“La recepción crítica de lo que dieron en llamar literatura tremendista -a la que pertenecería Nada- estuvo siempre envuelta en denominaciones tremendas, como la de “novelas del asco y de la amargura””

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


15/12/21. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Carmen Laforet y su novela “Nada, novela atómica”: “La rebeldía juvenil de Andrea, la protagonista de Nada, es quizá uno de los elementos que explica la perduración de su triunfo editorial después de casi ocho décadas y la constatación de que sea leída y...

...admirada por jóvenes de lenguas, culturas y generaciones muy variadas”.

Relectura de Carmen Laforet en su centenario

Recepción de una escritora desconocida


Comenta el profesor Julio Rodríguez Puértolas en su Literatura Fascista Española (tomo I, p. 373) que la novela de Carmen Laforet, distinguida con el premio Nadal en su primera edición, fue ferozmente criticada por Florentina del Mar [Carmen Conde] en el número 18 (1946) de la revista Cuadernos de Literatura Contemporánea, dirigida por Joaquín de Entrambasaguas y editada por el CSIC. En una nota titulada “Nada, novela atómica” Conde se refería a los jóvenes que “eligen lo pútrido, lo repugnante, lo hediondo, lo infrahumano, lo detestable, lo infinitamente inferior, en lugar de lo creativo, lo luminoso, hermosísimo” (Rodríguez Puértolas, I, 502). La recepción crítica de lo que dieron en llamar literatura tremendista -a la que pertenecería Nada- estuvo siempre envuelta en denominaciones tremendas, como la de “novelas del asco y de la amargura” (Federico Sopeña en Arriba). Para otros autores más comedidos, la obra de Laforet formaba parte de la literatura existencialista, cosas de extranjeros, ya se sabe.


Entre los escritores reconocidos hubo una doble y contraria recepción, extendida en el tiempo por décadas. Por un lado, desde el primer momento, a la joven Laforet -una absoluta desconocida-, le rindieron homenaje y admiración una pléyade de autores de la categoría de Juan Ramón Jiménez, Azorín, Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Pío Baroja, Américo Castro o Miguel Delibes. Pero, por otro lado, la competencia, los celos y la maledicencia de otros escribidores, que bebían los vientos por la fama, harían mella en la autora, quien llegó a confesar que, si hubiera podido, se hubiera ido de España a escribir tranquilamente otras novelas que ya tenía pergeñadas. Puede afirmarse que Carmen Laforet pertenece al exilio interior (o insilio) y que la hicieron sentirse extranjera: la envió a ese autoexilio la misma insoportable saturación anímica de la sociedad nacionalcatólica que expulsaría a autores como Juan Goytisolo o Agustín Gómez Arcos. Entre esa tropa del malevaje literario estuvieron a la cabeza algunos escribidores muchomacho, como Camilo José Cela, González Ruano (desairado porque compitió por el mismo Nadal que Laforet) o, ya algo más tarde, Francisco Umbral, que deslizó en sus artículos sobre Laforet descaradas mentiras. En su prólogo a La mujer nueva la autora se referiría a “las muchas felicitaciones o insultos recibidos”.


La recepción académica y crítica, si no nefasta, cuando menos instauró tópicos que han pervivido largamente. De ahí procede esa idea de Laforet como autora de un solo libro (Nada), cuando el hecho es que escribió y publicó 7 novelas cortas, 25 cuentos, 5 novelas largas, reportajes y centenares de artículos en prensa (más de 400), por no hablar de la espléndida relación epistolar que mantuvo con amigos (conocemos sus epistolarios con Elena Fortún y con Ramón J. Sender y se anuncia la pronta publicación de otro con Emilio Sanz de Soto): después de Nada, hubo mucho y muy bueno. En cualquier caso, la recepción del público lector ha sostenido el éxito universal de la obra laforetiana. La rebeldía juvenil de Andrea, la protagonista de Nada, es quizá uno de los elementos que explica la perduración de su triunfo editorial después de casi ocho décadas y la constatación de que sea leída y admirada por jóvenes de lenguas, culturas y generaciones muy variadas, que han convertido esta Bildungsroman [novela de formación] en una novela glocal. En el diseño de los personajes femeninos de Laforet late siempre una crítica al machismo y a la misoginia, un anhelo de libertad, una sed de belleza, una protesta ante la suciedad, la miseria, el hambre y las ruinas de una sociedad decaída y abrumada por el fantasma de la guerra civil. Es muy revelador, cuando su tía Angustias -en la novela Nada- describe el barrio chino como un barrio de “perdidas, ladrones y el brillo del demonio”, que Andrea piense: “Y yo, en aquel momento, me imaginé el barrio chino iluminado por una chispa de belleza”.

Hay otros tres elementos -creo yo- que ayudaron a convertir Nada en una obra clásica y de permanente lectura. Dos son internos a la novela e impregnan toda la escritura laforetiana: su lenguaje poético humanista y su fragmentarismo, que sugieren más que describen y requieren de una lectora que rellene los huecos. El tercero es externo, de sociología o política literaria, y está relacionado con su profundo feminismo: en los últimos años la crítica literaria feminista ha conseguido impulsar la atención hacia la literatura escrita por mujeres y Carmen Laforet, en el contexto de la postguerra española, es reconocida como la primera en recorrer un camino -interrumpido por el franquismo- que las mujeres en España habían iniciado en el primer tercio del siglo XX.

Un caso sintomático de la recepción desaforada y negativa de Nada fue el de ¡Todo! de Gisel Dara (Madrid, Escelicer, 1951), una “novela réplica” a Nada, a la que la crítica nacionalcatólica consideraba una obra nihilista. ¡Todo! es una narración del catolicismo fervoroso, como señala su final: “porque Dios solo le bastaba, porque Dios era para mí ¡todo!” (p. 184). Un estilo ramplón y cursi informa su prosa mostrenca: “[…] aquellos grupos de mujercitas que se envuelven airosas en el leve mantoncillo de crespón y entre risas que parecen gorjeos van a pedir a san Antonio la concreción de tantos sueños: el feliz hallazgo del hombre que quiera unir su vida a la de ellas y hacer florecer en su carne las rosas divinas del amor” (p. 67). Hacia el final de la novela hay incluso una apostilla racista, cuando el protagonista exclama exultante: “¡Sería sacerdote, si es que ello era posible!... Esperaba que sí, pues conocía la existencia de curas negros y japoneses, y me figuraba no ser rechazado” (p. 179).


Gisel Dara -seudónimo de una escritora madrileña- y su olvidada novelucha gozaron de cierto aplauso: aparecieron críticas elogiosas de ¡Todo! en tres diarios (Domingo, Diario de Valladolid y ABC) y, de hecho, alcanzó al menos una segunda edición (1955), en Ediciones Rvmbos, dentro de su Colección Júpiter y Dánae, dirigida por Isabel Calvo de Aguilar, a su vez autora del primer título de la colección, La danzarina inmóvil. Esa editorial, con un toque feminista, anunciaba –según “nuestra habitual costumbre de ir alternando un escritor con una escritora”- la próxima aparición de El guía del museo, “alarde del más puro y ameno castellano”, de Elena Soriano, y Un muerto sin importancia, “una novela apasionante y trágica enhebrada en un crimen real y misterioso”, de Esperanza Ruiz Crespo. Afirma también contar con originales de Celia Viñas, Ángeles Villarta, María Victoria de Armiñán, Concha Espina, Romilda Mayer, Ana Woyson, Isabel de Ambía, Carmen Conde, Josefina de la Cuétara, Marquesa de Montecastro, María Asunción Lizabe, Etheria Artay, Concha Loigorri, María Alfaro, Concha Suárez del Otero “y muchos más nombres ilustres”. Omito a los varones, entre los que sobresalen un puñado de literatos fascistas, estudiados por Julio Rodríguez Puértolas: Alberto Insúa, Julio Trenas, Francisco Casares, Rafael López de Haro, Tomás Borrás, Luis Antonio de Vega, Felipe Sassone, Federico Carlos Sainz de Robles, Ramón de Garciasol…


[Continuará]

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