“No entra en mi cabeza un gobierno que discrimine por la manera de amar, por el color de la piel o por lo llena que tengas la cartera. No puedo apoyar un gobierno que recorte derechos de los trabajadores”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
15/06/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre las líneas rojas: “En política, esos cordones sanitarios son importantes y se llevan a cabo, sobre todo en países con una cultura democrática avanzada como Alemania, donde un pacto con la ultraderecha provoca la dimisión de una candidata a...
...la cancillería. O en Francia, donde en una segunda vuelta, fuerzas de derecha e izquierda se unen para evitar una victoria de alguien como Le Pen”.
Líneas rojas
Si estas elecciones se van a caracterizar por algo, va a ser por la cantidad de líneas rojas que los distintos partidos y coaliciones van dibujando a su alrededor, marcando territorios, intenciones y compañeros de viaje.
Por un lado tenemos ese batiburrillo a la izquierda de la pseudo izquierda socialista, ese maremagnum de siglas, corrientes, mareas, marejadillas y borrascas. Todos han sido bienvenidos a la hora de sumar, excepto algunos personajes de la formación morada con, digámoslo así, mala prensa.
Puede ser más o menos justo apartar a determinadas figuras que han sido determinantes en esta legislatura, tanto por sus éxitos como por sus fracasos. Puede resultar más o menos decepcionante ver que esos líderes de cabecera desaparecen de las listas, quedándose sin referentes. Pero eso no puede ser la excusa barata para quedarte en tu casa y luego pasarte cuatro años aguantando un gobierno derogador con un presidente que confunde Extremadura con Andalucía y un vicepresidente en busca y captura.
La gente de izquierdas somos así, una panda de tiquismiquis con la piel muy fina que a cualquiera que ose respirar de manera distinta lo etiquetamos como disidente. Y ahora hay mucho rojo, pero rojo tirando a rosa clarito, que anda cabreado como una mona, pensando qué hacer el día de las elecciones. Se pasan el día rasgándose las vestiduras, concentrados exclusivamente en listas y números, cuando lo importante es, como decía el califa, programa, programa y programa. Lo único que se me ocurre es que esa gente, en el fondo, ni son de izquierdas ni nada.
Siguiendo con las líneas rojas, ahí tenemos al partido de la oposición. Su portavoz anunció que jamás pactarían con un partido que tuviera como candidato a un condenado por violencia de género. Tan loable como contradictorio. Porque parece una soberana estupidez no pactar con un condenado por violencia de género, pero sí hacerlo con una formación política que niega la existencia de esa violencia de género.
Evidentemente, el hambre de VOX por ocupar poltronas en esas comunidades autónomas que tanto dice odiar y que piensa destruir cuando pueda, ha hecho que ese condenado no siga en la comunidad valenciana, para de esa manera eludir esa línea roja finísima y pactar con el PP para formar parte del gobierno.
Lo curioso de este asunto es que este señor, condenado por hacerle la vida imposible a su ex, va a pasar a ser cabeza de lista en las elecciones generales por Valencia. Es decir, en lugar de tener un individuo de esta calaña en un parlamento autonómico, posiblemente lo tengamos sentado en el hogar donde reside la soberanía de todo el Estado. Lo que viene siendo una patada hacia arriba.
Todos en la vida tenemos líneas rojas, límites que no pasamos ni dejamos que nadie traspase, tanto a nivel personal como laboral o familiar. En política, esos cordones sanitarios son importantes y se llevan a cabo, sobre todo en países con una cultura democrática avanzada como Alemania, donde un pacto con la ultraderecha provoca la dimisión de una candidata a la cancillería. O en Francia, donde en una segunda vuelta, fuerzas de derecha e izquierda se unen para evitar una victoria de alguien como Le Pen.
Ese tipo de posturas aquí son tan reales como los unicornios. No tenemos una derecha normalizada, un partido liberal con posturas homogéneas con las de sus compañeros europeos. Es un partido que viaja a Bruselas para poner palos en las ruedas de la economía de este país y que pacta con una organización que considera excesiva la preocupación y la adopción de medidas sanitarias.
Yo también tengo mis líneas rojas. No entra en mi cabeza un gobierno que discrimine por la manera de amar, por el color de la piel o por lo llena que tengas la cartera. No puedo apoyar un gobierno que recorte derechos de los trabajadores, que elimine de un plumazo el consenso de años referente a la violencia machista, que sólo piense en derogar, borrar y destruir.
Mi línea roja es la verdiblanca. A esa no se te ocurra pisarla.
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