“Vista en conjunto, su obra narrativa descubre, como en un puzle, una fotografía panorámica de la infausta sociedad urbana del franquismo, museo de los horrores y etapa plomiza y desalmada de la segunda mitad del siglo XX”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
27/04/21. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Juan Marsé: “Es el autor de una serie de novelas imprescindibles (Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, Ronda del Guinardó, El embrujo de Shanghai, Rabos de lagartija, etc.), de gran éxito de público y...
...crítica, en las que fue registrando la dura infancia de la postguerra, creando personajes míticos de la sentimentalidad barcelonesa (el charnego Pijoaparte) y construyendo sabrosas historias con ayuda del estilete irónico y de una prosa muy cuidada”.
Juan Marsé se despide de ustedes
Por fin soy el escritor invisible que siempre quise ser
Juan Marsé [para su lápida]
Juan Faneca Roca o Juan Marsé Carbó (1933-2020) es el autor de una serie de novelas imprescindibles (Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, Ronda del Guinardó, El embrujo de Shanghai, Rabos de lagartija, etc.), de gran éxito de público y crítica, en las que fue registrando la dura infancia de la postguerra, creando personajes míticos de la sentimentalidad barcelonesa (el charnego Pijoaparte) y construyendo sabrosas historias con ayuda del estilete irónico y de una prosa muy cuidada. Pertenecía a la generación del cincuenta, o del medio siglo, o del realismo social, aunque por derecho propio y de amistad estuviera siempre cerca de las poéticas de la llamada Escuela de Barcelona, de la que formaban parte -entre otros- José Agustín Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, muy cuates todos de Juan Marsé.
Vista en conjunto, su obra narrativa descubre, como en un puzle, una fotografía panorámica de la infausta sociedad urbana del franquismo, museo de los horrores y etapa plomiza y desalmada de la segunda mitad del siglo XX, y que a veces tenemos la sensación de que sigue dando coletazos, aunque el dictador de la voz aflautada lleve bajo tierra (o eso nos han contado) más de cuarenta años. Quizá así se explique que haya sido uno de los autores españoles más cinematografiados: al menos hay ocho filmes basados en novelas suyas, por no mencionar su temprana y sostenida fascinación por el cine y sus trabajos como guionista y periodista. Pero en esos últimos años, a pesar de haber recibido el Premio Cervantes en 2008, sintió que su tiempo ya había pasado: sospechaba que cuanta más fama le cercaba y más premios le llovían, menos se le leía. En eso consiste la visibilidad de los artistas de hoy.
Notas para unas memorias que nunca escribiré (Barcelona, 2021), transcripción de un diario del año 2004 y tres libretas, el último libro firmado por Juan Marsé aparecido póstumamente, no creo que aporte ni un ápice más a su gloria de narrador, aunque sí que añade algunos granos de sal, ironía y malaleche a su también heroicamente ganada fama de rompepelotas (que está en la RAE) o de tocagüevos o tocacoños (que no están).
Alguna lectriz pensará que el escribidor de este diario se mueve entre el exabrupto y la boutade, pero, señoras y señores, nadie podrá negar que estas notas son Juan Marsé en estado puro. Como persona y como literato. Es Juan Marsé en calzoncillos, ejerciendo placenteramente de yayo, paseando a su perro, nadando, disfrutando de su cinefilia (registra varios interesantes listados de sus filmes favoritos) y viviendo al por menor. Pero también es el Juan Marsé del discurso estético (reescribiendo con fruición sus textos) y ético (disparando juicios). Entre sus dianas favoritas están los políticos del procès, la interminable pesadilla franquista, la prepotencia y corrupción del PP, la jerarquía eclesiástica española, los robos de Jordi Pujol, la cobardía legislativa y la ineficiencia del PSOE… También se complace en brearse contra los intelectuales, los escritores (entre sus bestias negras están Baltasar Porcel, Francisco Umbral o Juan Goytisolo) y los periodistas apestosos (profesión que había ejercido largamente y siempre acostumbró leer diariamente tres periódicos). Aquí espigo unas cuantas perlas (o gracejerías, como las llamaría Varguitas) que confirmarán a Marsé como el rey de la calificación molestosa:
-Las novelas de Juan Goytisolo tienen menos interés que las presuntas novelas de Nuria Amat, Pilar Rahola y Carme Riera, las tres juntas.
-Anna Caballé, ejemplo de la estulticia cultural más mercachifle.
-Junqueras con su tono de capellà misacantano.
-Cela, como novelista, redicho y petulante […] una presencia abusiva, campanuda y obscena […] un buen prosista, un novelista palabroso y mediocre y un ciudadano detestable.
-Nuria Amat, la pastelera de las letras.
-Pilar Rahola metida a novelista con toda su chatarra verbal y su insufrible sentimentalidad catalanufa.
-Javier Cercas es una especie de predicador.
-Francisco Rico en el Vaticano besa la mano del papa Francisco -cervantista declarado- y se vuelve gilipollas.
-Julia Navarro: grado cero de la escritura.
-Cinco esquinas de Porcelallosa: grado menos cero.
-Hoy, después de leer el diario ABC, he vomitado. Examinado el vómito, he visto que contenía malolientes gramos de prosa de Juan Manuel de Prada y de Salvador Sostres.
-Otro nombre que ensucia y envilece el periodismo: Francisco Marhuenda.
-Los restos de Franco podrían estar enterrados dentro de Juan Manuel de Prada.
-Aznar es ya la calavera agusanada del franquismo, y sus mentiras son su mortaja.
-El grupo editorial Planeta banaliza y mediatiza la producción novelística. La verdadera literatura está en las trincheras.
-La Catalunya ensimismada, carca, provinciana, patufetista y meapilas.
-En España nos ahoga el bla-bla-bla y sobran cojones y banderas.
-La herrumbrosa maquinaria judicial de este país sigue en manos de franquistas emboscados, vergonzantes y asnales.
-INSTRUCCIONES PARA VIVIR EN ESPAÑA. Si desea españolizarse pulse Wert. Si desea catalanizarse pulse Tardá/Rufián. Si desea baturrizarse (la mejor opción) pulse Esperanza Aguirre. Si desea borrarlos, vote al valeroso diputado que un día exclamó en las Cortes: “¡Señores, estoy de todos nosotros hasta los cojones!”.
Leyendo estas espinosas notas, uno se acuerda del Marsé más gamberro y setentero, el de Señoras y señores o el de Confidencias de un chorizo, donde manejaba como un matarife los adjetivos, acerados y cortantes. Fueron dos series de colaboraciones que se publicaron en la revista Por Favor, de la cual era jefe de redacción, y posteriormente (1977) recogidas en libro. En ellas, Marsé compuso unos magistrales retratos de la fauna politicomediática de aquellos años de la santa Transición. Y, aunque estos libros ya estén “caducados, desconectados y descatalogados” (que es como se sentía al final Marsé), aún hoy poseen toda la potencia y belleza de la herramienta sabiamente esgrimida.
Si aplicamos la definición marseana de que “la literatura es el deseo ajustando cuentas con la realidad”, en este reciente libro de Notas para unas memorias que nunca escribiré hay más ajuste de cuentas que literatura, aunque no escaseen confesiones de este jaez:
Mis amigos de la infancia en el Penedés, unos muchachos desnudos bajo el sol y entre viñedos, nadando en las albercas con runas, y unos paisajes. Esa es mi patria.
Muchas de las más de cien páginas de notas de Ignacio Echeverría con que se ha engordado el libro resultan en ocasiones ociosas, pero puede ser que, dentro de cien años, las agradezca el lector tiquismiquis, aunque para entonces, como apuntó en cierto libro Milan Kundera:
Todo será olvidado y nada será reparado. La función de la enmienda (ejercicio de la venganza y del perdón) será cumplida por el olvido. Nadie abolirá los errores cometidos, pero todos los errores serán olvidados.
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara