenta comenzó a ofrecer la prestación de una empresa que, por un módico precio, podía limpiar y arreglar aquella zona que el propietario quisiera, de manera que su pasillo quedara más limpio e iluminado que el resto. Con el paso de los meses, había plantas con luz y otras a oscuras, pasillos aseados y otros en los que la pelusa campaba a sus anchas. Los vecinos que no podían pagar ese servicio extra protestaban porque no se cubrían los mínimos que antes disfrutaban. El personal encargado de esas labores lo hacía por la falta de medios: pocas fregonas, escasos estropajos y fregasuelos aguado para que durara más tiempo.


La presidenta siguió con sus medidas, llegando incluso a cambiar la forma en que se calculaba la cuota a pagar por cada vecino, rebajando la mensualidad a aquellos que tenían los pisos de mayor tamaño y a los propietarios de más de una vivienda, aduciendo que, gracias a ellos, venían nuevos inquilinos en régimen de alquiler que dejaban más ingresos en las arcas de la comunidad. Abrió la piscina comunitaria en tiempo de sequía, porque ella era, según sus propias palabras, defensora de la libertad de que cualquiera pudiera darse un chapuzón cuando lo deseara, aunque luego no hubiera suficiente agua como para darle un baldeo al portal.

¿Qué ocurrió al final? Pues la historia sigue, queridos niños. La presidenta de la comunidad sigue en su puesto, e incluso sirve de ejemplo para otras comunidades colindantes, que ven su labor como ejemplar. Hay vecinos contentos y felices que pueden pagarse esos servicios extras, y otros que abren las puertas de sus casas usando la linterna de sus móviles. El más alegre de todos, un cuñado de la presidenta que ha montado un chiringuito junto a la piscina común, donde se sirven mojitos y cocolocos, y que atrae a propietarios de otros edificios cercanos.

Ni todos son felices, ni todos comen perdices. Colorín colorado, este cuento aún no ha acabado.

P.D. Cualquier parecido de esta narración y sus personajes con la realidad es pura mala hostia.

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