“El turismo deja dinero, crea empleo, genera beneficios a empresarios y trabajadores, o eso dicen. Porque, tanto éxito, tanta bonanza, ¿dónde se refleja? ¿Por qué el PIB per cápita no muestra esa mejora?”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
27/04/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el modelo de ciudad turístico: “No todos queremos esa manera de vivir. No es ese el modelo de ciudad que deseamos. Podemos estar encantados ante la llegada de los turistas, pero lo que no es de recibo es que pongamos todo el potencial de la ciudad...
...en atenderlos a ellos, en poner a su disposición todos los servicios habidos y por haber, dando de lado a los que, sin ellos, no habría ciudad. A los malagueños”.
Maneras de vivir
No. No nos quejamos de los turistas. No nos lamentamos por el florecimiento de la hostelería. No somos menos malagueños que nadie por querer hacer esta ciudad aún mejor de lo que es. Pero tampoco somos palmeros del poder establecido, nadadores a favor de corriente, veletas que se dejan llevar por el viento, sople hacia donde sople.
Evidentemente, Málaga es una ciudad turística, como prácticamente todas las capitales costeras. Una ciudad que crece a un ritmo fácilmente apreciable por cualquiera que tenga ojos en la cara, que aumenta su prestigio y su marca a nivel internacional. Pero, ¿qué tipo de prestigio? ¿Qué marca se está vendiendo?
Algunos señalan que no podemos quejarnos, o que no debemos hacerlo. Porque, si no fuera por el turismo, las terrazas, los hoteles, los pisos turísticos y los cruceros, prácticamente estaríamos mendigando, rebuscando en los contenedores de basura y viviendo bajo la sombra de un puente. Y nos señalan como personas que admiran un rancio pasado, que no apuestan por la modernidad.
Pues no. No todos queremos esa manera de vivir. No es ese el modelo de ciudad que deseamos. Podemos estar encantados ante la llegada de los turistas, pero lo que no es de recibo es que pongamos todo el potencial de la ciudad en atenderlos a ellos, en poner a su disposición todos los servicios habidos y por haber, dando de lado a los que, sin ellos, no habría ciudad. A los malagueños.
No vemos que tiene de moderno una plaza sin sombra, un carril bici señalizado con cinta adhesiva, unas calles en las que los patinetes y las bicicletas de alquiler aparecen tiradas sin ton ni son, sin que nadie haga nada por evitarlo. No es nada rancio pensar que la pared de un museo no sea buen sitio para apilar mesas y sillas, que las calles se hicieron para que los ciudadanos pasearan y no para realizar una yincana o un concurso de parkour en el que hay que evitar mesas, sombrillas y a un tipo borracho disfrazado de dinosaurio, sin duda esperando con ansia la apertura del Museo Picasso.
De ser los protagonistas nos hemos convertido en parte del escenario; ni siquiera somos actores secundarios con una pequeña frase. Estorbamos porque no queremos ver nuestra ciudad convertida en un parque temático para turistas que vienen con lo justo, una tasca para las despedidas de soltero en la que la barra libre se abre desde por la mañana. Solamente éramos importantes cuando la pandemia cerró la ciudad al turismo; ahí sí, teníamos que ir al Centro y darle vida a lo que estaba al borde de la muerte. Pero en cuanto bajaron las mascarillas y subió el volumen de las ruedas de los trolleys, todo quedó en agua de borrajas y el amor se murió de tanto desearlo.
El turismo deja dinero, crea empleo, genera beneficios a empresarios y trabajadores, o eso dicen. Porque, tanto éxito, tanta bonanza, ¿dónde se refleja? ¿Por qué el PIB per cápita no muestra esa mejora? ¿Dónde van esos beneficios récord que los malagueños de bien no paran de cantar?
Las maquetas de proyectos que nunca se realizarán se siguen amontonando, legislatura tras legislatura, cogiendo polvo y enseñándonos que donde caben veinte maquetas, caben veintiuna. Que no hay elecciones sin su proyecto estrella, que luego queda estrellado. La más preclara muestra de que el modelo de ciudad es una ciudad sin modelo, una capital dedicada al que viene de fuera, al precio que sea, aunque con ello se expulse al nacido aquí.
No. No queremos ese proyecto de vida que les parece ideal para los demás, menos para sí mismos. Queremos decidir si nos convertimos en la sede permanente del Campeonato Británico de Balconing, si queremos un bosque en uno de los barrios más presionados de España o, en su lugar, plantar más rascacielos. Si deseamos tener el mismo skyline que cualquier otra ciudad del mundo, o que la entrada desde el mar siga siendo única e irrepetible.
Queremos otra manera de vivir.
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