“Otro punto muy notable en el libro de Cabello es el de la evocación del paisaje, algo muy raro en las novelas de hoy. Los jóvenes narradores tienden a identificar el paisaje con la ausencia de argumento”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
11/09/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre las novelistas Encarna Cabello, Pilar Salamanca y Jane Bowles: “Entre las lecturas embauladas recientemente, hay un original trío de novelistas apasionadas, a las que he percibido como estudiosas del alma -o de la psique, si vamos a ponernos clasicistas-,...
...y así lo muestran en algunos de sus libros. El viaje que supone todo descubrimiento interior es el medio de que se valen estas narradoras para construirse a sí mismas y construir la carnosa personalidad de sus criaturas de papel”.
Tres damas viajeras
Entre las lecturas embauladas recientemente, hay un original trío de novelistas apasionadas, a las que he percibido como estudiosas del alma -o de la psique, si vamos a ponernos clasicistas-, y así lo muestran en algunos de sus libros. El viaje que supone todo descubrimiento interior es el medio de que se valen estas narradoras para construirse a sí mismas y construir la carnosa personalidad de sus criaturas de papel.
Encarna Cabello, en su Lugano bien mereció la pena (Diwan Mayrit, 2022), acomete el retrato de Munir, un joven inmigrante argelino, y su relación con una madura española de nombre Patricia. Esta crónica de pobres amantes (gracias, Pratolini) es también una crónica del desamor, en la que se plantea una relación desigual entre una mujer fuerte -activa, libre y sensible- y un varón débil -un niñato vivalavirgen, un bello joven, casi un nínfulo-. Esta asimetría prefigura desde el comienzo el desenlace. Parece que la historia responde a una experiencia autobiográfica, aunque no me atrevo a aventurar hasta qué grado lo autofictivo es responsable de una ausencia de mayor carga literaria del asunto, que hubiera prestado entidad al cuento narrado, profundidad a la trama, consistencia al tema. Claro que esta ligereza sin duda será muy estimada por muchos otros lectores. Además del punto de vista genérico, otro punto muy notable en el libro de Cabello es el de la evocación del paisaje, algo muy raro en las novelas de hoy. Los jóvenes narradores tienden a identificar el paisaje con la ausencia de argumento. Por eso es que leen tan poco a clásicos como Azorín o Colette, que tan hábiles fueron en la aprehensión del paisaje, por solo citar a dos escritores que supieron reflejar nuestra sensibilidad moderna con un lenguaje sensual y preciso.
Pilar Salamanca, para contento de quienes la seguimos, es una escritora que no descansa, capaz de publicar en el mismo año varios libros (de poesía y de narrativa). De la reciente Tempest (Círculo Rojo, 2023) diré pura y simplemente que es una de las más intensas narraciones que he leído últimamente. Y de lo que conozco de su literatura -donde hay libros tan potentes como Hijas de Agar (El Desvelo, 2017)-, creo que este es el que más nervio posee y mayor conmoción me provocó. La novela tiene mucho de fragmentaria, pero eso favorece el viaje profundo que propone un texto que es a la vez una defensa de los pueblos indios patagones y una crónica de las masacres perpetradas:
Qué cuenta. Es sólo, quizá, un libro que se arrastra a empujones, como si lo llevasen a la cárcel. Y quizá, también, un poco, un tratado sobre algunos pueblos extinguidos [...]. Un libro sobre un asesinato merecido, una venganza histórica [...]. Las cosas verdaderamente decisivas se resisten al relato. Un libro sobre la limpieza étnica de unos pueblos inocentes, aunque ese tipo de limpiezas sigan sucediendo aquí y ahora. Sobre matarifes torcidos y políticos sedientos de sangre, cerdos consentidores. De todas esas cosas y de alguna más [...].
Salvando algunas distancias, varios libros de estas dos españolas me evocan el mundo narrativo de Jane Bowles (1917-1973), de quien leí la reciente edición en Anagrama de su obra casi completa, la novela Dos damas muy serias y los relatos Placeres sencillos. Confesaré que, como a muchas otras personas, mi devoción por Yeni Auer descansa más en su figura y magia personal -según relatan tantos tangerófilos- que en su obra publicada, aunque gentes tan conspicuas como Tennessee Williams, John Ashbery, Truman Capote, James Purdy, W. H. Auden y Alan Sillitoe la elevaran a los cielos literarios. Y digo esto porque me resultó más deleitable -más que el tomo aludido de Anagrama- el maravilloso ladrillo auspiciado por Alfredo Taján y editado por Rodolfo Häsler, Jane Bowles: últimos años (1967-1973) (Instituto Municipal del Libro, Málaga, 2010), donde se aborda una visión caleidoscópica de la etapa más desconocida de esta mujer fascinante, sus últimos años en Málaga. Es difícil dar cuenta de todos los puntos de vista del asombroso mamotreto, pero remarcaré solo tres: la fina e inteligente deconstrucción de la novela Dos damas muy serias por el profesor Antonio Garrido (1955-2018); las escuetas y excelentes páginas de Marta Pessarrodona dedicadas a desentrañar la telaraña de la literatura de tantas verdaderas artistas modernistas que reventaron por el alcohol, las drogas y la enfermedad; y el desopilante diálogo entre John Giorno (1936-2019) y el ingenioso Brion Gysin (1916-1986) sobre una escena con la divina Jane en junio de 1966 («El coño de Jane Bowles»).
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