“Vivimos una época en que parece que seguimos extáticos, apamplados, esperando a los bárbaros, cuando estos ya están dentro de la fortaleza”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
09/03/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana recomienda algunas lecturas: “Decido meterme a bibliogaleno y le diagnostico “empachitis de novelas millonarias (o sea, exitosas)”. Me pongo solemne y mientras susurro clavo clavus eiicitur (un clavo saca otro) le prescribo dos libros exitosos: El abrecartas (2006) de...
...Vicente Molina Foix y los Diarios (2021) de Rafael Chirbes”.
Es la crítica, idiota
Acompaño a mi amigo Pepe Proudhon que acude al biblioterapeuta con un dolor acá en el costillar del almario: confiesa que no le encontró el gusto a ese éxito de masas que es la novela Patria de un tal Aramburu. Le pareció un artefacto cultural más de agitprop al servicio del sistema de la santa Transición española: ruedas de molino para sus devotos, que no son pocos. Los amigos -se queja- le miran con cara de estupor: alguno incluso se atrevió a escupirle un “sos un mero merito esnob”, cuando definió esa novela como extracto de pollo en lata. El doctor librario le aplicó una estricta receta: una dosis de la gran novela de un gran poeta, yerno de un gran novelista y marido de una gran escritora.
Así pues, Pepe Proudhon ha engullido el libro recomendado, una novela publicada en 2018, el mejor libro del año, pero a él (que es un espíritu libertario y alegre) le sabe a literatura de velorio y un mal ejemplo de autoficción (muy lejos de Enrique Vila-Matas, apostilla). También me dice que el narrador de esta historia (¡tan española!) juega a sentirse un Cristo (me lee para demostrarlo la página 80) y afirma que muchas partes están infectadas de cursilería (y lee la página 209: “Pero la vida nunca es nauseabunda aunque nazca en la pocilga, pues el portal de Belén también era una pocilga”). Se queja de que se pone estupendo por doquier, sembrando de orégano todo el campo con frases estereoestupendas como: “La muerte representa, en este sentido, la utopía del anarquismo” (p. 214). Tan funeral, que recuerda a Solana. Tan surreata, que suena a añeja greguería de Ramón. Tampoco se ahorran las paradojas transpolíticas de sabor postneoliberal:
Los principales beneficiarios de la abundancia de rascacielos en las ciudades no son los ricos, como cree inocentemente buena parte de la izquierda española tradicionalista, sino la clase trabajadora (p. 234).
Ni escasean las bobadas que suenan a rajoyismo: “España es un conjunto finito de familias, y Francia también” (p. 240). De todos los fragmentos que me lee, mi favorito es este pedazo de monólogo:
Mi madre era el presente. La fuerza de sus instintos la conducen a mi presencia. Su presencia en mi presencia se convierte en presencia en mis hijos presentes, y al hacerse presente, en mis hijos presentes, avisa de su presencia en los hijos de mis hijos cuando estos se conviertan en presente (p. 318).
Es como María Zambrano pasada por Mario Moreno Cantinflas. El epílogo es un epítome de la propia novela: unos poemas que podrían haber ahorrado las 357 páginas anteriores.
Esa medicinal narración, la Ordesa de Manuel Vilas, fue untuosamente ovacionada, afirma Proudhon, por la crítica de cornetín de la legión. De ella exhibieron consignas ditirámbicas, entre otros, Muñoz Molina (“alfiler exacto que pincha el globo de la vanidad”), Juan José Millás (“libro salvaje, como la lubina del Cantábrico”), Lorenzo Silva (“humano, profundo, reconfortante”), Marta Sanz (“libro hermoso”), Santiago Roncagliolo (“novela hipnótica”), Ignacio Martínez de Pisón (“hermoso, estremecedor”), Gustavo Martín Garzo (“bello canto de amor”), Isaac Rosa (“hermoso, salvaje, delicado”), Antonio Orejudo (“un torrente”), Sara Mesa (“escritor único, brillante y desprejuiciado”), Elvira Navarro (“escritura hecha de sabiduría”), Juan Cruz (“libro que necesitábamos todos”), Laura Ferrero (“me conmovió de una manera que”), Miguel Ángel Hernández (“uno de los libros más bellos y emocionantes jamás leídos: lo digo con los ojos humedecidos y la piel aún erizada”), José María Pozuelo Yvancos (“soberbiamente escrita”), Nadal Suau (“irresistible, inolvidable”), Antonio Lucas (“escrito con una claridad y una contundencia poderosa”), Carlos Pardo (“extraordinario”), J. A. Masoliver Ródenas (“escrito desde la desesperación y la luminosidad del amor”), Jesús García Calero (“fuerza magnética”), Lara Hermoso (“necesitaría un libro entero para explicar por qué me ha removido tanto esta novela”), Domingo Ródenas de Moya (“este libro ruge, también ronronea a veces”), Miguel Barrero (“un libro en el que cualquiera puede quedarse a vivir”), César Casal (“brutal, ternura sangrante”), Ramón Rozas (“abrupto y valiente descenso al interior del ser humano”), Antonio Fontana (“impresionante, divertido, hondísimo, extraordinario”), Alberto Olmos (“yo no sé cómo sigue vivo el autor después de transfundirse entero en estas páginas”), Inés Martín Rodrigo (“viaje emocional al pasado”), Xavi Ayén (“brutal autoanálisis sin piedad, libro escrito con una piedad implacable”), Manu Marlasca (“deslumbrante, asombrosa, espectacular… te agarra del pescuezo y no te suelta”), José Luis Puerto (“un canto al existir verdadero”), Winston Manrique (“una carta de amor a la vida”), Fernando Ontañón (“historia ingrávida y salvaje, violenta y tierna, amable y desasosegante, cautivadora, golpea sin guantes”), Laura Fernández (“es el mejor escritor español que ha existido y existirá jamás”), Óscar López (“una novela absolutamente catártica... de tal intensidad, de tal emotividad... me dejó noqueado”), Guillermo Busutil (“nos cuenta mirándonos a los ojos, y sin maquillaje”), Toni Ramoneda (“todo el mundo la leerá y lo haremos a la vez, todos juntos y al unísono”), Eugenio Ramo (“la mejor novela del año”)... Ejem, ejem... Es la crítica idiota, concluye. Pero, la verdad es que hemos hecho unas risas.
Decido meterme a bibliogaleno y le diagnostico “empachitis de novelas millonarias (o sea, exitosas)”. Me pongo solemne y mientras susurro clavo clavus eiicitur (un clavo saca otro) le prescribo dos libros exitosos: El abrecartas (2006) de Vicente Molina Foix y los Diarios (2021) de Rafael Chirbes. La de Molina Foix es una novela muy bien construida, coral, irónica y amorosa por donde deambulan desde los admirables epentes del 27 hasta una tropa de personajes sorprendentes, históricos unos y de la imaginación calenturienta de VMF otros. Un libro tan impecable como el salto de un clavadista en Acapulco. Con esa literatura revive uno, celebra mi amigo tras haber saboreado la obra.
El otro libro, Diarios. A ratos perdidos 1 y 2, (de)muestra lo gran escritor que era -y sigue siendo- el valenciano Rafael Chirbes (1949-2015), no importa el traje o la mortaja que adopte, a pesar de que para Chirbes un escritor es el que hace novelas y punto. Se entiende que debe referirse a las buenas y nuevas novelas, esas que le cambian la vida a quien las escribe, pero sobre todo a quien las lee (¿o es al revés?). Y estos Diarios son la gran novela póstuma de Chirbes, un libro actual que consigue parar por un instante el ruido de eso que llaman la cultura de masas (y de la crítica) para hacerse oír.
Viene arropado por dos (mejor que uno) prólogos. El de Marta Sanz -pontifica mi enfermo imaginario- es florido, pirotécnico y hundido en su profundidad psicoliteraria: está muy bien escrito, pero estomagante, como de coleguis. El del profesor Valls, en cambio, lo juzga necesario y ajustado a materia, respetuoso con el amigo y con el lector, ubica la obra de Chirbes en su inmediata tradición genérica, aunque hay algunos -intencionados, supongo- olvidos al enunciar un listado de obras diarísticas españolas de los últimos años: no están (y menciono a bote pronto) Carlos Barral, Gil-Albert, Caballero Bonald, Luis Racionero, Jesús Pardo o Juan Marsé, por ejemplo.
Hay solo una falla en este libro: no tiene índice onomástico. ¡Esta pudibundez de los editores hodiernos! Quizá estén pensando en favorecer una lectura reposada y dificultar al lector aprovechategui una incursión puntual, esa que persigue curiosear una alusión y abandonar el tomo hojeado en la librería sin comprarlo… Esta estrategia editora y estas dos formas de leer me recuerdan una observación de Chirbes en sus Diarios. Comentando el lenguaje visual frente al escrito, el videoclip frente a la reflexión, anota: es la diferencia que existe entre labrar un terreno o bombardearlo. Chirbes, el labrador de más aire.
Vivimos una época en que parece que seguimos extáticos, apamplados, esperando a los bárbaros, cuando estos ya están dentro de la fortaleza. Escribe Chirbes (p. 323):
En vez de los esperados bárbaros, o, formando parte de su cortejo, llegan los sacerdotes, la curia, el emperador que concede las prebendas, llegan los predicadores y, en el horizonte, siempre aguardan los cruzados. El Papa.
Leer estos diarios es pasearse por la habitación donde el artista creó un mundo literario. Parece una obviedad, pero en esos cuadernos están ya las novelas de Chirbes que tanto celebramos hoy. Chirbes, el estilo como mortaja, que diría él. De cuerpo entero y presente.
Tras leer esas cuatro obras, Pepe Proudhon esgrime sus armas de boutadista y aventura una clasificación: opone una literatura de interior, secarrona, montuna y macho -Vilas, Aramburu- frente a otra de ribera, feraz, marinera y epente -Molina Foix y Chirbes-. Se le ha ido la olla.
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