“Alguien ha catalogado estas memorias de vengativas y de ajuste de cuentas contra los intelectuales izquierdistas amigos de Octavio Paz, particularmente el grupo mexicano”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
05/06/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre las memorias de Elena Garro: “El retrato de Pablo Neruda es cruel, demoledor: no se lavaba las orejas, siempre andaba un poco pasado de copas y, para rematar, el vergonzoso asunto del abandono de una hija con hidrocefalia… El chileno, a quien su amigo Bergamín...
...apoda “la Chirimoya”, aparece en todas las rencillas: Garro también anota que César Vallejo y él se odiaban”.
Elena se fue a la guerra (y 2)
En aquel congreso revoloteaba una chica rubia -Gerda Taro- con Roberto Kapa (ojos vivaces de color violeta): “tenía el aire melancólico de un canario extraviado. Eran una pareja de húngaros románticos, aventureros, jóvenes y bellos”.
Ya en Madrid, Elena conoce al ministro de Instrucción Pública y Sanidad, el comunista Jesús Hernández (que no tenía cara de ministro), y a Huidobro (amable, de maneras fáciles y conversación brillante), a quien Neruda no le dirigía la palabra. El retrato de Pablo Neruda es cruel, demoledor: no se lavaba las orejas, siempre andaba un poco pasado de copas y, para rematar, el vergonzoso asunto del abandono de una hija con hidrocefalia… El chileno, a quien su amigo Bergamín apoda “la Chirimoya”, aparece en todas las rencillas: Garro también anota que César Vallejo y él se odiaban.
Con luz propia brilla María Zambrano (vestida de negro, con el pelo cortado a lo garçon y fumando en una boquilla larga): le pareció siempre una pitonisa. Se disgusta con ella porque, al presentarle a Adolfo Bioy Casares (más adelante serían amantes secretos Elena y Bioy), a María le contraría “ese señorito literato”. Más tarde, exiliada ya en México, registra una frase genial de la Zambrano: “Elenita, hoy amanecí muy cartesiana”. El ambiente enrarecido por los estalinistas es notorio: Garro le pregunta a Manci [Mancisidor] por qué no vino André Gide al Congreso y el amigo mexicano le responde: “Rubita, en España no queremos traidores”.
De Juan Chabás (el hombre más guapo de España, el que le quitó una amante al mismo Rey) anota que era alegre, le gustaba reír, tenía los ojos claros, muchas canas y usaba botas altas. Elena pasea también con León Felipe y va de excursión al Escorial con Alberti. En el paseo de Rosales le sorprende un tiroteo yendo con Paz, Pellicer y Chávez: “¡Habíamos visto un pedacito de guerra!”. A Koltzov, el corresponsal del Pravda, le dedica este apunte “era bajo de estatura, fornido y de cabello tirando a claro; tenía un curioso defecto en la dentadura”. La mexicana coincide en Minglanilla con el poeta Stephen Spender, al que nunca perdonaría esta dedicatoria de un libro suyo: “Al guapo poeta O. Paz y su bella y joven mujer que en Minglanilla se puso histérica…”.
En el frente de la Casa de Campo habla con Daniel Zozólashvili (era muy guapo… moreno de piel y de ojos color cerveza), un oficial soviético, que le tira los tejos y con el que van una noche al cine a ver una de los hermanos Marx (Una noche en la ópera). La ternura de doña Elena se desata ante las figuras de Companys (pálido, rubio y con una sonrisa extraña) y de Miguel Hernández (a quien quise mucho). En Valencia se escapaba a la playa en donde coincide con un “inglés tendido sobre una toalla blanca y con un bañador azul”: eran los únicos dos bañistas en aquella playa desolada. Cuando, finalmente, hablan, descubre que aquel inglés era Luis Cernuda, a quien se refiere en muchas páginas del libro.
En una de las visitas a Barcelona, Elena, entre sorprendida y disgustada, comenta:
Cuando nos llevaron a visitar la catedral de Gaudí y contemplé desde lejos las zanahorias y las coliflores de sus torres, creí que la había construido Walt Disney […]. También en el paseo de Gracia había balcones de Gaudí: blancos y espumosos como merengues.[1]
Alguien ha catalogado estas memorias de vengativas y de ajuste de cuentas contra los intelectuales izquierdistas amigos de Octavio Paz, particularmente el grupo mexicano. De Octavio Paz, en otro contexto, no se recató en afirmar:
Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él (…) en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz.
A decir verdad, muy pocos escapan al venenoso comentario de doña Elena, pero, de entre los que trató, habla particularmente bien de Cernuda, Gil-Albert, Miguel Hernández, Pla y Beltrán, César Vallejo y Juan de la Cabada. La amistad de la pareja Paz/Garro con Silvestre Revueltas se mantiene en todo momento, a pesar de los delirios dipsomaníacos del músico. En cuanto a las mujeres, Garro reparte su admiración entre María Zambrano, Lupe Marín (primera mujer de Diego Rivera), la glamurosa Gloria Rubio y la enérgica Georgette Vallejo. Reciben pullas el coronelazo Siqueiros, a quien visitan en el frente de Pozoblanco (aparece con una risible vestimenta de húsar) y Tina Modotti, a la que despacha con “era un fantasmón”.
La joven Elenita, la camaradita, la rubita, la güerita dice no entender nada de lo que comentaban sus acompañantes en voz baja: los desaparecidos del POUM, las checas, la revolución permanente, la quinta columna… Repite una y otra vez que aquellos intelectuales lidiaban con las ideas y ella con el miedo. La experiencia del hambre es obsesiva, al punto de que registra como los momentos más felices comerse unas uvas mientras contempla el Turia o saciarse de melón con su amigo Miguel Hernández.
Estas memorias, más que libro, semejan una película, llena de secuencias inolvidables: la sarcástica y escatológica visita a Adalberto Tejeda, el pedorro embajador de México en París; la aparición y huida del compañero Juan Bosch en el teatro barcelonés donde Octavio Paz está recitando su “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”, dedicada a Juan Bosch (a quien creía muerto); la velada en el Folies Bergère con Miguel Hernández; la invisibilidad de Luis Cernuda en su exilio mexicano; el baño en la playa (“sólo con unas bragas de seda”), que pone de los nervios a Octavio Paz…
Pero a veces Elena Garro se pone seria, como al visitar en su casa de Valencia al poeta Antonio Machado envejecido, triste y desesperanzado. La que sería una de las escritoras más notorias de México escribe:
Si alguna imagen me quedó de España fue la imagen de la madre de Machado, de pie en aquel comedor por el que zumbaban moscas…
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara
[1] Otra visitante extranjera, la enfermera usamericana Lini de Vries, anotó en su libro España 1937 (Memorias) (México, 1965) un juicio parecido sobre la obra de Gaudí: “Parece un sorbete de chocolate al revés que, al derretirse, forma curiosas figuras”, sincera y despreocupada apreciación que recuerda la que emitió sobre esa misma joya arquitectónica George Orwell en su Homenaje a Cataluña (1938): “[…] un edificio moderno y de los más feos que he visto en el mundo entero. Tiene cuatro agujas almenadas, idénticas por su forma a botellas de vino del Rin. […] Creo que los anarquistas demostraron mal gusto al no dinamitarla cuando tuvieron oportunidad de hacerlo […]”.