“En este puñetero país, jueces, periodistas, inspectores de policía y militares se acostaron dando vivas a Franco y se levantaron cantando loas a las urnas. La Transición no es más que un periodo de blanqueo como nadie ha visto jamás”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
02/05/24. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la Transición: “Que nadie se lleve a engaño, esto no es más que la consecuencia de una mal llamada Transición, que cerró con un coitus interruptus el paso de una dictadura a la democracia, sin que se pagaran, por parte de los adeptos al régimen,...
...sus pecadillos y tonterías criminales, sin que nadie abonara las facturas por enriquecerse a la sombra de un dictador”.
Cinco días
La que ha montado Pedro Sánchez. Cinco días encerrado en Moncloa, atrasando sus asuntos de agenda, dejando al país con tal incertidumbre que ni hemos estado pendiente de la ultima chorrada de Ayuso o de la idea tan feminista de Feijoo de cómo debe ser la pareja del presidente del gobierno. Cinco días de elucubraciones, apuestas y sueños húmedos de la derecha, que al fin veían cómo su método para llegar al poder comenzaba a dar sus frutos.
Porque, que nadie se lleve a engaño, esto no es más que la consecuencia de una mal llamada Transición, que cerró con un coitus interruptus el paso de una dictadura a la democracia, sin que se pagaran, por parte de los adeptos al régimen, sus pecadillos y tonterías criminales, sin que nadie abonara las facturas por enriquecerse a la sombra de un dictador.
En este puñetero país, jueces, periodistas, inspectores de policía y militares se acostaron dando vivas a Franco y se levantaron cantando loas a las urnas. La Transición no es más que un periodo de blanqueo como nadie ha visto jamás. Y de aquellos polvos, estos lodos.
No debe extrañarnos lo más mínimo cuando oímos cosas como “nosotros gobernamos la sala segunda por detrás”, o “os vamos a triturar”. Son los mismos, las mismas familias, los mismos lobbies empresariales, los mismos banqueros, empresarios, políticos, jueces.
Las cosas son muy fáciles de explicar y de entender. Quien no ha ganado las elecciones ha tenido que tragarse muchas promesas que han quedado incumplidas, gracias a una nefasta campaña electoral, diseñada por el peor de sus enemigos. No pueden aceptar que un gobierno de coalición les aparte del poder. Han presionado en la calle cuando jamás han movido un dedo por la defensa de los servicios públicos. Desde el momento que han visto que eso no funciona, que al final quedan reducido a un grupo de fanáticos religiosos rezando el Rosario cada día en Ferraz, recurren a medidas más extremas.
Tienen medios subvencionados a su servicio. Construir un bulo no es nada complicado. Disponen de los medios y de una ingente masa de hooligans que van a replicar el bulo hasta la saciedad, sin quemar una sola caloría en pensar en lo que hacen. El bulo alcanza masa crítica; los medios afines se retroalimentan unos a otros. El chillerío de sus seguidores se hace cada vez más ensordecedor. Entonces, es cuando los salvapatrias aparecen en escena, llamados por el clamor popular, viniendo a reclamar su puesto como líderes al servicio del pueblo. Recogen lo que ellos mismos han sembrado y amplifican el ruido.
Por otro lado, siempre aparece una asociación, sindicato o grupo de cuñados que, erigidos en héroes en pos de la democracia, interponen denuncias, siguiendo la marea del bulo construido, repetido, desplegado, reproducido y amplificado con anterioridad. Ya sólo falta que la denuncia caiga en manos de un juez que se salte la doctrina del Supremo, y ya estaría. Cerramos el círculo y conseguimos meter en un problema a un diputado, un senador, un ministro o un presidente del gobierno.
Ya hemos visto casos de jueces a los que han intentado echar de la vida política, diputados que han sido expulsados de su escaño por algo que se ha demostrado falso. Hemos visto como a un partido político se le ha perseguido desde que se tuvo la certeza de que constituía un peligro para el statu quo. Persecución que ha quedado siempre en nada. La pena es que, en esos casos, el presidente no se encerró en Moncloa, ni puso el grito en el cielo. Sólo se ha acordado de Santa Bárbara cuando ha tronado en su oreja.
La derecha y los periodistas que giran en su órbita montan en cólera cuando se habla de legislar contra los medios que inventan noticias. Si uno no inventa, si todo lo que publica proviene de fuentes fiables, si cada dato ha sido corroborado y demostrado con papeles, no tienen nada que temer. Pero en este país, el periodismo se ha convertido en un Sálvame de lo más barriobajero, un sector en el que la independencia depende de la procedencia de tu publicidad institucional. Nadie muerde la mano que le da de comer, pero nadie debería comer de la mano a la que algún día, quizás, deba morder.
Todos estos problemas, y otros muchos más, tienen la misma raíz, que no es otra que ese periodo mágico que llamamos Transición. No tuvimos una ley de regeneración del país, que hubiera señalado y puesto en su sitio a todo el sustrato franquista que se fue depositando en la sociedad española tras cuarenta años de dictadura. No hubo perdón ni olvido, sino amnistía, basados en el miedo a una nueva asonada de la derecha más conservadora. Pasamos página para tapar la vergüenza y la pestilencia de décadas de franquismo, de favores y prebendas por ser el que más alto alzaba la mano.
No tuvimos un Nuremberg. Pero va siendo hora de tener una Segunda Transición. Una de verdad.
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