“Cada día me sorprende más la capacidad del ser humano de retorcer el poder del razonamiento para llegar a justificar determinadas opiniones, vistiéndolas de grandes pensamientos”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
04/05/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el derecho al voto: “Es uno de los que más nos igualan a los ciudadanos, si no es el que más. Vale lo mismo el voto del pobre que el del rico, el del obrero que el del empresario, el del joven que el del anciano. Es la única manera en que un pueblo puede defenderse...
...de ese instinto depredador de aquellos que se creen que tienen derecho a todo, incluso a pensar por ti”.
Restricciones médicas
Cada día me sorprende más la capacidad del ser humano de retorcer el poder del razonamiento para llegar a justificar determinadas opiniones, vistiéndolas de grandes pensamientos cuando, en realidad, deberíamos averiguar el color del contenedor al que deberían ir.
De un tiempo a esta parte ha surgido una rama dentro de los liberales de pacotilla que aboga por limitar el derecho al voto. Eso sí, no se les ocurra decir que eso no es democrático, que se enfadan.
Todo su razonamiento descansa en la premisa de que este pueblo, al que dicen que aman con locura, está constituido, básicamente, por una población de borregos comprados a base de paguitas, subvenciones y demás estipendios regados por la infame mano del gobierno de turno. Eso sí, siempre que el turno caiga en la izquierda. De ahí, deducen que los únicos que deberían tener derecho a voto son los que cotizan, los que no reciben subvenciones del Estado y los que no reciben ningún tipo de ayuda o paguita.
Hombre, de entrada la hipótesis tiene un pequeño fallo. Si las elecciones las gana un partido porque tiene a la población comprada, ¿cómo es posible que las pierda en el futuro? Si tú, español borrego comprado, votas a quien te mantiene, ¿por qué vas a cambiar tu voto? A no ser que el partido de la oposición aumente la oferta, claro.
Sigamos ahondando en la estupidez intrínseca de este derecho a voto tan peculiar. Resulta que una persona que esté parada no tiene derecho a votar, porque no cotiza. Da igual de quien sea la culpa de tu estado de desempleo; no tienes derecho a votar, eres un mindundi, un medio español, un bulto sospechoso. Tampoco tienen derecho a votar, por no ser seres cotizantes, las amas de casa, los jubilados, los universitarios, los que investigan para conseguir un doctorado.
Habría que eliminar del censo electoral todos los empresarios que se han acogido a un ERTE, los autónomos que pidieron ayuda durante la pandemia o que pidieron un préstamo al ICO sin interés. Poquito a poco, casi sin darnos cuenta, vamos recortando el número y tipo de ciudadano que puede votar, y nos quedamos con un perfil muy bien perfilado. En resumen, nos quedamos con aquellos que van a votar lo mismo que el liberal de tienda de los chinos. Ellos creen que son muy modernos, muy liberales y muy demócratas, y se equivocan en esas tres creencias. Son bastante antiguos, liberales en la ganancia pero socialistas en la pérdida, y lo de demócratas no lo han olido ni de lejos.
El derecho a voto es uno de los que más nos igualan a los ciudadanos, si no es el que más. Vale lo mismo el voto del pobre que el del rico, el del obrero que el del empresario, el del joven que el del anciano. Es la única manera en que un pueblo puede defenderse de ese instinto depredador de aquellos que se creen que tienen derecho a todo, incluso a pensar por ti. El hecho de depositar un voto en una urna es la máxima representación de la libertad de expresión; nos permite decir bien a las claras cual es nuestro modelo de gobierno, cuales son nuestros ideales, y la papeleta es nuestra voz, un cheque que depositamos con el valor de nuestra confianza, y que puede ser retirado si no se cumplen las expectativas.
No me gusta ir al médico, nunca me ha gustado. Vas para cualquier chorrada, un dolor de cuello o un resfriado más gordo de la cuenta, y sales de la consulta deprimido, pensando en hacer testamento y con una retahíla de restricciones que prolongarán tu vida, no por ser más sano sino porque se te va a hacer insoportablemente larga.
Te pueden quitar el tabaco, el alcohol, el picante, las grasas, pero no le prohíben a nadie el uso de las redes sociales ni les recetan un carnet de biblioteca y una lista de lecturas obligadas. Falta haría.
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