“¿Quién se juega años de cárcel por el valor de medio iPhone? Esto fue una operación quirúrgica. Precisa. Coordinada. Con mala leche. Terrorismo logístico disfrazado de chatarrería”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
08/05/25. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el robo de cobre de las líneas del tren: “Los cables sustraídos no eran cables cualquiera. No. Eran los del sistema de seguridad. Es decir, los que permiten saber si un tren está donde debe estar, si puede circular,...
...si hay alguien en la vía. Quitarlos es como arrancar los frenos de un autobús con niños y esperar que no pase nada. Que no ocurriera una desgracia fue, literalmente, cuestión de suerte”.
Por un puñado de cobre
En la madrugada del lunes, alguien –presuntamente con más conocimientos técnicos que toda la oposición junta – decidió darle al país una clase práctica sobre infraestructura crítica. ¿Cómo? Robando 150 metros de cable de cobre en cinco puntos distintos de Toledo. Resultado: trenes paralizados, más de 10.000 pasajeros en tierra y una red ferroviaria que quedó más inútil que Abascal, da igual cuándo. ¿Un robo? Por favor. Eso se lo cree quien todavía piensa que algún día sabremos quién es M. Rajoy.
Esto no fue un robo. Fue un sabotaje con todas las letras, aunque con una inversión que ni un delincuente de medio pelo justificaría: apenas 1.000 euros en cobre y millones en caos. ¿Quién se juega años de cárcel por el valor de medio iPhone? Esto fue una operación quirúrgica. Precisa. Coordinada. Con mala leche. Terrorismo logístico disfrazado de chatarrería.
Pero ojo, que el asunto va más allá del teatro ferroviario. Porque los cables sustraídos no eran cables cualquiera. No. Eran los del sistema de seguridad. Es decir, los que permiten saber si un tren está donde debe estar, si puede circular, si hay alguien en la vía. Quitarlos es como arrancar los frenos de un autobús con niños y esperar que no pase nada. Que no ocurriera una desgracia fue, literalmente, cuestión de suerte. O de milagro, si es más papista que el Papa.
Y mientras tanto, España entera paralizada. Porque resulta que si alguien corta unos cables, la gloriosa alta velocidad española se convierte en una exposición de trenes parados en vía muerta. Adif corre a poner denuncias, el Gobierno habla de “clara voluntad de hacer daño” y los portavoces ministeriales parecen más indignados por la humillación pública que por el riesgo real. ¿Y la seguridad? Bien, gracias. Estaba de puente.
Para rematar el sainete, un tren de Iryo, en plena debacle, decidió engancharse a la catenaria como quien ya ha perdido toda esperanza. Porque si hay algo que nos gusta más que el drama, es el drama con efectos especiales.
La oposición, por supuesto, ha tardado cero coma en pedir explicaciones. El PP exige respuestas como si no llevara décadas dejando la seguridad en manos de subcontratas con PowerPoint. Eso sí, mientras vociferan desde el Congreso, Mazón sigue llevándoselo crudo en la Comunidad Valenciana sin que nadie le quite el plato. Daños al AVE, sí. Pero los trenes de la doble moral nunca descarrilan. ¿Qué pasará ahora? Pues todo el mundo se rasga las vestiduras, los sindicatos exige “planes de contingencia”, y algún iluminado propondrá poner cámaras. O un guardia civil cada 100 metros.
Lo único seguro es que los autores de esta fechoría no buscaban dinero. Buscaban dar un golpe. De efecto, o de lo que sea. Mandar un mensaje. Y el mensaje ha llegado alto y claro: no importa la manera, el modo ni las víctimas colaterales. No importa el daño que se haga a los ciudadanos, los gastos que luego pagamos todos ni la posibilidad de pérdidas humanas, mientras se consiga tirar al gobierno.
Eso sí que no tiene precio. Mucho más que el cobre.
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