“La prosa poética de Miquel es de una sensibilidad, de una ternura exquisita. Habrá que decirlo desde el principio: el sesgo juanramoniano de su estilo es evidente”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces17/11/21. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana habla sobre el escritor Ángel Miquel Alcaraz (1919-1995): ““Lo grande se puede esconder en lo mínimo”: esta constatación de Miquel, referida a una función teatral popular, pone de manifiesto cómo caló en su escritura la política republicana de extensión cultural...
...llevada a cabo por los autores del 27 (Lorca, Max Aub, etc.). Pero, al mismo tiempo, ese concepto de lo mínimo será un ritornelo del primer título de su prosa poética y, me atrevería a decir, de toda la obra literaria (al menos de los ocho libros que he tenido la suerte de disfrutar) de este escritor”.
La prosa poética de Ángel Miquel Alcaraz, escritor de los goces serenos
Allí están los goces serenos
de mi pueblo dulce,
las formas puras,
las más perfectas armonías,
las leyes que realizan bellos ideales.
Ángel Miquel, del libro Interior (1955)
Veinticinco años después de la muerte de Ángel Miquel Alcaraz (1919-1995), autor de una obra de incontestable y altísima calidad poética, ha salido al rescate su hijo, el escritor, profesor e investigador Ángel [Francisco] Miquel Rendón, quien contó con la complicidad de su cuate, el editor, poeta y crítico José María Espinasa, para publicar en tres tomos las obras completas de este poeta del exilio, de los que hasta ahora han aparecido dos bellos tomos, aunque ya se anunció el tercero para el año entrante. Como afirma Espinasa, aún hay mucha tela que cortar, mucho que decir del exilio republicano español en México. Este redescubrimiento de Miquel Alcaraz le da la razón al director de Ediciones Sin Nombre, al tiempo que constituirá de seguro una muy grata sorpresa para los nuevos lectores. El primer tomo, Poesía 1946-1955 (México, 2020), reúne cinco libros de poesía (Poesías, Crevillente, 1946; Alma en flor, Alicante, 1948; Gozo y cantar, México, 1953; 33 poemas, México, 1954; Interior, Torreón, 1955), mientras que el segundo, Prosa poética 1960-1974 (México, 2021), acoge tres libros (Ángel Francisco. Libro para un niño, Torreón, 1960; Xocoyote, México DF, 1971; Alicante: una ciudad en el recuerdo, México DF, 1974). El tercer tomo -según comunicación de su hijo Ángel Miquel Rendón- “contendrá el poema dramático Cabora y una sección con poemas, cuentos y cartas inéditos”.
La prosa poética de Miquel es de una sensibilidad, de una ternura exquisita. Habrá que decirlo desde el principio: el sesgo juanramoniano de su estilo es evidente. Pero hay más: está el arte del diálogo con la criatura no humana -como en el caso de Platero y yo- o no nacida -como en el Libro para un niño-. La profundización en el mundo infantil que lleva a cabo Ángel Miquel era una preocupación no solo poética, sino también política en el caso del escritor onubense, como es sabido. La prosa que principia “Siento el llanto de los niños negros” es un ejemplo señero de esta inquietud ética y social (o política, si se quiere) que otros poetas de la generación de la Segunda República mantuvieron sin descanso: Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y, sobre todo, Emilio Prados.
“Lo grande se puede esconder en lo mínimo”: esta constatación de Miquel, referida a una función teatral popular, pone de manifiesto cómo caló en su escritura la política republicana de extensión cultural llevada a cabo por los autores del 27 (Lorca, Max Aub, etc.). Pero, al mismo tiempo, ese concepto de lo mínimo será un ritornelo del primer título de su prosa poética y, me atrevería a decir, de toda la obra literaria (al menos de los ocho libros que he tenido la suerte de disfrutar) de este escritor. El niño también es un mínimo de la vida humana, como las aves, los árboles, las plantas, seres individualizados por Miquel en una polilla, un reguero de hormigas, una flor, un canario... El poeta se deleita con el micromundo, como hacen los niños en su pequeño gran mundo. Y, al fin, lo mínimo deviene lo hondo, lo importante, lo que podríamos llamar la belleza ínfima y esencial del mundo. Un mundo también habitado por los dioses y por una caterva de seres maravillosos, ángeles y hadas.
No está de más señalar que en algunas páginas se evocan figuras de gran interés, como “la dulce poetisa” Gabriela [Mistral, 1889-1957] o la teósofa y artista Pepita Maynadé [1908-1978], autora de la ilustración de la portada de esta edición de Prosa poética, a la que trató Miquel en México, cuyos dibujos acompañaron la primera edición de Ángel Francisco (1960). Ángel Miquel contó siempre con reputados artistas que ilustraron varios de sus libros, como los dibujos de su paisano Gastón Castelló (1903-1986) o los refinadísimos de Elvira Gascón (1911-2000), una de las más importantes artistas del exilio español en México.
El paisaje forma parte de la actividad económica y vital, como se muestra en este fragmento de Ángel Francisco. Libro para un niño, donde hay una clara reivindicación de los orígenes labradores familiares:
Quiero aprovechar este momento para decirte, hijo, que tus dos abuelos fueron labradores. El uno plantó almendros, vides, olivos, algarrobos, en las laderas fragantes de la Carrasqueta en el término de Jijona. El otro alineó la simiente del algodón en los surcos y recogió la blanca bendición de La Laguna.
Los dos lanzaron al voleo las semillas, o las dejaron caer en los hoyos preparados y fecundos. Abrieron fuentes, perforaron pocos, y el agua corrió por las acequias para anegar las tablas sembradías. Esperaron el tiempo justo y vieron cuajarse las tierras como un cielo de estrellas verdes. Crecieron los tallos y los cuidaron como se cuida a los niños; y si fueron cepas o árboles os cuidaron por más tiempo como una obra perfecta para durar por siempre.
No me resisto a compartirles una de estas pequeñas prosas, donde se evidencia el conglomerado de la ideología humanista y humanísima de Ángel Miquel, donde se prefigura su franciscanismo, la ternura y el poético sentido de la naturaleza que informan toda su obra:
¿Sabes, hijo?, el hombre es como una fruta del gran árbol del mundo.
[…]
Si tienes conciencia de ello, nada te será extraño. Los hombres de otro pigmento, de otra latitud, de otro idioma, son todos ramas floridas del mismo pie.
La raíz que a ti te nutre los nutre a ellos; el mismo eterno ciclo de invierno y primavera; la misma semilla.
Escucha: el aire trae canciones que te son familiares. Las cantaron hombres de lejanas tierras. Son palabras que tú habrías dicho algún día, ¿no lo comprendes?
Es como si tú, de repente, pudieras asomarte al mundo, en el corazón de todos los humanos […].
El panteísmo de Miquel, contradictoria -poética, metafóricamente-, a veces no diviniza el mundo, sino que humaniza la naturaleza: así considera “el agua como la sangre del mundo”. Por otro lado, creo que el sentido de la naturaleza que informa toda la escritura de Miquel no es algo aprendido en Juan Ramón Jiménez, Rabindranath Tagore o Garcilaso de la Vega (autores muy leídos por Miquel), sino que es algo muy experiencial, vinculado a la tierra natal, al paisaje valenciano: de hecho, es una característica que puede percibirse en poetas coterráneos de la categoría de Juan Gil-Albert, Vicent Andrés Estellés o Francisco Brines, por ejemplo. Es eso que ha dado en llamarse la sensualidad mediterránea, sí, pero de alto vuelo, de impronta clásica grecolatina. Todo esto resulta muy claro y definitivo en el tercer libro, el que dedica a Alicante, fruto de una memoria limpia, pura, esperanzada.
La memoria de la ciudad es la memoria de la niñez, de la escuela, de los juegos y de las fiestas (moros y cristianos, fogueres, albaes, ninots, tracas, coheters, cremá). También es la memoria viva de las profesiones, artesanías y labores menestrales, que retrata un mundo de labradores, pescadores y artesanos. Muchas de estas dedicaciones ya se han ido, como la del yerbero (“dios agrícola y ancestral”) o los oficios pobres (quincaller, afilaor, sabater, estorer, paraigüer, draper). Anota Miquel con escritura puntillista la presencia de determinados tipos populares (Rico-có, el Negre Lloma, Pagüet, tío Cachoches, Barrachina, el Chache, Amando…) y la de reconocidos personajes, como Salvador Sellés o Gastón Castelló. Finalmente, es la memoria de un paisaje muy concreto, el que corresponde a su entorno valenciano y mediterráneo, con una especial rememoración de lo vegetal, anclada por la persistencia del olfato. Como es sabido, el olor es una de las fijaciones más automáticas del cerebro y que mejor repentiza el recuerdo:
Cosecha de los campos alicantinos con sus olores místicos, silvestres, mansos, purificados; olores de yerbabuena, romero, yerbaluisa, valeriana, espliego, salvia, albahaca, juncia, achicoria, limonero, amargón, eucalipto, perejil, fresa, endrino, jazmín, naranjo, amapola, cicuta, malva, cardo, menta, laurel, tomillo, hiedra, árnica, regaliz.
La prosa titulada “La pluxa [La lluvia]” utiliza una técnica que popularizó el artista usamericano Joe Brainard en su I remember (1970). Lo retomaron George Perec en Je me souviens (1978), Margo Glantz en Yo también me acuerdo (2014) y muchos otros (como Passolini o Luis Alberto de Cuenca). Aquí, aplicado por Miquel al recuerdo de la lluvia, consigue un ritmo evocador del agua cayendo como una canción que va y viene.
Finalmente, me referiré a la lengua mestiza de Miquel. Si, por un lado, es importante el acopio del léxico del campo en castellano (abertal, troj, almáciga, zagal, abrigaño, heñir) o el uso de americanismos y mexicanismos (xocoyote, tápalo, bolillo, ixtle, aluzar, guango, campirano), por otro, lo que caracteriza el idioma de Miquel es el uso de una interlengua catalocastellana, mezcla sabrosa de la modalidad valenciana con la castellana, como muestra este fragmento de la prosa “Els cines”, una mágica remembranza de las sesiones de cine, “donde se comía y bebía de continuo”:
Y así cargábamos nuestros bolsillos de las variadas chucherías ofrecidas por los vendedores […].
Éranos tentación les chufes seques y les arremullaes, els tramusos, les castañes fresques y les pilongues, els sigróns, les faves torraes, els anóus, les avellanes, els cacahuets, les pases, els parasols, les almelles salaes, les cañes dolses y els codoñs; todos ofrecidos en cucuruchos de papel o tomados a la mano, por cinco o diez céntimos.
Y les llimonaes y els chelats y les aigua-neus del chambilero.
Y els churros, els buñols, els barquillos, els moniatos y les creílles carentes.
Amén de bocadillos de todas clases, manzanas en dulce, pastelillos, pirulís y caramelos que llevábamos para nuestra inacabable merienda.[…]
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