“Mi problema es que para que quepan esos que llegan, tenga que irme yo, porque una cosa es compartir y otra ceder, una es acoger y otra ser expulsado”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
11/05/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la alarmante subida de los alquileres: “Ya nos lo avisan desde sus púlpitos, allá en las alturas: olvídate de pagar un precio decente y asequible a tu bolsillo, porque otro pondrá más euros sobre la mesa, y esta es la ley de la selva. Es el mercado, amigo...
Todo esto se llevará a muchas familias por delante, las empujará hacia otras latitudes, pero ya se nos ha avisado que es lo que hay y lo que ha llegado para quedarse”.
No es ciudad para tiesos
No le den más vueltas, que no hay otro remedio. Usted, yo y la mayoría de nuestros convecinos somos unos tiesos que olemos a menú del día, andamos al borde de la indigencia y no somos merecedores de vivir en esta tierra.
Los próceres de esta ciudad, los que dan carnets de malagueñismo bajo su criterio, ya han dictado sentencia y señalado lo que es y lo que debe ser. Los que, en su momento, nos quejábamos de la destrucción del patrimonio para permitir la proliferación de mamotretos, los que no vemos con buenos ojos que se altere el paisaje de entrada a esta ciudad para convertirla en una copia de cualquier otra, los que pensamos que una cosa es vivir del turismo y otra vivir para él, no somos buenos malagueños. Casi ni siquiera malagueños, sino una serie de bultos sospechosos, de mirada antigua, apalancados en una visión decimonónica de la ciudad, retrógrados y rémoras de todo lo que signifique progreso.
Ellos, los malagueños de verdad, ya han decidido hacia dónde debe ir esta ciudad en los años venideros. Todos vemos como los precios de los alquileres y de la vivienda sube a un ritmo frenético, sin duda empujado por la demanda de pisos para de trabajadores especializados provenientes de las empresas tecnológicas que están echando raíces en la capital, y por el turismo que reclama más y más alquiler vacacional, en franca confrontación con el de larga estancia. Pero tú no debes quejarte, esto es lo que hay y lo que va a haber. Si tu alquiler cae en manos de un fondo buitre, no se te ocurra protestar. La única respuesta ha de ser la genuflexión y arrodillarse ante el capital.
Se nos pide que dejemos de pensar que la ciudad es sólo nuestra para convertirse en la ciudad de muchos. Totalmente de acuerdo. Yo no tengo problema en compartir mis calles con todo el que venga, a todo el que llegue, porque para eso reza nuestro escudo Muy Hospitalaria. Mi problema es que para que quepan esos que llegan, tenga que irme yo, porque una cosa es compartir y otra ceder, una es acoger y otra ser expulsado.
Se nos vende un modelo de ciudad a remolque de las grandes capitales europeas, a imagen y semejanza de las grandes urbes del continente, cuando es radicalmente falso. Una capital europea, como dicen que vamos a ser, debe aspirar a tener unas depuradoras que conviertan nuestras playas en merecedoras de banderas azules reales, unas líneas de metro y cercanías potentes y facilitadoras de un transporte de calidad, una apuesta por la movilidad sostenible que no se base en unos carriles delimitados por cinta adhesiva, unas calles limpias a diario y no sólo a falta de un mes para las elecciones. Madrid no es Gran Vía, Paris no es Los Campos Elíseos, pero, al parecer, Málaga es Larios.
Ya nos lo avisan desde sus púlpitos, allá en las alturas: olvídate de pagar un precio decente y asequible a tu bolsillo, porque otro pondrá más euros sobre la mesa, y esta es la ley de la selva. Es el mercado, amigo. Todo esto se llevará a muchas familias por delante, las empujará hacia otras latitudes, pero ya se nos ha avisado que es lo que hay y lo que ha llegado para quedarse. Todo lo anterior es pasado, antiguo, añejo, con olor a naftalina y a rancio. Lo moderno es que tú y yo nos vayamos para dejarle sitio al turista de piso y botellón. Que aguantemos que el centro de la ciudad se haya convertido en una terraza infinita que permite cruzar Málaga de punta a punta saltando de parasol en parasol sin pisar el suelo. Y sin chistar, antigualla.
Yo no aspiro a tener un piso al lado de la playa por dos duros, ni a vivir en la plaza del Obispo. Mi deseo es que todos sean bienvenidos, sin excepción, porque todo aporte nos enriquece. Pero sin pagar el precio de que volvamos a vivir una Desbandá, bombardeados por el alza de los precios, tiroteados por los fondos buitre, expulsados de la tierra que ayudamos a levantar y a ponerla donde está.
No se es más o mejor malagueño por decir que todo está bien. Se es mejor malagueño cuando antepones el bienestar de todos frente a la prosperidad de unos pocos. Le pese a quien le pese.
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