“Se pasea por los baños públicos de varias ciudades de Marruecos, su país de adopción, levantando acta de una auténtica, intensa y personal temporada en el hammam”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
20/04/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana habla sobre el escritor Alberto Mrteh: “El libro de Mrteh es un regazo, territorial y anímico, que desprende desde la primera a la última página el espíritu del hammam: “me inundan las ganas de ser agradable y de ayudar al otro”, confiesa el narrador. Si alguna vez un libro...
...puede convertirse en un hammam, este es Meshi shughlek. No es asunto tuyo”.
Alberto Mrteh, pintor del hammam
Alberto Mrteh (Soria o Siria, 1979), autor del blog El zoco del escriba, que sigo desde hace tiempo, y traductor de El limón de Mohamed Mrabet, acaba de estrenarse en la novela con un libro bellísimo y honesto, Meshi shughlek. No es asunto tuyo (Huerga & Fierro, 2021). Una historia en la que entra a pecho descubierto y, en cincuenta y dos pequeños capítulos, a la manera de un flâneur romántico, se pasea por los baños públicos de varias ciudades de Marruecos, su país de adopción, levantando acta de una auténtica, intensa y personal temporada en el hammam: “una temporada en el hammam” tituló el maestro Abdelfattah Kilito a su fino ensayo fáustico de 1990, que sonaba a préstamo de Rimbaud, quizá de Dante. Pero no se engañen: Alberto Mrteh no está enfermo de orientalismo en absoluto y da sobradas muestras de ello en su límpida, excéntrica y transparente obra.
Para oxigenar el ánimo y letificar el cuerpo hay que acudir al hammam, ese paraíso cerrado para muchos. Allí te reciben con un aviso susurrado: “Por favor, hablen en voz baja”. Este ámbito es una isla que, desde lo líquido, clama a todos los sentidos: la luz tenue que baja de las lucernas de la cúpula y que sube de las llamas de las velas, la música (new age o andalusí) que por su volumen sofocado parece venir de lejos, el chorro de fuentes y grifos, el aroma de las bujías, el regusto de la menta y el té ofrecido y degustado a ratos, el diálogo de tu piel con las cambiantes temperaturas del agua… Todo se afina, se afila en la cálida piedra del agua: el alma, entonces, es la cuerda de un violín presta a despertar.
El hammam es un espacio donde el aliento -en persecución del cuerpo- puede pasar por muchos estados (por tres, según la tradición grecorromana que heredó el mundo islámico, del tepidarium [zona tibia] al caldarium [zona cálida] y al frigidarium [zona fría]). El libro de Mrteh es un regazo, territorial y anímico, que desprende desde la primera a la última página el espíritu del hammam: “me inundan las ganas de ser agradable y de ayudar al otro”, confiesa el narrador. Si alguna vez un libro puede convertirse en un hammam, este es Meshi shughlek. No es asunto tuyo. Si Virginia Woolf reivindicaba la necesidad de una habitación propia para su ocupación como escritora, a Mrteh le basta con un hammam para lograr su lugar en el mundo. En la búsqueda de su destino, el protagonista acude a un catálogo muy variado de lugares y establecimientos: Um Zineb (Kenitra), Uahda (Sidi Yhia El Gharb), Ilbali (Mulay Idris), Bain Salle de Sport et Sauna (Kenitra), Busuifa (Fes), Mimosa (Kenitra), Playa de Mehdia (Kenitra), Shabi (Kenitra), Hotel Tryp Wolfsburg (Alemania), Benazuz (Shauen), Dar Barud (Tánger), Otman (Kenitra), Maamora (Kenitra), Piscines traditionnelles (Mulay Yaqub), Al Ándalus (Madrid).
El detallismo, las puntillosas descripciones del genuino voyeur -en que se convierte el narrador- pinta ante los ojos del leyente voyerista un mundo vivísimo y real, gozoso y cinematográfico. En un acuoso ambiente de ruidos, voces, calor, somnolencia y sabon beldi, bulle una abigarrada caterva de personajes muy verdaderos: el portero, el ksel [limpiador, masajista], el amigo Yuness, el señor Ibrahim, jóvenes juguetones, un hombre de barba canosa que llora, la cavernosa y embriagadora voz del risueño ksel Abdela, el color y marca de los calzoncillos, los vientres prominentes de los hombres casados, el desquiciado monólogo de un padre imaginativo… Las salas del hammam son ágoras para el debate, la conversa, el aprendizaje de lenguas, el chiste, la risa, el acercamiento sensual, el disimulo, el enfado, el intercambio, los sueños… De entre los muchos hallazgos de esta novela, está el acabado retrato del personaje del ksel, que aquí es perfilado como conocedor de los secretos del barrio (écouteur o confesor más que voyeur) y a los que se les distingue “por el tamaño de las barrigas y por el grado de estrabismo”.
Pero el personaje bisagra que sustenta todo el libro es un narrador, alter ego de Alberto Mrteh, que se desnuda en el hammam y en la escritura, un hombre a veces apesadumbrado por el recuerdo de sufrimientos antiguos que aún le anudan el estómago y busca dar olvido al dolor en el cálido refugio del hammam. Afirmaba Baudelaire que “el poeta y el filósofo se sienten irresistiblemente arrastrados hacia cuanto es débil, arruinado, contrito, huérfano”. El narrador protagonista de esta novela, un curioso impertinente fascinado ante el circo humano, es desde luego un extranjero feliz que sabe que en la calidez del hammam se regresa al seno materno, pero también es un corazón agitado por temores infantiles y sabe acercarse -como poeta y filósofo- a los seres más desvalidos, los niños, como en el capítulo 35, en la escena de calle de la madre con niños vendedora de clínex, y en otras muchas escenas de los baños.
En esas salas donde aún le escuece la reciente traición de un ser querido, o donde un viejo ciego cuenta la enigmática historia de dos jóvenes gemelos, o donde siente la incertidumbre del futuro laboral, el vaporoso impresionismo de la escritura de Alberto Mrteh consigue concitar la plasticidad del ambiente y de los cuerpos palpitantes, acudiendo unas veces a los reflejos icónicos (“En el suelo encharcado se reflejan los hombres de la sala y me da por pensar que ese hammam que descubre la superficie del agua es el de verdad”) y cinematográficos (“El cuadro que forman me recuerda a los documentales de animales que se bañan en el río”). Y otras veces, a las referencias artísticas, cuando menciona a “Los acuchilladores de parqué” de Gustavo Caillebotte, uno de los pintores más modernos e interesantes del último cuarto del siglo XIX, un impresionista que recuerda y anuncia a Hopper; o cuando anota: “Como si fuera un cuadro de Velázquez, transcurre otra escena en segundo plano de un anciano que limpia a sus nietos al fondo de la estancia brumosa”. Incluso parece que estemos ante un gran fresco pictórico:
Los hombres los agarran [los cubos] y los llenan con movimientos firmes que me recuerdan a picadores de piedra al subir y bajar el tronco y, cuando los están fregoteando, me parecen campesinos agachados mientras recolectan.
La atención del narrador puede ser absolutamente presente, sensual y focalizada en lo ajeno, pero también se adentra en el interior, en lo corpóreo y personal, en el ensimismamiento y la autoconciencia que provoca la laxitud, el calor con el que te cueces en tu propia salsa. Y entonces la ensoñación amniótica del agua dispara tu mente hacia arriba: la imaginación y la memoria ahondan en sensaciones y recuerdos donde el placer y el dolor tienen su habitación. Grande, hermosa literatura la de Alberto Mrteh. Uno entra en ella y ya no sale igual: una emanación maga parece soltarles la lengua a las remembranzas, igual que las melodías que arrullan sin letras los pájaros, como recordaba el poeta andalusí Ibn Hamdis, que también cantó:
No hay vida si no paseamos
sin rubor por la orilla del placer.
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara