“Ha sido un año en que se prodigaron las relecturas y los libros viejos, así que pocos títulos podrán espigar puestos al día por el mercadona literario”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


09/01/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana hace un repaso de sus lecturas durante el pasado año: “Debido al hartazgo autofictivo de la narración, procuro a menudo decantarme por los poemarios, los libros de ensayo, los de artículos y los memorialísticos, donde suele haber más imaginación y literatura...

...que en las narraciones novelescas y, además, no te dan gato por liebre”.

Hecatombe 2022

Ahorita que se acabaron las hecatombeas navideñas y que volverán a ser desgraciados los desgraciados y felices los felices, y antes de que nos alcance el olvido, repaso un centenar de lecturas durante el año hecho humo, para ofrecérselas en sacrificio -en lugar de bueyes- a los dioses librescos. Ha sido un año en que se prodigaron las relecturas y los libros viejos, así que pocos títulos podrán espigar puestos al día por el mercadona literario, pero en cualquier caso a mí me calentaron en la hoguera del año que ya ardió.


Recuerdo buenos ratos de lirismo y gracia con El beso del ángel de Irene Gracia; recuerdo la profunda inquietud de los Vagabundeos por el norte de Grecia y por bibliotecas viajeras con María Belmonte; recuerdo El ocaso de la democracia de la liberal Anne Applebaum, que me dejo clarito la decadencia de la democracia y la pujanza descarada del patriarcado y del capital; recuerdo El viaje a Echo Springs que emprendió Olivia Laing a la busca de algunos escritores alcohólicos; recuerdo Un cuarto para ella sola de Virginia Woolf en la novísima traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón; recuerdo la turbia mirada afroamericana en el Claroscuro de la prodigiosa Nella Larsen, que provocó el filme Passing de Rebecca Hall (que no deben perderse, si no la han visto, y es la única recomendación que les haré en este papel); recuerdo el perfumado ejercicio de memoria personal y política en La liqueur d’aloès de Jocelyne Laâbi; recuerdo el rescate de Hotel America de Maria Leitner y de otras obras suyas; recuerdo La vida sin Ramón de Luisa Sofovich, una divertida página de una desenmaridada; y recuerdo las delicadas, poéticas y memoriosas Reflexiones a la orilla del tiempo de Marifé Santiago Bolaños. Aunque también hubo más libros que afilaron la parte más perversa de mi cerebro femenino, como los de Simonetta Agnello, Carmen Laforet, Iris M. Zavala, Sabina Urraca, Fátima Frutos, Carmen Burgos, Maggie O’Farrell, Najat El Hachmi, Carlota O’Neill, Emily Millicent Sowerby, Katy Villagrá o Vivian Gornick.


El corazoncito masculino se me aceleró con los libros de Cesare Pavese (La luna y las hogueras), Abdelfattah Kilito (Ruptures…), Francisco Castaño (varios títulos de poesía), Rafael Chirbes (Diarios), Iván Goncharov (El mal del ímpetu), Vicente Molina Foix (El abrecartas), Francisco Silvera (Libro de los silencios), Pedro Lemebel (Tengo miedo torero), Pierre Michon (Vidas minúsculas) y Michel Schneider (Muertes imaginarias). Aunque hubo otros títulos de autores como Alfonso Vázquez (cuánto sonreí), William Lindsay Gresham (cuánto sufrí), Leonard Woolf (cuánto lloré), Antonio Álvarez de la Rosa (cuánto disfruté -con un ensayo aún inédito-), Mohamed Chukri (cuánto bebí), Alberto Mrteh (cuánto canté), Luis Buñuel (cuánto maldije), George Lakoff (cuánto protesté), Francisco Taboada (cuánto admiré), Álvaro Cunqueiro (cuánto caminé), Francisco Ayala (cuánto limón limonero, ay) o Sergio Barce (cuánto recordé).

Cada vez me convenzo más de que novela y autoficción son una misma cosa y, en cuanto uno sale de los clásicos -y no siempre-, es difícil habérselas con una ficción pura y dura. Debido al hartazgo autofictivo de la narración, procuro a menudo decantarme por los poemarios, los libros de ensayo, los de artículos y los memorialísticos, donde suele haber más imaginación y literatura que en las narraciones novelescas y, además, no te dan gato por liebre. Así, de este último cajón, debo recordar -además de los libros mencionados antes de Jocelyne Laâbi, Luisa Sofovich y Marifé Santiago- los dos tomos publicados hasta ahora de los Diarios de Rafael Chirbes, la correspondencia entre Barreda y Chukri (Roses et cendre), las Memorias de Tennessee Williams, Mi último suspiro de Luis Buñuel, el número de la revista SureS -Pervivir en las voces de los otros- dedicado a Emilio Sanz de Soto, Tennessee Williams en Tánger de Mohamed Chukri, El oficio de poeta de Cesare Pavese, De mis pasos en la tierra de Francisco Ayala y Gente rara y libros raros de Emily Millicent Sowerby. Libros sobre libros, como este de Sowerby, recayeron otros varios en mi saco lector: Tocar los libros de Jesús Marchamalo, Las bibliotecas de Dédalo de Enis Batur, Libros y libreros en la Antigüedad de Alfonso Reyes y La librería de los escritores de Mikhail Ossorguin, cuatro libros mínimos.


En el apartado de ensayo y de artículos (además de los ya referidos de Olivia Lang, María Belmonte, Virginia Woolf, Anne Applebaum y Michel Schneider) leí -en algunos casos releí- a Roland Barthes (Nuevos ensayos críticos, El placer el texto), Charles Baudelaire (El esplín de París), Ramón Xirau (Comentario), Felipe Benítez Reyes (Bazar de ingenios), Francisco Rico (Una larga lealtad), Albert Camus (Crónicas argelinas), Jordi Virallonga (Palabras para la resistencia. Sobre poesía y otras trincheras), Adolfo Salazar (Delicioso el hereje), José Moreno Villa (Pobretería y locura), entre otros que recordar no quiero. Remarco para el final el quinteto de la muerte que más me entretuvo: Rafael Chirbes (Diarios. A ratos perdidos 3 y 4), Pedro Lemebel (Poco hombre), Tzvetan Todorov (Los aventureros del absoluto), Álvaro Cunqueiro (El pasajero en Galicia y Papeles que fueron vidas, los dos volúmenes que alumbraron un viaje por su mágica tierra) y Cesare Pavese (El oficio de poeta, que me acompañó en una estancia en su ciudad).

En esta santísima tierra de Malagotham, sofocada de hecatombes literarias, la poesía brilla como la guinda de la tarta, y ya sabrán ustedes que la poesía no se lee, sino que se ama una y otra vez. Sin embargo, a algunos -a tres, para precisar- de esta lista los he releído por primera vez en el 2022: Paco Castaño, Julio Alfredo Egea, Luis Cernuda, Francisco Javier Torres, Jaroslav Seifert, Salvador López Becerra, Abdellatif Laâbi, Antonio Carvajal, Antonio Abad, Hart Crane, José Infante, Antonio Piedra y Aurora Luque, de quien se anuncia, para mitad del 2023, la edición de nada menos que 40 años de su poesía. Deseando quemarme las pestañas con tal cornucopia.


P.D. Quiero imaginarme el año 2023 como una moneda lanzada al aire. En una cara aparece escrita una sentencia de William Carlos Williams: “Nada es bueno salvo lo nuevo”. En la otra cara, se lee aquel verso de W. H. Auden: “Debemos amarnos los unos a los otros o morir”.

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