“Espero haber dado suficientes muestras para que se me catalogue como lector paranoico, algo obsesivo, un punto fetichista y bastante histérico…”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


03/07/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre los diferentes tipos de ‘lectores neuróticos’: “Aquella noche había estado pensando en la tipología de lectores establecida por el incisivo Roland Barthes y concluí -mientras devoraba una docena de piononos- que yo mismo debía de pertenecer a cada una...

...de las cuatro variedades que el crítico francés pergeñó tan sutilmente en su libro El placer del texto”.

Tipología de lectores neuróticos

Aquella noche había estado pensando en la tipología de lectores establecida por el incisivo Roland Barthes y concluí -mientras devoraba una docena de piononos- que yo mismo debía de pertenecer a cada una de las cuatro variedades que el crítico francés pergeñó tan sutilmente en su libro El placer del texto:



Se podría imaginar una tipología de los placeres de lectura –o de los lectores de placer; esta tipología no podría ser sociológica pues el placer no es un atributo del producto ni de la producción, sólo podría ser psicoanalítica comprometiendo la relación de la neurosis lectora con la forma alucinada del texto. El fetichista acordaría con el texto cortado, con la parcelación de las citas, de las fórmulas, de los estereotipos, con el placer de las palabras. El obsesivo obtendría la voluptuosidad de la letra, de los lenguajes segundos, excéntricos, de los metalenguajes (esta clase reuniría todos los logófilos, lingüistas, semióticos, filólogos, todos aquellos para quienes el lenguaje vuelve). El paranoico consumiría o produciría textos sofisticados, historias desarrolladas como razonamientos, construcciones propuestas como juegos, como exigencias secretas. En cuanto al histérico (tan contrario al obsesivo) sería aquel que toma al texto por moneda contante y sonante, que entra en la comedia sin fondo, sin verdad, del lenguaje, aquel que no es el sujeto de ninguna mirada crítica y se arroja a través del texto (que es una cosa totalmente distinta a proyectarse en él).


Entonces soñé que Roland Barthes moría ahogado por violenta intervención de Ernest Renan. En mi época universitaria había leído bastante al primero y hojeado algunos libros del segundo, ese sabio “blasfemo europeo” (dixit Pío IX, el de los dulces piononos), sobre todo su Vida de Jesús, donde el profeta nazareno era retratado como un hombre y un anarquista, no como Dios. En mi sueño aparecía Renan de pie en una balsa estorbando a Barthes subirse a ella, quien finalmente acabó hundiéndose…

Ignoro si en la profusa obra crítica de Barthes, la figura de Ernest Renan mereció alguna atención, pero ya con las luces del despertar traté de reunir los datos que conocía de ambos escritores, en un intento de interpretar la desagradable pesadilla. Sabía que los dos se habían quedado huérfanos de padre en la infancia. El padre de Roland, Louis Barthes, era oficial de la Marina mercante y murió en 1916 durante un combate naval en el Mar del Norte. El padre de Ernest, Philibert François Renan, antiguo patrón de pesca de altura, murió arrastrado por un golpe de mar, o suicidado a causa de las deudas contraídas por la compra de una goleta. Hace tiempo, mientras preparaba un artículo de tema marinero, descubrí la existencia de un crucero acorazado de la Marina Francesa, botado en 1906 y dado de baja en 1931, que participó en la Primera Guerra Mundial, de nombre Ernest Renan. En este barco estaba -supongo- la clave del sueño de marras: mi mente calenturienta debió de imaginar que el acorazado bautizado “Ernest Renan” pudo hundir, en aquel combate de 1916, el barco a bordo del cual iba el padre de Barthes.


Barthes y Renan ni siquiera fueron coetáneos. Como es sabido, el pobre Roland Barthes no murió ahogado, sino atropellado por la furgoneta de una lavandería en el centro de París en 1980. Espero haber dado suficientes muestras para que se me catalogue como lector paranoico, algo obsesivo, un punto fetichista y bastante histérico, aunque he decidido no volver a cenar piononos, cuya ingesta conjuró quimeras y ensueños enfermizos.

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