“Echan de menos esos días de inauguración de pantanos, de monterías en las que el dictador cazaba un par de gamos con sólo su mirada, o los atunes se tiraban dentro del Azor por el poder de su sola presencia. El paraíso de las libertades”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
16/03/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la libertad: “Decir que antes había más libertad es, como mínimo, un insulto a la inteligencia. Cuando no le era posible a una mujer abrir una cartilla de ahorro a su nombre, buscar trabajo o viajar sin permiso de su marido, declararse abiertamente homosexual sin que...
...te dieran una buena paliza o te aplicaran la ley de vagos y maleantes, decir que había más libertad es sonrojante”.
Esto antes no pasaba
La melancolía es ese estado anímico de tristeza y desinterés que aparece por causas físicas o morales, y que nos postra en un sofá, suspirando profundamente, con la mirada perdida, buscando en la memoria ese recuerdo que nos levanta el espíritu. Sirvan de ejemplo los melancólicos de tiempos pasados, que como bien se sabe, no siempre fueron mejores, sino simplemente anteriores.
Entre las víctimas de esa pesadumbre podemos encontrar a un par de famosetes del artisteo que afirman que echan de menos los tiempos anteriores a la Transición, porque hemos perdido en libertades, porque estamos sufriendo un retroceso en el ejercicio de nuestra libertad personal, cada día más recortada bajo esta dictadura social-comunista-narco-bolivariana que nos gobierna. Echan de menos esos días de inauguración de pantanos, de monterías en las que el dictador cazaba un par de gamos con sólo su mirada, o los atunes se tiraban dentro del Azor por el poder de su sola presencia. El paraíso de las libertades.
De éstos hay un montón en redes sociales, claro ejemplo de que ésta es la dictadura más extraña de la Historia, que permite la crítica pública en televisión, sin temor a represalia ninguna, a cara descubierta, sin ocultar su rostro ni falsear el tono de su voz. Habría que recordarles qué habría pasado en esos tiempos pasados tan queridos si hubieran, como mínimo, intentado dichas declaraciones.
Decir que antes había más libertad es, como mínimo, un insulto a la inteligencia. Cuando no le era posible a una mujer abrir una cartilla de ahorro a su nombre, buscar trabajo o viajar sin permiso de su marido, declararse abiertamente homosexual sin que te dieran una buena paliza o te aplicaran la ley de vagos y maleantes, decir que había más libertad es sonrojante. El mismo sonrojo que provoca decir que ahora no se puede opinar abiertamente, cuando de hecho lo está haciendo en el seno de una entrevista, en un programa de ámbito estatal en hora de máxima audiencia, cuando va a estrenar una serie biográfica, cuando te dan un programa. Hay que joderse con la falta de libertad.
La melancolía de un pasado mejor, en muchos casos, no es más que una desmemoria digna de ser tratada. Las y los hay que alaban esas fotografías de sus bisabuelas lavando la ropa en el río, pero no tiran a la basura sus lavadoras automáticas con centrifugado para volver a darle a la ropa contra la pila del fregadero con un taco de jabón Lagarto, o que, como en el caso de estos artistas, echan de menos no poder decir cual era su inclinación sexual, so pena de que los canearan por la calle o en cualquier oscura comisaría, con el consecuente peligro de ser suicidados al caer por una ventana.
Quizás, lo que realmente echan de menos es esa potestad autoimpuesta de poder hablar de lo que quieran sin que nadie los criticara, esa posición de estrella que te puede mirar por encima del hombro y cuya opinión no era nunca reprendida o reprobada. En resumidas cuentas, lo que les fastidia, probablemente, es justamente lo contrario a lo que aducen: que ahora todos tenemos esa libertad que nos iguala.
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