“Esta obra, por su respetuosa historicidad y por su finura literaria, constituye una propuesta ejemplar de ética y patriotismo auténtico, tan necesarios hoy”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
19/06/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre la obra de teatro Entre los hunos y los hotros: “Esta pieza dramática -compuesta por Enrique Girón y llevada a la escena por el grupo “Callejón del Gato”, o sea, Juan García de la Coba y Enrique Girón- es un modelo de contención expresiva, de selección de hechos y...
...de explotación magistral de mínimos recursos: no se puede ir más lejos con tan exiguos medios”.
Entre los hunos y los hotros. Una propuesta ejemplar
Este texto apareció como prólogo a la reciente publicación de la exitosa obra teatral de Enrique Girón Entre los hunos y los hotros (Libros del Genal, Málaga, 2023).
Esta pieza dramática -compuesta por Enrique Girón y llevada a la escena por el grupo “Callejón del Gato”, o sea, Juan García de la Coba y Enrique Girón- es un modelo de contención expresiva, de selección de hechos y de explotación magistral de mínimos recursos: no se puede ir más lejos con tan exiguos medios. No era fácil la tarea de concentrar, en solo una hora de sustancial conversa, este toma y daca entre dos intelectuales, quizá los más señeros del siglo XX español, protagonistas y testigos de ese primer tercio del siglo en que la sociedad española se vio inmersa en un proyecto politicocultural de un alcance antes nunca intentado, pero abortado violentamente por un golpe militar que desencadenó la guerra civil y la implantación de una feroz y duradera dictadura. Y, sin embargo, Enrique Girón culminó esa tarea de reunir en una velada dialogal al rector de la universidad de Salamanca, el filósofo Miguel de Unamuno (1864-1936), con el presidente de la II República, el político Manuel Azaña (1880-1940), empleando enormes dosis de inteligencia, sensibilidad y respeto.
Estas dos figuras, aún hoy, se nos siguen apareciendo como dos grandes fantasmas intelectuales capaces, con su palabra, de explicarnos el horror, la pesadilla, la ventolera de unos años aciagos en los que se trató -tarea tan inútil como imposible, diría Azaña- de aniquilar al adversario.
Tanto la escritura de la obra como la labor actoral consiguen acercarnos a estos dos gigantes (ambos, prestigiosos autores en varios géneros) con las mismas armas de que se valieron en sus vidas y quehaceres Unamuno y Azaña: el humor, la ironía, la polémica, la poesía, la contradicción, la oratoria.
Aunque se trata de una obra muy corta, es muy perceptible el acercamiento de los dos personajes que evolucionan sutilmente desde el drama y el enfrentamiento hacia una entente cordial, ya que -como afirma uno de ellos en el transcurso de ese creciente arrimo- comparten incluso “un amor enfermizo por el arte”. En ese progresivo ayuntamiento se mencionan los importantes hechos históricos, culturales y vitales que mediatizaron la relación entre los dos intelectuales, a tal punto que se puede hablar -con permiso de Plutarco- de vidas paralelas: los dos fueron huérfanos de padre, estudiantes en colegios religiosos, monógamos, ateneístas. Azaña deploraba al egotista, al discordante Unamuno, pero admiraba al poeta, en tanto que Unamuno deploraba al político Azaña, pero admiraba al orador, al traductor, al escritor. Además de sus vidas íntimas (frustraciones infantiles y amorosas), también se mencionan hechos políticos en los que se enfrentaron o coincidieron: la cuestión catalana, la separación Iglesia-Estado, la disolución de los jesuitas, la reforma militar, el inicio de la guerra, el salvamento de los fondos del Museo del Prado, el fusilamiento de dos queridos amigos de Unamuno (el pastor protestante Atilano Coco y el arabista Salvador Vila, rector de la universidad de Granada).
No revelaré aquí dos escenas estupendas en las que Azaña y Unamuno, cada uno por su lado, reviven sendos y conocidísimos discursos, en momentos culminantes de la obra (y de la historia real). Entre otros instantes de distensión -que sabe dosificar el autor de la obra- destacaré el relato del enamoramiento y casorio de Azaña con Lola de Rivas Cherif, que remata el irónico comentario unamuniano: “¡Caray con el rojo!”.
De los varios homenajes, guiños y referencias a otros personajes, quisiera destacar dos muy relacionados con el autor del texto. Imagino que, por su condición de hombre de teatro, Girón no ha podido evitar aludir a Cipriano de Rivas Cherif, “genio de la escena”, que aportaría grandes dosis de creatividad a la historia del teatro español del primer tercio del siglo, además de su vinculación de amistad, profesional y familiar con Azaña, coprotagonista del drama. En segundo lugar -esta vez relacionado con la dedicación traductora de Girón-, en la obra se homenajea a la malagueña republicana Isabel Oyarzábal Smith, primera mujer española embajadora, cuya obra publicada originalmente en inglés vertieron al español Enrique Girón y Andrés Arenas, haciendo así posible la reivindicación y redescubrimiento de esta importante intelectual.
Las relaciones entre Unamuno y Azaña fueron bastante tormentosas, como es sabido y conocemos -entre otras fuentes- por el diario de sesiones de las Cortes del período en que el viejo rector intervenía como diputado independiente en la conjunción republicano-socialista (1931-1933). Cuando Unamuno se ponía estupendo y metafísico debía de resultar insoportable. De hecho, en sus Memorias políticas y de guerra (México, 1968), Azaña hace varias anotaciones referidas tanto a la persona (“Unamuno está muy aviejado; tiene una delgadez senil, que contrasta con la robustez sanguínea de hasta hace poco”), como al contenido de sus discursos (“Unamuno ha hecho un discurso tonto”, “sin eficacia política”, “un discurso antirregionalista”) y a sus opiniones, que a veces le parecen triviales y tópicas. También se queja Azaña del carácter contradictorio de Unamuno, quien votó contra la disolución de la Compañía de Jesús y después le indica a Azaña que había que expulsarla, ya que conspira contra la República. El presidente no se ahorra una amarga puya: “En el fondo, Unamuno opina que la República la ha traído él”.
En este juego de espejos y miradas cruzadas resulta de gran novedad la ya señalada por Girón en su texto, relativa al encuentro de Isabel Oyarzábal con Unamuno, con motivo de la conferencia “Mujeres del pasado” que impartió la malagueña en el Ateneo de Salamanca. En esa visita, que recogió Oyarzábal en el libro de memorias Hambre de libertad, Unamuno le hizo de guía y en su conversación le reveló su convencimiento de la superioridad de las mujeres novelistas respecto de los hombres: llegó a confesarle que le hubiera gustado escribir Cumbres borrascosas de Emily Brontë. El apunte memorialístico concluye así: “Unamuno era un pensador, un inconformista, un místico”. Tampoco Azaña escapó al perspicaz ojo de Oyarzábal, con mayor razón, puesto que tuvieron largo trato como compañeros de tertulia, correligionarios republicanos y asiduos asistentes a las sesiones de teatro casero que frecuentaban ambos:
Es un hombre extraordinariamente inteligente y en general incomprendido, pues se cree que es fuerte, pero en realidad posee un carácter débil, se supone que es cruel o duro, cuando en realidad es persona de buen corazón. Sin duda es el mejor orador que yo haya escuchado jamás pero no es un orador de masas; un buen estadista, aunque no en tiempos difíciles. Posee una mente tal que su lógica resulta implacable por su pura claridad. Desperdiciada en unos momentos como los que España estaba viviendo, en los que todo lo que estaba ocurriendo era ilógico, absurdo e inesperado (Hambre de libertad, pp. 460-461).
Aunque se trata de dos personajes de una inusitada complejidad y de un momento histórico vivamente debatido aún hoy, el austero texto de Entre los hunos y los hotros consigue sortear el escollo del reduccionismo y da vida a dos interlocutores de gran profundidad y verismo. La puesta en escena, acorde con un minimalismo de gran eficacia, es rematada con unas interpretaciones conmovedoras, aunque siempre espléndidamente mesuradas, de Enrique Girón y de Juan García, que nos regalan en cada representación una faena absolutamente redonda, seria, profunda, feliz. Todo ello ha sido reconocido y celebrado, tanto por el aplauso del público de diversas regiones como por haber quedado finalistas en, hasta ahora, siete certámenes y festivales de teatro de Andalucía, Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia y La Rioja, para los que fuera seleccionada entre varios cientos de obras de todo el Estado. Entre los galardones alcanzados se cuentan primeros premios a la obra, premio a sus valores históricos, premio a sendas interpretaciones y, sobre todo, el premio a la mejor autoría original en los IX PREMIOS “JUAN MAYORGA” 2022.
Finalmente, habría que destacar otra de las importantes bondades de Entre los hunos y los otros: la de su potencialidad y aprovechamiento didácticos, no solo para jóvenes estudiantes, sino para un público más amplio. Esta obra, por su respetuosa historicidad y por su finura literaria, constituye una propuesta ejemplar de ética y patriotismo auténtico, tan necesarios hoy. Pasen, miren y escuchen a Azaña en el espejo de Unamuno, a Unamuno en el espejo de Azaña.
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