“Porque, claro, en el Parlamento se puede insultar, bramar, jalear, faltar al respeto, mentir o decir medias verdades, dar pábulo a bulos, pero que no se les ocurra hablar en gallego, catalán o euskera”

OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


21/09/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el uso de las distintas lenguas cooficiales del Estado en el Parlamento: “Este país es el de la gente que entiende que hablar más de una lengua es de paletos. Este es el país en el que se ensalza la incultura, en el que se mira de reojo, con desconfianza,...

...al que tiene libros en casa y no para calzar la mesa del salón. Este es ese país en el que se grita ‘muerte a la inteligencia’”.

Babel

Qué bonito sería, según esa gente que se vuelve loca por unos cuernos y unas banderillas, que sólo existiera una sola lengua entre las cuatro esquinas del Estado. Sería perfecto, para todos aquellos que llevan hasta los calzones rojigüaldos, que no existiera más lengua que el castellano. Ni acentos, ni hablas, ni lenguas ni hostias. Uno, grande y libre.


Este país es el de la gente que entiende que hablar más de una lengua es de paletos. Este es el país en el que se ensalza la incultura, en el que se mira de reojo, con desconfianza, al que tiene libros en casa y no para calzar la mesa del salón. Este es ese país en el que se grita “muerte a la inteligencia”, como si el dar coces no pudiera hacerlo cualquiera, como si el tener las neuronas justas para andar y masticar chicle a la vez sin que se descontrolen los esfínteres fuese meritorio.

El Parlamento es donde reside la soberanía nacional, que emana del pueblo. Ese pueblo no habla sólo en castellano. Habla en catalán, en galego, en euskera, en andaluz, en aranés, en bable y hasta en silbo gomero. Y en el Parlamento, de la misma manera que ya sucede en el Senado, deben oirse las lenguas cooficiales del Estado.

Esto es algo que lleva más de 40 años de retraso. Nada hubiera impedido que los padres putativos de la patria hubieran dejado negro sobre blanco que las lenguas cooficiales pudieran ser usadas en las dos cámaras que nos rigen a todos. No hubiera costado ningún trabajo incluirlo en la Constitución; total, ya nos metieron la monarquía con calzador y vaselina.

Hoy martes, que es cuando estoy sentado frente a mi ordenador escribiendo estas letras, se ha estrenado la posibilidad de hablar en las distintas lenguas cooficiales del Estado en el Parlamento. Algo que se lleva haciendo años en el Senado sin que nadie se haya cortado las venas o se las haya dejado largas para ahorcarse con ellas.

Como era de esperar, la derecha que madruga y la que no pone el despertador han pasado del cuchicheo al crujir de dientes, pasando por el rasgado de vestiduras. Porque, claro, en el Parlamento se puede insultar, bramar, jalear, faltar al respeto, mentir o decir medias verdades, dar pábulo a bulos, pero que no se les ocurra hablar en gallego, catalán o euskera. Se puede patear el suelo, decirle a los parados que se jodan, dejar un bolso en un escaño, como los abuelos en Benidorm plantando su bandera en primera linea de playa. Se puede llamar felón, psicópata, ególatra y demás lindezas al presidente del Gobierno, a un ministro o a un bedel que esté en lugar equivocado en el momento correcto. Eso sí, en perfecto castellano.


En cuanto se empezaron a escuchar las primeras frases habladas en la lengua de Rosalía de Castro, la bancada voxemita montó en cólera, su caballo preferido. Se levantaron y en tropel, dejaron sus pinganillos en la banca del ausente Sánchez. Algunos con más educación que otros, que lo tiraron con la prestancia del que no paga el tiesto roto, dejando como siempre a otros la labor de limpiar lo que ellos han ensuciado. Se ve que no era buen día para trabajar.

Pero el remate de la cuestión, lo que nadie vio venir, fue a Borja Semper respondiendo a la portavoz de Bildu en un perfecto euskera. Imagino la cara de Cuca Gamarra al escuchar esa lengua prohibida saliendo de boca de uno de sus compañeros de bancada. O la de Feijóo, un gallego que hablaba de que su tierra era una nación sin Estado, pero que reniega de la lengua propia de su nación.

A Andalucía no se le reconoce una lengua diferenciada del castellano, sino que se la ningunea hablando de dialectos. Allá ellos. Lo único que espero es el respeto a nuestro habla, a nuestro acento, a nuestra manera de expresarnos. Porque no somos más que nadie, pero tampoco menos, y aquel que se ría del andaluz no hace más que demostrar su patetismo y su ceguera.

En resumidas cuentas, las lenguas no separan, puesto que nos ayudan a comunicarnos. No son una barrera, sino un camino de encuentro. Y el que no lo entienda, el que lo vea como un muro, es que es tan torpe que no sabe ponerse el pinganillo.

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