“Antonio Álvarez de la Rosa, catedrático de francés en la universidad de La Laguna, sigue ejerciendo de crítico literario, traductor y periodista. Aunque sería más justo decir que ejerce de farero, de vigía o de observador”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces14/10/20. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana habla sobre Antonio Álvarez de la Rosa, traductor y también colaborador de esta revista: “Mi libro favorito de Álvarez de la Rosa de los que le tengo leídos es, sin dudarlo, Libros del paseante. París entre páginas (2015), donde el autor se convierte en un bailarín por...
...los tejados de París, transmutado en un Gades zapateando el asfalto de esa inacabable ciudad literaria. Allí tocas un adoquín y salta la liebre de un libro. Cien libros que vuelan y que Antonio agavilla en un volumen: este libro de libros, para releer y pasearte por el París de las letras”.
Un observador inconcluso
Antonio Álvarez de la Rosa, catedrático de francés en la universidad de La Laguna, sigue ejerciendo de crítico literario, traductor y periodista. Aunque sería más justo decir que ejerce de farero, de vigía o de observador. En el capítulo de la traducción, además de haber sido distinguido con el “premio Rafael Cansinos Asséns 2010” por la traducción de Mi querida maestra de Gustave Flaubert, tiene en su haber una dilatada carrera en traernos al castellano, entre otros muchos, algunos textos y novelas de Gustave le Rouge, René Clair, Dominique Fernández, Guy de Maupassant, Víctor Hugo, Julien Gracq, Stendhal, George Sand, Flaubert, Alejandro Cioranescu, Michel del Castillo, Jean Cocteau, Jean Echenoz… Una de sus últimas versiones es la modélica y muy recomendable Vidas imaginarias de Marcel Schwob (Alianza, 2017). También acaba de salir una deliciosa teoría de Andalucía disfrazada de libro de viajes de Michel del Castillo titulada Andalucía (Renacimiento, 2020) y está ultimando una traducción de las cartas de Flaubert, a quien ha trasteado toda su vida: ese epistolario, un selecto volumen que saldrá en 2021, estoy esperándolo como agüita de mayo… Si hablamos de géneros, nuestro trujamán ha versionado novelas, ensayos, poemarios, libros de memoria, etc.
Pero no solo se ha apasionado por la literatura francesa evocada en esa lista. Nuestro amigo es un permanente y acucioso lector de grandes maestros a los que nunca ha dejado de frecuentar: Camus, Voltaire, Proust, Yourcenar, Steiner, Kundera, Tabucchi, Beauvoir, Lledó… Su bonhomía intelectual y canaria quizá explique la amical relación que entabló con muchos creadores: con el poeta fasí Abdellatif Laâbi, con el poeta Luis Feria, con la novelista cubanocanaria Nivaria Tejera, con el narrador Michel del Castillo o con el escritor rumano Alejandro Cioranescu. A todos ellos este intraductor les ha dedicado estudios y ediciones impecables: reivindico aquí la de Dinde, un libro inclasificable y bellísimo de Luis Feria (1927-1998), o la de la novela El barranco de Nivaria Tejera (1929-2016).
Mi libro favorito de Álvarez de la Rosa de los que le tengo leídos es, sin dudarlo, Libros del paseante. París entre páginas (2015), donde el autor se convierte en un bailarín por los tejados de París, transmutado en un Gades zapateando el asfalto de esa inacabable ciudad literaria. Allí tocas un adoquín y salta la liebre de un libro. Cien libros que vuelan y que Antonio agavilla en un volumen: este libro de libros, para releer y pasearte por el París de las letras, es uno de los mejor escritos de esa noble estirpe del flaneo literario, de esa manera de pensar la ciudad con los pies, al tiempo que es la jugosa guía para un inteligente y particularísimo vagabundeo por la hermosa Ciudad de la Luz.
Pero ese pequeño volumen para mí fue una excursión venturosa del verano del año anterior. En el agosto del 2020 (Al mal tiempo, cara de libro, le copio) me las he visto con otro libro suyo publicado hace veinte años (que -verdad santificada por el tango- no son nada): Sin conclusiones (1999, con prólogo de Emilio Lledó) es una selección de artículos aparecidos en La Gaceta de Canarias entre los años 1992 y 1996. Son 154 textos agrupados en seis secciones: “Canarias desde dentro”, “La literatura como búsqueda”, “Medios de información”, “Lo social”, “En torno a la política” y “Asuntos europeos”. Se trata de la obra de un afrancesado de postín, un ilustrado, un flaubertiano de primera mano, un fustigador de la estupidez, un crítico de la sociedad muy puesto al día, un fino y consumado lector voraz de la actualidad social, política y literaria. No se crea que por ser un libro publicado hace una veintena de años, su contenido está pasado y podrido ya. Para nada. Y esto ocurre por dos razones. La primera es que, para nuestra desgracia, la situación sociopolítica de nuestra nación de naciones puede recibir idénticos análisis críticos a los que reflejó por escrito Álvarez de la Rosa ante las tendencias que veía en la primera mitad de los años noventa del siglo pasado (tendencias que han degenerado desde el huevo de ayer hasta la serpiente monstruosa de hoy): la voladura controlada de la sociedad del bienestar, los nacionalismos emergentes, los reduccionismos culturales, la erosión de la decencia (de la docencia, ni les cuento), el estruendo tertuliano del oportunismo político, el aumento exponencial de los desheredados, el Leviatán devorador del dinero, el desastre ecológico de alcance planetario… El moribundo Estado del bienestar -asistido por neoliberales y neofascistas- y el paralelismo con la crisis de los años treinta del siglo pasado, aquella que desembocó en fascismo y guerra, es una constante preocupación en muchas de estas páginas: “El ciudadano -teledirigido, aborregado, saturado de miedos- está maduro para que le protejan como sea”.
La otra razón de la tersura de este libro es la escritura, el estilo y la gracia con que aliñó sus crónicas periodísticas recogidas aquí. La página bien escrita siempre se salvará del enmohecimiento. No pretendo hacer un análisis del estilo de estos artículos, muchos de ellos microensayos, pero no puedo dejar de aludir a algunos de los valores formales de su pensamiento: la claridad -esa cortesía con el lector-, su inagotable tolerancia, la constante utilización de frases felices y de hallazgos retóricos continuados (como sus espléndidas alegorías) y la postura humanista -compromiso, nunca pose- de experimentado profesor. Todo ello presta a cada uno de los artículos de Álvarez de la Rosa, aunque traten de asuntos muy preocupantes, un aire de conversa tranquila y educada, haciendo honor al título del libro (que, por cierto, es el mismo que utiliza para nombrar su sección en esta revista) y transmitiendo al respetable que “la realidad es poliédrica, casi siempre”.
No deja de ser un síntoma del deplorable estado presente de nuestra democracia el que, con toda propiedad, podamos aplicar hoy la recomendación que Álvarez de la Rosa extrae de un artículo del asesinado Tomás y Valiente: “Urge resucitar […] un clima de respeto mutuo, de discusión sin desprecio a las personas, de menos insultos, menos acusaciones y menos condenas apresuradas”.
Los escépticos también envidiamos su cerrada defensa de la cultura como vacuna, si no contra la violencia, contra la intolerancia, contra los voxeadores de la ultraderecha. A la hora de recomendar o citar es difícil seleccionar un artículo o una idea; si acaso, uno se queda con “Feria de la infancia”, uno de los más tiernos homenajes hechos a la poesía y a la escritura de Luis Feria, el grandísimo poeta canario, pero el corazón del amigo late en muchas otras páginas, así como la honda defensa de la vida, de la buena educación, del ilustrado debate político, de la crítica con altura de miras, del buen libro, del cine (“pan de nuestra imaginación, pan universalmente compartido”) y de los jodidos de la tierra…
Decía Octavio Paz que entre nosotros no existe la república de las letras, que oscilamos “entre la promiscuidad de la horda y la soledad de los anacoretas. Literatura de robinsones, polifemos y ermitaños”. Pues eso, que para felicidad de los lectores, don Antonio sigue haciéndonos escuchar su alentadora voz -su aquilatada escritura- de anacoreta desde el rincón de un observador inconcluso y poliédrico.
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara