Lectura de Hablo todas las lenguas, pero en árabe de Abdelfattah Kilito, El Desvelo, Santander, 2018
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
17/12/19. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta nos habla en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el escritor Abdelfattah Kilito: “La estructura de muchos de sus libros recuerda la de la novela picaresca española y la de las antiguas Maqamat, donde cada historia es independiente, aunque haya un delgado hilo que las una. Sus ensayos se leen como fábulas y...
...sus ficciones (que suelen tratar temas como la escritura y la literatura) se leen como ensayos”.
Kilito, el último morisco
Abdelfattah Kilito (Rabat, 1945), profesor de literatura francesa en la universidad Mohammed V de Rabat, ha sido profesor visitante en las universidades de París, Princeton, Harvard, Burdeos y Collège de France. Su calidad humana, literaria y académica han sido reconocidas con varias distinciones en su país y en Francia. La parcela de interés que cultiva es la literatura árabe, francesa y magrebí. Se confiesa escritor ambidextro: escribe en árabe (la lengua del deber, lengua histórica, le gusta decir) y en francés (la lengua del placer, lengua geográfica, aclara), pero -curiosamente- declina traducirse él mismo de una a otra lengua. ¿La razón?: un cierto horror a la relectura.
Conocí a este escritor en casa de Lucille Daumas y Ahmed Ararou, cuando viví en Rabat. Más tarde, en 1997, lo entrevistamos, como introducción a tres textos suyos que publicaríamos en el número 10 de la revista Aljamía que editaba la Embajada de España en Marruecos: “El libro y la vida” (traducido del árabe por Ferdaouss Bakhati), “Un edén babélico” (vertido del francés por Oumama Aouad) y “Una temporada en el hammam” (traducido del francés por Ahmed Ararou y yo mismo). Eran los primeros textos y entrevista publicados en español. En el año 2004 se editó La puerta de los vientos. Narradores marroquíes contemporáneos (Marta Cerezales, Miguel A. Moreta y Lorenzo Silva, Madrid, Destino), que acogió, además de “Una temporada en el hammam”, otros tres textos traducidos por Marta Cerezales: “La muralla”, “La mujer de R.” y “Dúo”. Desde entonces, Marta Cerezales Laforet se ha convertido en la introductora de este, hasta hace una década, casi ignorado autor en el mercado editorial hispano. Así, ha vertido del francés al español El caballo de Nietzsche (Losada, Madrid, 2005), La controversia de las imágenes (Losada, Madrid, 2007), La curiosidad prohibida (Turner, Madrid, 2011), El ojo y la aguja (Menoscuarto ediciones, Palencia, 2015) y Hablo todas las lenguas, pero en árabe (El Desvelo, Santander, 2018). Ahmed Ararou y Saïd Sabia tradujeron, por su parte, desde el árabe No hablarás mi lengua (Kaicron, Buenos Aires, 2013). Y parece que Marta Cerezales, consagrada como “la” traductora de Kilito al español, ya está preparando otro nuevo libro del autor marroquí.
“Una obra no traducida solo está publicada a medias”, sostiene Kilito que decía el traductólogo Antoine Berman (1942-1991), quien lo copiaba de Ernest Renan (1823-1892). Me atrevo a afirmar que, aunque hasta ahora dispongamos de media docena de títulos, Kilito ya está enteramente traducido al español. Quizá también el Kilito futuro, el no escrito aún. Afirmo esto porque quien se aventura a leer un relato, un ensayo, un libro, una sola página suya, ya ha leído toda la obra del escritor rabatí. Otra cuestión es que, una vez probado el veneno de un libro suyo, uno se convierta en un lectoadicto a Kilito.
En algún momento el autor, ante el debate sobre el estatuto genérico de sus obras (¿ensayo, novela, autoficción?), apuntó a una frase de un furioso y profuso escritor del XVIII (Louis-Sébastien Mercier): “Yo no escribo libros, escribo páginas”. La estructura de muchos de sus libros recuerda la de la novela picaresca española y la de las antiguas Maqamat, donde cada historia es independiente, aunque haya un delgado hilo que las una. Sus ensayos se leen como fábulas y sus ficciones (que suelen tratar temas como la escritura y la literatura) se leen como ensayos. En ese territorio (¡tan extraterritorial!) se mueve como el mismísimo don Jorge Luis Borges. Para ellos dos, el paraíso tiene forma de biblioteca. Los demás, más conocedores de la realidad mortal, constatamos que, en los infiernos de por acá, no hay libros.
Kilito, que es también una enciclopedia, se pasea, nos pasea, por las literaturas árabes de hace mil años y por la poesía preislámica con la misma felicidad que lo hace por la de sus contemporáneos, en permanente diálogo con sus paisanos magrebíes y con sus iguales franceses. Entre los de ahora, están algunos de los que más han aportado al nacimiento y desarrollo de la novela magrebí: Lahjomri, Berrada, Laroui, Sefrioui, Meddeb, Khatibi… Y entre los clásicos, Ma’arri, Al-Jahiz, Ibn Jaldún, Al-Hariri, Calila y Dimna, Las mil y una noches…
Kilito -conjeturo- es, más que un escritor, un lector que escribe sobre escritores que leen. Si no fuera por sus ojos de halcón, se parecería -ya lo he dicho- a Borges. Su obra es un enorme libro, un discurso lleno de sombras, de espejos, de dobles, de reflejos, de fantasmas, de reflexiones sobre el bilingüismo, la traducción y todas las zonas fronterizas de las interlenguas y la ficción. Adentrarse en cualquiera de sus ensayos es abrir la caja de las sorpresas metaliterarias: usted podrá viajar con el tangerino Ibn Batuta, acompañar los restos de Averroes desde Marraquech hasta su Córdoba natal, indagar con saber y sabor la lengua de Adam, vadear el río Tigris ennegrecido por la tinta de las bibliotecas de ciencia ahogadas en sus aguas, leer el libro de los locos sabios de Nisaburi, acceder a la biblioteca prohibida, evitar el libro envenenado, conocer el antilibro que contiene todo libro, recaer una y otra vez en el libro mágico, manía infinita de un libro que nunca se acaba de leer, que siempre se relee (leerlo de cabo a rabo sería recompensado con la muerte del lector).
En aquella lejana entrevista de hace veintidós años, recuerdo que, hablando de Abdallah, un personaje de La controversia de las imágenes seducido por el cómic (Kilito es un reconocido tintinólogo) y el cine, confesaba que participaba de esa fascinación, una característica generacional en los autores árabes (pienso que también en los europeos). Pero a renglón seguido, al preguntarle por el sentido autobiográfico de algunos de sus escritos, rápidamente se desmarcaba: para Kilito solo se hace autobiografía cuando se ha sufrido mucho o cuando es necesario justificarse. Así nos enteramos de que es feliz, tanto al menos como su literatura.
Las paradojas y contradicciones son muy del gusto del autor, las esgrime muy a menudo y delatan su irrefrenable tendencia al juego, la ironía y el humor. En el fondo -dice- la literatura no es más que un inmenso casino, para citar a continuación a Mallarmé: “Un coup de dés jamais n’abolira pas le hasard”. Cuando le preguntan que por qué no publicó nunca su tesis doctoral sobre François Mauriac, revela que la consideró indigna porque usó mal un imperfecto de subjuntivo. Y entonces cita a Cioran: “Je rêve d’un monde où l’on mourrait pour une virgule”.
En Hablo todas las lenguas, pero en árabe hay un momento en que el narrador está embebido en un libro de Ahmed Sefrioui (1915-2004) y al lector Kilito le gana una de las felicidades de la lectura: leer “levantando la cabeza”, “debido a la gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones” (que dice el maestro Roland Barthes). Esta literatura nerviosa, esta felicidad de leer levantando la cabeza acontece con todos los libros de Kilito. Por eso le estamos, le estoy tan agradecido. Quedan ustedes invitados al festín, a participar de una manera de lectura donde poder escuchar a Kilito en todas las lenguas, pero también en español.
Puede leer aquí anteriores entregas de Miguel A. Moreta-Lara:
- 19/11/19 Elogio del libro gordo
- 19/11/19 Tú a Reno (Nevada) y yo a New York
- 05/11/19 Quiero a una bollera de presidenta