“Nueva alegría decembrina fue la noticia de que otra enamorada de los puentes -la poeta Fátima Frutos- ha visto distinguida su primera novela, La selva bajo mi piel (o La selva sobre mi piel, que a veces me lío con las preposiciones) con el premio Albert Jovell y que publicará en breve la editorial Almuzara”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
12/01/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre sus dos viajes a Marruecos en noviembre y la cosecha de libros que se trajo de vuelta a Málaga. Esta excelente revisión de volúmenes la completa con otro listado de ‘alegrías decembrinas’ que le llegan para finalizar el año 2021...
Alegrías decembrinas
“[…] la indispensable vida, con su burbujeo, su imprevisibilidad, sus contradicciones, su oscuridad, sus temblores y sus promesas”.
Lydie Salvayre, Soñar despierto (2022).
Despedí el mes de noviembre tras dos visitas seguidas a Marruecos (a Fez la primera semana y a Tánger-Rabat la última). Fue un viaje largamente procrastinado pero que al fin se materializó gracias a la invitación del Instituto Cervantes: volví con un tesoro de abrazos de viejos amigos y de otros nuevos. Un final de noviembre oscurecido por la noticia de la muerte de Almudena Grandes.
En la maleta de regreso, unos cuantos libros. De Tánger, la estupenda cosecha de la revista SureS, que dirige Santiago de Luca, como los títulos dedicados a Emilio Sanz de Soto (Pervivir en las voces de los otros, Otoño 2020) y a Ángel Vázquez (Una recuperación de la memoria, Verano 2019), además de El genio poético de los árabes (Invierno 2020) y La aventura pictórica tangerina (Otoño 2021).
Allí me acompañó también el libro de la arabista Rocío Rojas-Marcos sobre el escritor más fantasmático de Tánger, Mohamed Chukri (Málaga, 2021). Es de ese tipo de biografías que se pueden leer en dos o tres horas y que te dejan con ganas de seguir devorando. A mí -por deformación filológica, quizá- me resultó absorbente el problema textual que plantea el manuscrito del libro más conocido de Chukri y que con tanta destreza debate Rojas-Marcos entre las páginas 56 y 66 de su libro, chiquito pero intenso. De Sergio Barce he disfrutado Una puerta pintada de azul (Málaga, 2020), un bello homenaje a Larache, su ciudad atlántica, en forma de varias estampas literarias y una novela corta absolutamente odiseica (Cara de luz): la perfecta imbricación de autobiografía e historia larachense pasada y presente, la viva empatía hacia conocidos personajes citadinos que sabe mostrar en las páginas de su narración, explican sin duda la exitosa recepción que gozan los libros de este escritor hispanomarroquí (o marrocoespañol), de este constructor de puentes literarios.
La visita a Rabat nos sirvió a Marta Cerezales y a mí para reencontrarnos con Abdelfattah Kilito, que nos obsequió con uno de sus últimos libros, traducido del árabe al francés, Ruptures… (Casablanca, 2020). En esas alegres letras andaba uno metido, cuando -finiquitado ya noviembre- empezaron a lloverme regalos decembrinos. La última obra de Kilito traducida al español por Marta Cerezales es un libro mínimo pero agudo muy recomendable, una joyita titulada Arqueología: 12 miniaturas (Madrid, 2021), que viene epilogado por la traductora de Kilito al griego, Evanghélia Stead.
Ya que hablamos de tomos minúsculos, otra alegría del mes fue el delicioso Mi nombre es Norma Jeane (a play for Marilyn) (Madrid, 2017) de Katy Villagrá Saura. El encanto de la escritura de Katy que ya me deslumbró en la primera obra suya que leí, La muerte se toma un respiro (2021), constato ahora que ya era una marca de la casa en esta obrita -anterior- dedicada a uno de los iconos más seductores del siglo XX. Su sabia cinefilia la faculta para pintar escenarios tan fascinantes como irónicos: finura que remite al gran Oscar Wilde. A Marilyn, según recuerda Villagrá, le gustaban las escaleras y los puentes: de hecho, en Mi nombre es Norma Jean, Marilyn recita un poema dedicado al puente de Brooklyn (Monroe escribía poesía y era una gran lectora, como es sabido).
Nueva alegría decembrina fue la noticia de que otra enamorada de los puentes -la poeta Fátima Frutos- ha visto distinguida su primera novela, La selva bajo mi piel (o La selva sobre mi piel, que a veces me lío con las preposiciones) con el premio Albert Jovell y que publicará en breve la editorial Almuzara. Igualmente me llegaron (¡alacer december!) dos libros de la poeta María Sangüesa: Alas de trapo (Madrid, 2020) y El quetzal y la jungla -de Yucatán a Chiapas- (Monterrey, 2017). En este último, una bellísima edición trilingüe (español, maya e inglés), exhibe Sangüesa sus exquisitas dotes de tendedora de puentes, poemas pasarelas hacia las americanas tierras:
Sobre las ramas del manglar
las gotas son espejos de la luna.
Feraz muralla
de sombras enlazadas que bordean
un camino surcado por mapaches.
Algunos nos observan
-pequeños bandoleros en la noche-
tras su antifaz de sombras.
Les ruego que se lleven cuanto quieran
pero nunca nos roben los recuerdos.
La escritora Pilar Salamanca, que últimamente nos había sorprendido con los poemarios MateR (Valladolid, 2021) y Deseo de no ser yo (Santander, 2021), además de un libro inclasificable, LESBOS (Santander 2020), vuelve a la pista de baile con El libro de los gritos (Valladolid 2021), otro inspiradísimo libro-objeto, maravillosamente dinamitero, lúdico, incorrecto, gritón, juvenil y refrescante, donde agavilla poemas, relatos, anuncios, panfletos y canciones. Solo les daré dos ejemplos, el de la página 63, titulada “Lista de personas a las que me gustaría ver desaparecer” (y realmente es una lista de afamados indeseables) y el de la página 59, titulada “Poetas”, que dice así:
Accesibles como niños.
Ni altruistas ni egoístas.
Con modales de bárbaros.
Ahítos de obsesiones
(atiende lo que te digo).
Sensualmente perturbados.
Depravados los muy depravados.
Ángeles-lobo.
Esquizofrénicos perdidos.
Espejos de auto-complacencia.
No puedes soportarlos, dices
y no me extraña.
Yo tampoco.
Ojos como la punta de un bolígrafo
(¡qué horror!).
Son piratas
de todo signo y sentido,
los muy hijos de puta,
y como lagartijas
se arrastran entre las grietas
de las paredes.
Todos esos monolitos paranoicos
empeñados
en escarbar túneles para las palabras,
bombas imaginarias.
Los muy descriteriados
deberían atarse la lengua con un cordel,
encontrarse por el aire a picotazos
como las gaviotas.
Poetas (lo digo muy en serio)
unos más que otros y algunos menos
deberían irse todos a cagar
a la estratosfera.
Rematando estas líneas con cierta prisa, el mismo día en que estoy a punto de enviarlas a EL OBSERVADOR, retengo en la memoria los paseos tangerinos con Marta, Rocío, Maribel y Sergio, que mi loca cabeza combina con las lecturas mencionadas. Recuerdo una página de Kilito en Ruptures donde afirma que “Le dépaysement est synonyme de renouvellement […] Éloignement ne signifie pas oubli […] La poésie transporte l’auditeur de la raison à la sensibilité”. Estos amigos, estas lecturas, estas poetas me evocan puentes y escaleras, venas y vasos comunicantes entre años y ciudades, amores y libros. Les doy las gracias con el envío del soneto que William Wordsworth escribió a la vista del puente de Westminster cierto día de 1802:
Earth has not anything to show more fair:
Dull would he be of soul who could pass by
A sight so touching in its majesty:
This City now doth, like a garment, wear
The beauty of the morning; silent, bare,
Ships, towers, domes, theatres, and temples lie
Open unto the fields, and to the sky;
All bright and glittering in the smokeless air.
Never did sun more beautifully steep
In his first splendour, valley, rock, or hill;
Ne'er saw I, never felt, a calm so deep!
The river glideth at his own sweet will:
Dear God! the very houses seem asleep;
And all that mighty heart is lying still!
[La tierra no tiene cosa más bella que mostrar.
Embotado de alma será aquel que no se detenga
ante una vista tan cautivadora en su majestad.
Esta ciudad lleva ahora, como una vestimenta,
la belleza de la mañana. Silenciosos y desnudos,
los barcos, torres, cúpulas, teatros y templos se recortan
abiertamente sobre los campos, y sobre el cielo,
todos luminosos y reverberantes en el aire sin humo.
Nunca el sol bañó más bellamente,
en su primer esplendor, el valle, la roca o la colina;
¡nunca vi ni sentí una calma más profunda!
El río se desliza dulce y libremente.
¡Dios querido, hasta las mismas casas parecen adormecidas,
y todo ese potente corazón, paralizado!
Trad. Octavio Gabino Barreda, 1943, revista El Hijo Pródigo].
Puede leer AQUÍ anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara