“No todas las tradiciones son iguales, ni merecen el mismo respeto, ni son equiparables entre sí. Aunque tengan muchos seguidores recalcitrantes, no todas las costumbres deben estar colocadas a la misma altura moral”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
05/09/24. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre tradiciones: “Lo que importaba era la amnistía, porque eso era lo que les impedía que te hicieran esa radiografía que necesitabas. Lo que importaba era el independentismo, porque ese es el culpable de que no bajen los ratios en las aulas andaluzas...
...Ahora, lo que importa es el concierto económico catalán, porque ese es el que tiene la culpa de que tú, presidente de la Junta, le perdones impuestos a los más ricos, porque ese es el responsable del desequilibrio fiscal”.
Tradiciones
Bueno, pues ya estamos otra vez por aquí. Porque hay que cumplir con las tradiciones, y en septiembre volvemos, como los currantes a sus puestos de trabajo, como los fascículos a los kioskos, como los insultos al Parlamento.
Las tradiciones son algo importante en el devenir de nuestras vidas. Nos permiten participar, en la mayoría de las veces, de una memoria colectiva que nos hace sentirnos cómodos, parte de un algo intangible pero que se nos hace presente sin la menor dificultad. Por esas cosas, por ejemplo, un rojo puede ser cofrade, por muy contradictorio que le pueda parecer a muchos.
Ahora bien, no todas las tradiciones son iguales, ni merecen el mismo respeto, ni son equiparables entre sí. Aunque tengan muchos seguidores recalcitrantes, no todas las costumbres deben estar colocadas a la misma altura moral, mire usted. Porque podría ser muy tradicional levantar el brazo derecho, tanto como levantar el puño, pero no me lo compare.
Ahí tenemos al ese alcalde del PP, orgulloso de sus tradiciones, cantando micro en mano una canción que el pudor me impide transcribir. Valga con saber que sería un hit en el pabellón de pederastas de cualquier centro penitenciario. Como no podía ser de otra forma, su comportamiento cavernario se explica y defiende tras la trinchera de la tradición. Puestos a elegir, prefiero que se mantenga la tradición de echar al pilón al no autóctono. O, mejor aún, la de impedir que un impresentable acceda a un cargo público, donde representa a todo un pueblo. Este no es un caso aislado; las tradiciones malinterpretadas son una justificación común para conductas inaceptables.
Se escudan en la tradición los taurinos, además de usar como argumento aspectos económicos y de defensa de la raza del toro de lidia. Hombre, también era tradición tirar por el monte Taigeto a los niños recién nacidos con algún defecto, y no lo aplaudimos. Como tampoco abogamos por la creación de empresas dedicadas a la trata de blancas, el narcotráfico o el tráfico de armas, a pesar de ser muy rentables. Por no hablar de que no creo que sea la mejor manera de defender al lince que masacrarlo con un AK-47. Llámenme loco.
Otras tradiciones que se están imponiendo, de manera silenciosa pero que va calando en nuestra sociedad, es poner al hostelero como barómetro del mercado laboral. No creo que sea éste sector el más adecuado para calificar al españolito de a pie como un tipo que no quiere trabajar porque vive bien con el desempleo y las paguitas. No es raro el día en el que se conocen los detalles de alguna oferta de trabajo en este sector, llamándola oferta de trabajo de una forma harto generosa, cuando habría que calificarlas como arrebatos de esclavismo.
Siguen pensando que, como es tradicional, el camarero tiene que echar más horas que un reloj sin esperar nada a cambio, porque eso es lo que se ha hecho toda la vida. Y que no se te ocurra preguntar por tus condiciones de contrato a la hora de hacer una entrevista, porque eso es muy mala señal. Podrían aplicarse el parche, y no preguntar cuántos van a aparecer en el convite de una boda ni cual va a ser el menú a degustar por los invitados. A ver cuándo empiezan a darse cuenta que ellos y sus trabajadores con todo el ánimo de lucro del globo, y que todos tienen derecho a ganar dinero, pero no a costa de la vida de sus empleados.
Hay tradiciones que vienen y van, como el auge de la ultraderecha. Yo estaría más a favor de la parte del van que del vienen, pero eso no es cuestión de una sola persona, sino la de toda una sociedad que ha permitido que se le apliquen más manos de cal que a las fachadas de las casas de Frigiliana, dejando de un blanco deslumbrante a la más oscura de las ideologías que ha parido el cerebro humano. Algunos se deberían mirar cómo han permitido que un discurso zafio y vacío de contenido llegue a todos aquellos que, desde la izquierda y la derecha, se han quedado desamparados, sin que nadie se preocupe de las cosas de comer. Ahora andan en Alemania hablando de cordones sanitarios. Hay que joderse, en Alemania. Sólo nos falta que aparezca un mediocre pintor austriaco.
Pero para tradición indeseable que no hay manera de quitarse de encima es la del ninguneo y el insulto a Andalucía y a los andaluces. Desde la ofensa a nuestras maneras de vivir y sentir, pasando por el ultraje a nuestra lengua, y llegando hasta el odioso estereotipo del que hacen uso y gala en cuanto tienen ocasión. De nuevo, alguien que se pone la banderita en la solapa vuelve a hacer uso de más de ocho millones y medio de personas como arma arrojadiza. No importa que las listas de espera para que te atienda un especialista sean más largas que un día sin pan, ni que seamos líderes en paro, en desigualdad social, en abandono de los estudios.
Lo que importaba era la amnistía, porque eso era lo que les impedía que te hicieran esa radiografía que necesitabas. Lo que importaba era el independentismo, porque ese es el culpable de que no bajen los ratios en las aulas andaluzas. Ahora, lo que importa es el concierto económico catalán, porque ese es el que tiene la culpa de que tú, presidente de la Junta, le perdones impuestos a los más ricos, porque ese es el responsable del desequilibrio fiscal. Y tú, en lugar de pedir que quieres como el que más, defendiendo tu estatuto y poniéndolo en valor, lo que haces es protestar porque otros piden para sí lo que tú no tienes valor de pedir para los tuyos. Eres como Stephen Candie, ese esclavo negro que se quejaba a su amo:
-Mire amo, ese tiene un caballo.
-Y tú quieres un caballo, ¿Stephen?
-¿Para que quiero yo un caballo? Yo lo que quiero es que él no lo tenga.
En fin, que ya estamos de vuelta, y que nada ha cambiado en estos meses. Por cumplir con la tradición.
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