“Las circunstancias de las relaciones amorosas de Ganivet (y bastante las de su muerte), por escasez de documentos y testimonios, han dado lugar a todo tipo de especulaciones”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
06/02/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana habla sobre el granadino Ángel Ganivet: “Su pensamiento contradictorio pero crítico se revolvía contra las industrias de colonizar y falsificar que en ese tiempo, hacia 1898, llevaban a cabo, entre otros países, Bélgica, de lo que dejó probada huella en sus dos novelas y en sus cartas”...
Las mujeres según Ganivet (y II)
En muchos aspectos, Ganivet no dejaba de ser un hombre de finales del siglo XIX. En una de sus Cartas finlandesas (cuyo cervantino título era “En la que el corresponsal, sin saber gran cosa de política, da una lección de política finlandesa, y, si se quiere, de política general y española”), a propósito del sufragio general, cita un “gracioso apotegma” de Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen: “siendo la mayoría de los hombres una caterva de imbéciles, la minoría es la que lleva la razón”, una idea que recuerda el autor haber leído en el Teatro crítico universal de Benito Feijoo, aunque lo cita a la remanguillé (la original es: “Siempre alcanzará más un discreto solo que una gran turba de necios; como verá mejor al sol un águila sola que un ejército de lechuzas”). Tras citar en su ayuda a Taine, aporta de su cosecha un axioma, casi un exabrupto: “Yo soy ardiente partidario del sufragio universal, con una limitación: la de que no vote nadie”. Así se las gastaba, tan unamunianamente, don Ángel Ganivet. Esta y otras ideas del mismo jaez explican que la corriente autoritaria del momento -y de varios decenios posteriores- arrimaran el ascua ganivetiana a su sardina reaccionaria. Por otro lado, su pensamiento contradictorio pero crítico se revolvía contra las industrias de colonizar y falsificar que en ese tiempo, hacia 1898, llevaban a cabo, entre otros países, Bélgica, de lo que dejó probada huella en sus dos novelas y en sus cartas, como en esta dirigida a su amigo Navarro Ledesma:
Cualquiera que piense, no ya con la cabeza, sino con los calzoncillos, comprende que no se trata de la felicidad de una raza negra, ni del progreso ni de nada por el estilo: se trata de un negocio en grande escala en que el buen Leopoldo [rey de Bélgica] tiene metidos buenos millones.
Las Cartas finlandesas se dejan leer como un pequeño tratado de antropología y de gineceología. La mirada simpática y extrañada de su narrador recuerda la de los viajeros dieciochescos. Ganivet disfruta clasificando los tipos de borrachos europeos o intentando asimilar -él que venía de una ciudad del agua- la cultura acuática de los fineses:
[…] el finlandés es el hombre más acuoso de Europa: su color es algo aguanoso; su cabello es por lo general rubio húmedo (si se me permite inventar este matiz); sus ojos, serenos y poco expresivos, tienen algún parentesco con los de los peces; y por su afición a remojarse el cuerpo merece ya, francamente, ser clasificado como un bimano del orden de los anfibios. Hay baños que duran tres y cuatro horas, y en los que se saturan de agua hasta las partes más recónditas del organismo; en el campo se bañan las familias en masas: el abuelo y la abuela; el padre y la madre; los hijos y las hijas; y si los hay los nietos y los bisnietos, sin distinción de sexo ni edad, todos en cueros vivos, formando cuadros candorosos paradisíacos.
No hay que olvidar -como ya apunté antes- que el escritor granadino vivió unos buenos dos años y medio en una ciudad que admiró, donde se enamoró de una mujer especialísima y frecuentó el círculo íntimo de cinco amigas, vecinas a su domicilio: la pintora y escritora Hanna Rönnberg (que lo describió como “una extraña mezcla de sacerdote árabe y egipcio”), Ella Sahlberg y las hermanas Waenerberg (Hanna, Inés e Ida). No se recató en escribirlo muchas veces: “Helsingfors es una ciudad admirable y cultísima. La gente es buena hasta la pared de enfrente, y muy cachazuda. Las mujeres son tan libres como los hombres y valen más que los hombres”.
Seguramente estaba pensando en su profesora de sueco, la joven viuda Marie Sophie Diakovsky (1871-1934), Masha, la petite lionne blonde que despertó las ansias amorosas del aprendiz Ganivet, que aún seguía enredado con la bella valenciana (y no la cubana, como la apodaban despectivamente la familia y los amigos del escritor) Amelia Roldán Llanos (1868-1913), con la que ya había tenido dos vástagos (Ángel y Natalia, muerta esta última antes de cumplir los tres meses). Las circunstancias de las relaciones amorosas de Ganivet (y bastante las de su muerte), por escasez de documentos y testimonios, han dado lugar a todo tipo de especulaciones. No se conoce por qué nunca llegó a matrimoniar con Amelia y es sabido que hubo infelidades por ambas partes: de hecho, algún biógrafo menciona una desconocida hija finlandesa de Ganivet (con Aliisa Lundin) y en cuanto a su presunta hija póstuma con Amelia, registrada como María Luisa Ganivet Roldán, nacida ocho meses tras la muerte del escritor, nadie duda de que la paternidad correspondiera al tenor Angelo Angielotti [Jaume Bachs], amante de Amelia. Pero volvamos a la refinada Masha, cuya liaison con el español, fue breve, pero intensa, si tenemos en cuenta el romántico cancionero en francés que le inspiró, del que procede este poemilla:
Quand je serai mort, ma vie,
Ecoutte ceci bien:
Avec la tresse de tes cheveux blonds
Attache mes mains!
[Mi vida, cuando yo muera,
ten esto bien claro,
con una trenza de tu pelo rubio
atarás mis manos.
Trad. Manuel García]
Masha, traductora, pianista, políglota y bellísima mujer de vida trepidante, tuvo como primer marido a un capitán de la marina rusa, Peter Alexandrovitch von Bergmann, del que enviudó en 1894. En este tiempo tuvo lugar el encuentro con Ganivet, en la primavera de 1896: en el verano llegó a Helsingfors Amelia con su hijo y Masha inició un largo viaje, rompiéndose la relación (salvo algunas cartas por parte de Ganivet). Desde 1899 y hasta 1906 estuvo casada con el editor y escritor Wentzel Hagelstam, fundador de la importante revista cultural Ateneum y el mayor difusor de Ganivet en Finlandia. En uno de sus viajes la pareja conocería al pintor ruso Alexander von Heiroth, el gran amor de su vida, al que estuvo unida desde 1908 hasta 1913, y con el que residiría en Italia. El hijo de ambos, Algar Rurik Alexander von Heiroth, tendría una larga vida profesional como embajador de Finlandia en varios países. Finalmente, el cuarto hombre con el que matrimonió Masha, entre 1915 y 1920, fue el escritor y empresario Arthur Travers-Borgström con quien vivió en Suiza. Con Arthur -autor del poema Hymn to Thaïs, musicado por Sibelius- escribió Masha la obra de teatro Women and Superwomen, impresa en Londres.
El círculo de amistades de Masha en diferentes etapas y países resulta apabullante por su diversidad y brillantez intelectual; entre numerosos creadores, amistó con escritores que serían distinguidos con el Nobel (el noruego Knut Hamsun, el sueco Verner von Heidenstam, el suizo Carl Spitteler) y con otros, como el italiano Giovanni Papini, del que tradujo varios libros; con el arquitecto Frank Lloyd Wright (con el que Heiroth discutía de pintura japonesa); con pintores, como Matisse o los fineses Hugo Simberg y Albert Edelfelt, quien la pintó varias veces y aseguró que “podría ahorcarse con su pelo y sería una muerte feliz”. Ambos artistas fueron amores correspondidos por Masha.
Gertrude Stein, en su Autobiografía de Alice B. Toklas (1933), escribe de Masha: “Era una mujer aturdida pero divertida, que contaba las clásicas historietas rusas”. También le dedicó su atención Masha a Gertrude en uno de sus diarios, donde anotó:
La curiosa familia Stein [Michael y familia, Leo y Gertrude], unos judíos americanos de San Francisco que se pueden comparar con una manada de animales salvajes, querían conocernos y vinieron aquí [Fiésole]. Me he habituado a sus modales maleducados, a sus pies desnudos, sus kimonos flotantes cubriendo sus inmensas y desbordantes formas, a sus fisonomías de color cobre. […] La señorita Gertrude, graciosa y sencilla, es simpática e inteligente.
La larga y, a veces, asendereada vida que llevó esta auténtica musa admirada por una caterva de artistas y personalidades de la época, contrasta vivamente con la corta pero también intensa existencia de Ganivet, que en un documento entregado dos días antes de su suicidio al barón von Bruck, en cuya casa se hospedaba, para que fuera remitido a su amigo y biógrafo Navarro Ledesma, escribió: “No recuerdo haber hecho mal a nadie, ni siquiera en pensamiento; si hubiera hecho algún mal, pido perdón”.
Nota
La obra entera de Ganivet es muy recomendable, con la excepción quizá del Idearium español, bastante caducado. También la pequeña biografía que le dedicó Antonio Gallego Morell, Ángel Ganivet el excéntrico del 98 (Madrid, Ediciones Guadarrama, 1974) sigue siendo muy legible. Aunque la bibliografía sobre Ganivet es frondosa, el mejor acercamiento al asunto de las dos mujeres amadas intensamente por el escritor se debe a la profesora Mª Carmen Díaz de Alda Heikkilä, autora de dos espléndidos trabajos: “Masha Diakovsky: un retrato” (RILCE 13-2, pp. 25-54. Pamplona, Universidad de Navarra, 1997) y “Amelia Roldán: Luces y sombras. Poesía inédita” (Estudios sobre la vida y la obra de Á. Ganivet. A propósito de “Cartas finlandesas”, pp. 57-76. Madrid, Editorial Castalia, 2000), de donde he tomado muchos de los datos concernientes a Masha Diakovsky y Amelia Roldán. Escrito ya mi artículo, cae en mis manos una novela del poeta, violagambista y ganivetólogo Manuel García: Mañana, cuando yo muera (Sevilla, Algaida, 2019), una muy solvente novela histórica, escrita soberbiamente que, en un marco de autoficción de un escritor a la busca de otro, culmina el mejor acercamiento que uno pueda encontrar hoy a los últimos días de Ganivet y su relación con las mujeres. Manuel García, que ya había editado y traducido el Cancionero a Mascha Diakovsky (la poesía en francés de Ángel Ganivet) (Granada, 2014), consigue rellenar con perspicacia poética y sabiduría literaria los huecos e incógnitas de los últimos años del escritor en Helsingfors y Riga. Si es usted una lectriz exigente, busque este libro, que la dejará tan extenuada como feliz.
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara