“He escogido algunos nombres propios como dianas de la mala baba barojiana que con su pimpampún sañudo y canallesco no dejó de apuntar a los escritores, artistas y políticos de todo signo”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
08/05/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre el libro ‘Pío Baroja: Opiniones y Paradojas’: “He espigado unas cuantas perlas, que muestran, con más o menos crudeza, al personaje nietzscheano, anarquizante, judeófobo, racista y misógino que supo construirse y exhibir sin ningún recato uno de...
...los más exitosos novelistas españoles del siglo XX”.
Don [im]Pío Baroja, sin piedad
Pío Baroja: Opiniones y Paradojas (Tusquets, 2000) es un curioso vademécum barojiano seleccionado y prologado por el navarro Miguel Sánchez-Ostiz, el escritor que más sabe -por habérsela leído entera- de la colosal obra de Pío Baroja. De ahí he espigado unas cuantas perlas, que muestran, con más o menos crudeza, al personaje nietzscheano, anarquizante, judeófobo, racista y misógino que supo construirse y exhibir sin ningún recato uno de los más exitosos novelistas españoles del siglo XX. Baroja también fue un hábil navegante -antes, durante y después de la guerra civil española- en el mercadona literario hasta ascender a los cielos académicos. Sobre todo, he escogido algunos nombres propios como dianas de la mala baba barojiana que con su pimpampún sañudo y canallesco no dejó de apuntar a los escritores, artistas y políticos de todo signo.
Alcalá Zamora, Niceto. No podía vivir sin peroratas.
Alfonso XIII. Este rey no demostró nunca valor ni demostró inteligencia, ni prudencia ni lealtad.
Álvarez Quintero, Hermanos. Hay siempre en sus comedias y sainetes un fondo de moralidad burguesa, un vuelo de la fantasía tan corto, que molesta.
Azaña, Manuel. No tenía nada de revolucionario, ni por ideas ni por temperamento. Era un conservador, un ordenancista para ser subsecretario o ministro en una Monarquía. Era un hombre blando, incapaz de medidas rápidas y eficaces. Un legalista, pero un legalista no sirve para una revolución. Hombre para ser profesor en un instituto.
Azorín, Antonio. Tiene la debilidad de creer grandes hombres a todos los que hablan fuerte y enseñan con pompa los puños de la camisa en una tribuna.
Balzac, Honoré de. La pesadilla, el sueño de una noche de indigestión, la frialdad, la penetración, la estupidez, el delirio de grandeza, la quincalla, la estafa, el mal gusto. Por su fealdad, por su genio, por su inmoralidad es el Danton de la tinta de imprenta.
Bayo, Ciro. Era un viejo hidalgo quijotesco, un poco absurdo y arbitrario.
Blasco Ibáñez, Vicente. Había hablado por la mañana o por la tarde en un mitin republicano, haciendo líricamente la apología de la República, y por la noche nos dijo con sorna que la República sería el régimen de los taberneros, de los zapateros de viejo y, sobre todo, de los maestros de escuela. Según él afortunadamente no vendría nunca a España. En cuestiones de publicación de libros era un águila.
Cabrera, Ramón. Era un hombre cruel en frío, con una inteligencia clara. Había sido seminarista y tenía el furor de todos los cabecillas que salieron de esas fábricas de curas.
Campoamor, Ramón de. Afirmó que las doctrinas de Darwin eran de un mozo de mulas. Este buen hombre, el autor de las Doloras, creía que sus aleluyas y sus versitos de pastelería eran de mucha más trascendencia que el transformismo.
Carlyle, Thomas. Era un germanófilo exaltado y violento, un racista, un enemigo de la democracia y un espíritu latino… Es como el predicador puritano fanático y apocalíptico. Emerson es más oportunista.
Castelar, Emilio. Le faltaba lo que ha faltado a la mayoría de los españoles del siglo XIX: decoro.
Cavia, Mariano de. Era un tipo chillón, procaz, que armaba escándalos en todas partes e insultaba a la gente. Como [Joaquín] Dicenta, tenía fuero especial para hacer lo que le daba la gana: se emborrachaba, gritaba, insultaba, y todo el mundo mostraba un respeto por él como si fuera un fetiche.
Céline, Louis Ferdinand. Es un francés morboso, exagerado, desagradable y de mal gusto manifiesto.
Cervantes, Miguel de. Es para mí un espíritu poco simpático; tiene la perfidia del que ha pactado con el enemigo (la Iglesia, la aristocracia, el Poder) y lo disimula; filosóficamente, a pesar de su amor por el Renacimiento, me parece vulgar y pedestre; pero está sobre todos sus contemporáneos por el acierto de una invención, la de Don Quijote y Sancho, que es en literatura lo que el descubrimiento de Newton es en física.
Chopin, Frédéric. Músico seudogenial, brillante, aparatoso y casi siempre vacío (…) Un comiquillo insignificante y un músico de pocos vuelos.
Coloma, Luis. El padre Coloma era un adulador de la aristocracia. […] Tenía un tipo mixto de judío y de gitano, étnicamente poco recomendable […]. Era el Chateaubriand del Urola.
Cornuty, Enrique. Era un pájaro extraño. Parecía una letra gótica; tenía pocos medios de vida y su padre no le atendía. […] Trajo el decadentismo a España del mismo modo que las ratas llevan la peste bubónica a los puertos.
Corpus Barga. Tenía un aire un poco decadente de pollo de la burguesía.
Daudet, Alphonse. Había notado toda la cuquería de los tartarines meridionales, probablemente estudiándose a sí mismo.
Daudet, Léon. No valía gran cosa. Era un libelista petulante, que quería representar el buen sentido francés conservador; pero no creo que lo representara, porque era iracundo, violento y arbitrario.
Diderot, Denis. No tiene interés ninguno para un espíritu moderno, al menos para el que no sea francés. Es casi tan aburrido como Rousseau.
Dostoievski, Fiódor. La expansión de la patología viene con Dostoievski. Aquí se puede decir que no hay un tipo normal: todos son neurasténicos, epilépticos, locos, avaros, eróticos y vagabundos.
Dumas, Alexandre. Este hombre, que parece bueno, que parece ingenuo en sus obras, no sé por qué me da la sensación de un reverendísimo egoísta.
Durruti, Buenaventura. Era un tipo diametralmente opuesto a Pablo Iglesias. No era un doctrinario, era un condotiero, inquieto, atrevido y valiente. También se le podía encontrar como una encarnación del guerrillero español.
Estévanez Murphy, Nicolás. Exministro de la República española del 73, era un hombre simpático y alegre, un poco terco y arbitrario. Había sido un revolucionario y quería seguir siéndolo. […] Vivía pobremente, como un completo bohemio, de traductor.
Gádex, Dorio de. Entre los bohemios madrileños había muchos que eran bastante insignificantes. Uno de estos era el que se firmaba Dorio de Gádex, pobre diablo llorón, que no tenía ningún talento. Éste se llamaba de apellido Rey Moliné; era gaditano, hablaba de una manera aparatosa, echándoselas de hombre de gran cultura, y no sabía nada de nada.
Gallardo, Bartolomé José. Gran bibliófilo, era el José María el Tempranillo de las bibliotecas.
Gálvez, Pedro Luis de. Era un hombre absurdo; yo creo que un tipo patológico. (…) Era bohemio por naturaleza y no podía acomodarse a la vida reglamentada. No creo que fuera un exaltado de ideas políticas; pero, sin embargo, comenzó a actuar como republicano y como sindicalista (…). Era un diletante del sable. Tomaba lo que le daban: un duro, dos duros, tres perras gordas. (…) Perezoso como un turco y un alcohólico inveterado.
Gide, André. Ya de viejo, está a la defensiva. No comprendo tanta preocupación y tanta cautela como tiene Gide para hablar de su homosexualismo supuesto ya cerca de los ochenta años.
Gómez de la Serna, Ramón. A mí siempre me pareció Gómez de la Serna un hombre sin gracia, de una abundancia fofa, un sinsorgo, como dicen en Bilbao. De Gómez de la Serna creo que no se sacará nada, todo es bazofia, jerigonza de la época.
Heine, Heinrich. Parece una mujer guapa que hace monerías sabiendo que es guapa y confundiendo la gracia natural con el amaneramiento.
Huysmans, Joris Karl. A mí la literatura de Huysmans no me ha gustado nada […] cosa de snobs. Huysmans no dejaba de tener talento, pero hacía una bazofia de mal gusto para los que se decían exquisitos.
Iglesias, Pablo. Era un doctrinario, un hombre con espíritu de profesor. No sé si tenía relaciones con los de la Institución Libre de Enseñanza, pero quitando algunas violencias de palabra, obligadas por su posición de tribuno popular, era muy parecido a ellos.
Joyce, James. Tan dislocado y tan absurdo (…) será, en ocasiones, incomprensible y disparatado, pero nunca tiene ese aire envejecido que tiene a veces Proust, que en castellano se llamaría, con mala intención, cursi.
Kafka, Franz. Me parece un Dostoievski muy en pequeño. […] Debía ser un judío enfermo, tuberculoso, exaltado: un visionario. Tuvo al parecer el entusiasmo místico de pensar en la sinagoga, y después creyó como en un artículo de fe en el psicoanálisis, invención de otro judío, Freud, y mezcló esto con el surrealismo, superrealismo o como se llame.
Kierkegaard, Soren. Da la impresión de un hombre enfermo, arbitrario y sombrío, que no solo no quiere curarse, sino que se recrea en sus propios dolores.
Lanza, Silverio. El ingenio más frenético y más desarreglado de nuestra época (…). Es un pensador de una originalidad violenta, de una independencia huraña y salvaje. Es el más anarquista de todos los escritores españoles contemporáneos (…). -Amigo Baroja -me decía-, en sus novelas es usted muy galante y respetuoso con las damas. A las mujeres y a las leyes hay que violarlas para hacerlas fecundas.
Larra, Mariano José de. Es un tigrecillo amaestrado, encerrado en una jaula pequeña. Hace las gracias de los gatos, maúlla como ellos, se deja pasar la mano por el lomo, pero en ocasiones el instinto le sale a los ojos y se observa que piensa: ¡Con que gusto os devoraría!
López Silva, José. Según López Silva y sus amigos, modernista y esteta eran palabras sinónimas de pederasta. Esta insólita opinión de un burgués amanerado y tenedor de libros tuvo su éxito.
Loti, Pierre. Recuerdo que hace algunos años, en Biarritz, vi a un hombrecillo bajito, muy bajito, vestido de marinero, jugando a la barra, enseñando sus bíceps y ejerciendo de atleta. Me dijeron que era Pierre Loti; y al saberlo, creí adivinar el secreto de sus entusiasmos por la fuerza y la estatura.
Madariaga, Salvador de. Habla a mi parecer de una manera pedantesca (…), es un hombre escolástico, conceptuoso, y que a mí me parece poco inteligente (…), no tiene en absoluto ninguna penetración psicológica.
Maeztu, Ramiro de. Era católico, y leyó a Karl Marx y se hizo comunista. Era marxista y se hizo tradicionalista. Era incrédulo, y oyó al padre Ibarranguelua y se hizo creyente. […] Hombre insensato y extravagante. Era terriblemente antipatriota.
Marx, Karl. Marx, que para el socialista es un oráculo y para el indiferente tiene el tipo de un filósofo mediocre y pesado, se convierte para los fascistas en Satanás, en el Anticristo, en Judas, en la Bestia Apocalíptica, en el traidor por excelencia.
Montesquieu y Rousseau. Tendría uno que tener el cerebro muy extrañamente constituido para ir a un balneario con el Espíritu de las leyes, de Montesquieu, o con el Emilio, de Juan Jacobo Rousseau, en la maleta.
Mussolini, Benito. Con su vieja retórica d’annunziana, a pesar de su jersey negro, de su mandíbula y de sus actitudes, sé que es un san Jorge un poco mediocre, que se vanagloria de cosas bastante insignificantes.
Núñez de Arce, Gaspar. Era un versificador seco y acartonado.
Ortega y Gasset, José. Yo no creo que Ortega tenga mucha intuición de los hechos políticos. Lo que tiene es el arte de flotar sobre la literatura y la política. Allá donde otros se ahogan, él flota.
Palacio Valdés, Armando. Es muy pobre, de los peores del tiempo. Siempre vacilante, ramplón y, sobre todo, vulgar.
Pardo Bazán, Emilia. No me interesó nunca ni como mujer ni como escritora. Como mujer, era de una obesidad desagradable, y como escritora, todo eso del casticismo y del lenguaje no he tenido muchas condiciones para sentirlo (…). En su conversación, doña Emilia era un poco ansiosa y trepadora.
Pármeno [López Pinillos]. Personalmente, era tipo repulsivo, un andaluz gordo, seboso, con el pelo rojo, como de virutas, y que hablaba de todo el mundo con una cólera incomprensible. Todos eran miserables bandidos, usureros, castrados. Era la suya la maledicencia estudiada y alambicada, que llega a provocar repugnancia.
Pereda, José María. Leerlo me parece ir sobre una mula caprichosa y resabiada que marcha con un trotecillo incómodo y hace cabriolas amaneradas a estilo de caballo de circo.
Pérez de Ayala, Ramón y Gabriel Miró. Son escritores atildados […]; mucho enjuagarse con el estilo, mucho recrearse en la palabra, cosa que a la mayoría no nos interesa profundamente.
Pérez Galdós, Benito. No tuve gran entusiasmo ni por el escritor ni por la persona. Era, indudablemente, un novelista hábil y fecundo; pero no un gran hombre. […] Pensaba, sobre todo, en el éxito y en el dinero.
Ramón y Cajal, Santiago. Histólogo que como pensador siempre ha sido de una mediocridad absoluta.
Rousseau, Jean-Jacques. Cuando habla en el Emilio de cómo le gusta el campo y cómo quisiera que fuese su casa, se ve que habla el hombre que ha vivido en parques y jardines, hombre para quien la naturaleza se parece a una pintura de Boucher y de Fragonard.
Salmerón, Nicolás. Era un histrión inimitable: el histrión que está convencido de su papel. Era el orador más maravilloso que se ha podido oír. Como filósofo no era nada, como político era una calamidad.
Sawa [hermanos]. Alejandro Sawa era un personaje decorativo a quien se le tenía por genial. Imitaba el tipo de Alphonse Daudet con su barba y su melena; andaba de café en café y de taberna en taberna, en compañía de un perro […]. Manuel Sawa era un malagueño alto, con una barba larga y negra, de profeta judío, embustero como pocos, cínico y desgarrado en el hablar, y tartamudo (…), un vividor, farsante y desaprensivo. […] Los Sawa era cuatro, como los jinetes del Apocalipsis, de origen griego o judío.
Unamuno, Miguel de. Intentará demostrar al mismo tiempo que cualquier escritor portugués o sudamericano es una gran cosa, y que en cambio Kant, Schopenhauer, Goethe o Nietzsche no son nada. Es el eterno aldeanismo, rebozado con una punta de envidia. A mí no me entusiasma Unamuno, ni como novelista, ni como poeta, ni como filósofo. No se lo hubiera dicho, en su cara, cuando vivía por no molestarle. Cuando le hablaba, le hablaba con amabilidad. Pero a mí no me gustaba ni me gusta lo que este paisano mío ha escrito.
Valera, Juan. Tenía gracia y malicia, pero era un fabricante de bibelots.
Valle-Inclán, Ramón Mª del. Además de la antipatía física había entre nosotros una antipatía intelectual.
Verlaine, Paul. Para mí el último gran poeta del mundo. Es la gloria de la literatura de un país y sería la vergüenza de una familia.
[Pintores]. Entre sus cultivadores hubo gente de talento y de audacia, como Picasso, y otros pequeños mixtificadores, como Juan Gris. […] Picasso fue como un alquimista y Solana como un droguero. […] Creer que Bretón, Picasso, Dalí o Miró son monstruos de inteligencia que van a aclarar el mundo interior y exterior es una pobre entelequia de un pueblo de buenos burgueses de cabeza pesada y de señoras que se creen a la moda. […] Sorolla y Zuloaga eran por el estilo: artistas de receta, con una técnica mejor o peor, pero sin espíritu. […] Los hermanos Gutiérrez Solana: al principio muy rojos y luego muy falangistas, y siempre muy cucos. La obra de Solana, creo yo que es parecida a la de Romero de Torres. Éste tiende a la España convencional, un poco de pandereta, y el otro a lo fúnebre y a lo negro. Se ha querido pintar a Solana como si fuera un hombre de intuiciones no ya artísticas, sino políticas y filosóficas. Pura tontería. (…) Tenía un espíritu pequeño y rencoroso. […] Max Jacob era como un payaso triste. En Max Jacob se nota también la histeria judía. […] Acabó en el campo de concentración como un jilguero metido en una ratonera.
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