Alguien tuvo la idea, no sé si feliz o no, de que los tapones de las botellas de plástico se quedaran pegados a la anilla que rodea la boca de la botella, y de esa manera, reducir ella cantidad de residuos y facilitar su reciclaje

OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


03/10/24. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los tapones de las botellas de plástico: “Me sorprende sobremanera la actitud de según qué personas que se sienten incapaces de echar un trago a una botella, como si el esfuerzo de girarla hasta que el tapón quede a uno de los lados de nuestra nariz...

...estuviese a la altura de unas de las pruebas de Hércules, o la sesera no les diera tanto como para darse cuenta de ese hecho”.

No echar ni gota

Cualquiera puede entender que hay cuestiones que se nos escapan, por falta de preparación, conocimiento o de aptitudes. Yo soy un negado en todo lo relacionado con el bricolaje, y aunque me fascine la habilidad que tienen otros para hacer un mueble de salón con tres cajas de cerveza y unos guantes de látex usados, me declaro incapaz de colgar un cuadro sin que la pared sea declarada a posteriori zona catastrófica.


Además, todos somos conscientes de que debemos luchar por un mundo mejor, o al menos no dejarlo peor que cuando lo recibimos. Nos comprometemos a hacer cambios de hábitos y costumbres, a poner un poco de nuestra parte para que nuestros hijos, o los de los demás, tengan la posibilidad de no tener que pasar sus días en un estercolero, por culpa de nuestras malas cabezas.

Alguien tuvo la idea, no sé si feliz o no, de que los tapones de las botellas de plástico se quedaran pegados a la anilla que rodea la boca de la botella, y de esa manera, reducir ella cantidad de residuos y facilitar su reciclaje, ahorrando en la producción de plásticos. Me sorprende sobremanera la actitud de según qué personas que se sienten incapaces de echar un trago a una botella, como si el esfuerzo de girarla hasta que el tapón quede a uno de los lados de nuestra nariz estuviese a la altura de unas de las pruebas de Hércules, o la sesera no les diera tanto como para darse cuenta de ese hecho.

Es un tanto triste y desgarrador ver como señores con toda la barba, con canas hasta en las ingles, que van de aventureros por esta vida, se echan las manos a la cabeza ante el descomunal esfuerzo que les supone beber de una botella de plástico sin sacarse un ojo con el tapón. Desde ilustres académicos de la lengua que se acuerdan de “un hijo de puta que, cada mes, cobra sueldo y unas dietas por complicarme los tapones de las botellas de agua”, hasta afamados alcaldes de altura que ven en los tapones “una excelente manera de tener un 99% de probabilidades de que te caiga encima unas cuantas gotas del líquido…”.


Puedo ponerme en los zapatos de cualquiera y entender sus circunstancias, pero hay temas que me superan. No entiendo que aquellos que estuvieron tantos años en la línea de fuego, trabajando como reporteros de guerra, hayan sobrevivido a tanto conflicto armado, si luego no son capaces de darle un cuarto de vuelta a una botella para poder beber. De la misma manera que entiendo que el no entender el por qué de la medida adoptada es justamente el motivo por el que existe alguien Brúmela, cobrando sueldo y dietas, para que se le ocurran estas cosas.

Al señor alcalde, decirle que espero que su pericia al frente del consistorio, a la hora de resolver los problemas de los ciudadanos, sea mayor, mucho mayor, que la que posee frente a una botellita de agua. Tenga en cuenta que esa botella no ha ido al gimnasio, no lleva gafas de sol ni teléfono móvil, pero tiene un aspecto saludable, así que no tema nada al acercarse a ella. Tampoco tenga duda de lo que sucederá cuando prescinda de ella: irá a reciclarse.

El espíritu neoliberal siempre lucha por las grandes causas: poder tomarse una caña en plena pandemia, pasearte con un coche de gran cilindrada por la Gran Vía o poder beber agua sin que se les esguince una neurona.

Ellos, siempre pensando en el bien común.

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