“En este país se premia al mentiroso, al trilero, al truhán. Celebramos la victoria del mangante, pero del que se lo lleva crudo a manos llenas, no del que roba un bocadillo para comer.”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
13/07/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el debate electoral entre Sánchez y Feijóo: “Pudimos ver a un presidente atropellado, nervioso, al que le habían pillado con el paso cambiado. Pero no porque el candidato hubiera hecho especial hincapié en los puntos débiles de su contrincante, o que...
...su estrategia le sorprendiera. En realidad, lo que sorprendió a todos fue el aluvión de datos, cifras y medidas que tenían la misma veracidad que la de un reloj parado”.
El ajedrez y las palomas
Uno, que le gusta mucho eso de hacer el trasto por las redes sociales y embarcarme en más de una discusión por el mero vicio de discutir, tiene la costumbre de tener sus propias líneas rojas. Consisten en que cuando el argumento se basa en el ataque personal, el insulto o la mentira descarada, se acabó el debate o la discusión y se manda al o a los interlocutores a la venta del Nabo, o a pastar.
En este país se premia al mentiroso, al trilero, al truhán. Celebramos la victoria del mangante, pero del que se lo lleva crudo a manos llenas, no del que roba un bocadillo para comer. Ese se merece todo el peso de la ley. Pero el que defrauda, el que esconde sus ganancias en cualquier parte para no contribuir con sus impuestos, o el que derrite una tarjeta de crédito ajena, ese se merece vítores y alabanzas. El ciudadano no castiga al defraudador, al prevaricador, al chorizo con traje de Armani, y se convierte en su cómplice, pero tan a gusto.
El lunes vimos ese evento casi planetario del debate a dos, un acontecimiento que parecía que iba a parar al globo, que levantó muchas expectativas y que, como suele ocurrir, murieron al poco de nacer. Pudimos ver a un presidente atropellado, nervioso, al que le habían pillado con el paso cambiado. Pero no porque el candidato hubiera hecho especial hincapié en los puntos débiles de su contrincante, o que su estrategia le sorprendiera. En realidad, lo que sorprendió a todos fue el aluvión de datos, cifras y medidas que tenían la misma veracidad que la de un reloj parado.
Eso no es debatir, de la misma manera que no lo es que una de las moderadoras te haga una pregunta y salgas con las negociaciones del Madrid por Mbappé. Debatir no es interrumpir al contrario, pasar de los moderadores o inventarte lo que sea necesario para que todo cuadre en tu visión de la realidad.
Lo peor de todo es que, al final, quien sale perdiendo es el ciudadano. No sabemos cuáles son los planes para la Sanidad o la Educación en los próximos años. Desconocemos qué van a hacer para que los que pagamos hipoteca no tengamos que dejar un riñón como garantía, ni qué han pensado para que, al ir al supermercado, no sea necesario un avalista. Perdemos porque nos perdimos en reproches de matrimonio divorciado mal avenido, en un coro a dos voces desacompasadas y cacofónico. Lo peor es que la mentira no tiene castigo, después de cinco años de gota malaya, de constante siembra de bulos y de un silencio que se ha intentado remediar con prisas al final.
Dicen que no se debe jugar al ajedrez con una paloma. Tirará las piezas, se cagará en el tablero, incluso encima tuya y caminará con el pecho inflado como si hubiese ganado, picoteando las piezas y el tablero, demostrando quién es el dueño del juego. El lunes, Pedro Sánchez jugo al ajedrez con una paloma.
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