“En este ciclo, se describe un camino solar, de este a oeste, recorrido por personajes que son -entre ellos- conocidos, compañeros de viaje, amantes de una noche o amigos para siempre”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces

07/07/21. 
Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Cristina Cerezales y su trilogía ‘Encuentros en el Camino de Santiago’ : “Visto ahora en perspectiva, el mundo narrado por Cristina Cerezales Laforet en esas tres novelas, tiene mucho de simbólico. De hecho, los títulos ya apuntan a ese juego...

...de los elementos primordiales: lo celeste o solar en la primera, lo terrenal en la segunda y lo acuático sugerido por la tercera, con muchas y originales correspondencias entre todas ellas (cielo-tierra-mar) y el hipersímbolo del camino”.

Las historias fingidas y verdaderas de Cristina Cerezales (Hacia el fin de la tierra)

En 2006 Cristina Cerezales inició su trilogía Encuentros en el Camino de Santiago con una primera entrega titulada Por el camino de las grullas, continuada con Por tierras del silencio (2020) y culminada con Hacia el fin de la tierra (2021). En este ciclo, se describe un camino solar, de este a oeste, recorrido por personajes que son -entre ellos- conocidos, compañeros de viaje, amantes de una noche o amigos para siempre. Salvando todas las distancias, uno no puede evitar recordar las andanzas de Jack Kerouac en On the road: ese mismo aire -jazzístico- de road novel se respira en esta carretera transitada por la autora.


Visto ahora en perspectiva, el mundo narrado por Cristina Cerezales Laforet en esas tres novelas, tiene mucho de simbólico. De hecho, los títulos ya apuntan a ese juego de los elementos primordiales: lo celeste o solar en la primera, lo terrenal en la segunda y lo acuático sugerido por la tercera, con muchas y originales correspondencias entre todas ellas (cielo-tierra-mar) y el hipersímbolo del camino. En las tres se narran diferentes procesos anímicos, en un diálogo permanente con la naturaleza y durante una demorada itinerancia que transcurre por el famoso Camino, cuyo límite se alcanza en la tercera entrega.


Este cierre de la trilogía, Hacia el fin de la tierra, se resiente de una estructura mucho más ligera, centrada en dos personajes -Encina y Marina: atención a los nombres-, con menor documentación y peso literario que las dos anteriores. Ello es debido -creo yo- a un defecto lector: leído como libro autónomo queda enflaquecido, como desgajado, pero adquiere todo su potente significado (final de viaje) si se lee junto a todo lo narrado anteriormente. Este ritmo decreciente es visible en el número de páginas de cada una de las entregas: 470, 270 y 142. Quizá la autora debiera valorar la conveniencia de su publicación en un solo volumen.

Afirmaba Unamuno en el prólogo a su Romancero del destierro (1928) que “las obras más duraderas -se ha dicho mil veces- son las de circunstancias”. También en esta última novela la narradora se aplica a recuperar y homenajear el mundo más vital (tal como hizo en Por tierras del silencio y en Por el camino de las grullas), reseñando pueblos, aldeas, alojamientos, veredas y montes: el lector hará bien en tomar nota de la excelencia de las anguilas fritas de cierto mesón, atender al vino producido por las uvas Godello y Mencía o conocer el mejor lugar para contemplar la puesta de sol desde el faro de Finisterre. Asunto siempre sugestivo es el de la sabiduría popular, como las supersticiones en el día de san Juan que una de las protagonistas dice practicar (tumbarse desnuda sobre el rocío al alba; ver el futuro en una clara de huevo sobre un vaso de agua), como la botánica oculta (remedios vegetales de la digital, el hipérico o el árnica), como los ritos de fertilidad asociados a las camas da pedra y al paso de las ballenas, o como las leyendas de lobos.


La Historia reciente también proporciona jugosos sucedidos y personajes muy reales a la narración de Cristina Cerezales. Entre ellos, solo me referiré a dos de los relatos que la autora pone en boca de un periodista caminante (Paco García Novell). El primero es el del pueblo de Foncebadón, el puerto que separa la Maragatería de El Bierzo, donde los dos únicos habitantes (hoy ya son 22) se opusieron a que les arrebataran las campanas de su ya semiderruida iglesia. La prensa recogió este hecho de resistencia por parte de la anciana María y de su hijo Ángel e incluso el escritor leonés Julio Llamazares le dedicó el artículo “Las campanas de Foncebadón” (El País, 26/03/1993). El otro es la historia del maquis nacido en Salas de los Barrios (León), Manuel Girón Bazán, una leyenda en la inmediata posguerra (“el león de Salas a quien no fieren las balas”), fundador de la Federación de Guerrillas León-Galicia (1942). A este luchador antifranquista se le dio por muerto varias veces y finalmente fue asesinado a traición en 1951 por un infiltrado de la Guardia Civil. Son dos graves temas que Cristina Cerezales deja apuntados como de pasada, disfrazándolos de anécdotas: el de la España vaciada y el de la memoria histórica. Es una técnica, esta de derramar aconteceres mínimos en apariencia -como migas de pan-, pero de calado, que aplica torrencialmente la narradora a temas de toda índole: incomunicación, amor, enfermedad, violación…

Aunque Hacia el fin de la tierra, como proclama el título, es la culminación del camino, acaso el morir (finisterrae), también el sol -que contemplan las dos mujeres hundiéndose en el océano- anuncia nueva vida, el resurgimiento físico y anímico, tanto de Marina como de Encina, tras unas experiencias traumáticas. En otras etapas el Camino propició encuentros (“sin necesidad de tomar decisiones”) y el hermanamiento (“uno de los atractivos del camino es que hermana personas y países”), pero ahora, frente a ese mar, las protagonistas descubren que han hecho un camino de liberación y que están listas para amar y ser amadas. Todo eso dicho con las palabras fingidas y verdaderas de Cristina Cerezales, las mismas que me recuerdan lo que decía Blas de Otero en una de sus Historias fingidas y verdaderas:


“El aire mueve lentamente las páginas del libro, esta es una de sus misiones principales; desconfiad del libro encerrado en sí mismo, de las sabias o hermosas palabras que se agostan al simple contacto del aire”.

Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara