“El punto de vista marroquí convierte a la historia conocida en otra historia que, siendo la misma, es distinta: la desastrosa derrota de Annual para el ejército español del general Silvestre fue la fulgurante victoria de Annual para el ejército rifeño del líder Abdelkrim”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
23/10/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre novelas hispanorrifeñas: “La preocupación de la sociedad española por las guerras hispanomarroquíes desencadenó una pertinaz publicística en forma de crónicas y novelas muy abultada, al punto de poder hablarse de un subgénero”...
Escribir para ser comprendido y perdonado
La iniciativa de M’hamed Lachkar, al publicar ahora en España El exiliado de Mogador, no dejará de resultar atractiva para los muchos seguidores de la modalidad del relato histórico hispanorrifeño. Sobre todo, porque el punto de vista marroquí convierte a la historia conocida en otra historia que, siendo la misma, es distinta: la desastrosa derrota de Annual para el ejército español del general Silvestre fue la fulgurante victoria de Annual para el ejército rifeño del líder Abdelkrim. Precisamente, por su carácter de calamidad bélica que puso al aire las vergüenzas de un ejército europeo técnicamente superior al de los guerrilleros norteafricanos, ha habido que esperar muchos años para tratar -sin caretas- algunos aspectos y acontecimientos de las luchas coloniales y anticoloniales, que todavía hoy resultan incómodos para la historiografía de nuestros dos países: los moros que trajo Franco[1], el uso de gases tóxicos en el Rif, la corrupción del ejército africanista, la colaboración de los nacionalistas marroquíes con el bando franquista, etc.
Las guerras coloniales con el vecino del sur han sido en realidad la guerra de los cien años: desde la primera con O’Donnell (1859-1860), pasando por la de Margallo (1893-1894), la de Melilla (1909) y la del Rif (1911-1927), hasta la de Ifni/Sáhara (1957-1958). En todas ellas no hubo episodio más sangriento, caótico y doloroso para la parte española que el de Annual en 1921, un preludio de lo que vendría después: una investigación (el Expediente Picasso) que pondría al descubierto la corrupción del sistema heredado del canovismo, la caída de la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera y la guerra civil. Si en el centro de esta espiral estuvo, de parte española el trágico fiasco del ejército africanista, del otro lado se pudo asistir a una lucha de liberación y a la esperanzada ebullición de una República del Rif. La preocupación de la sociedad española por las guerras hispanomarroquíes desencadenó una pertinaz publicística en forma de crónicas y novelas muy abultada, al punto de poder hablarse de un subgénero, en el que sobresalen obras tan dispares como las de Pedro Antonio de Alarcón (Diario de un testigo de la guerra de África, 1859), Benito Pérez Galdós (Aita Tettauen, 1905), Carmen de Burgos [Colombine] (artículos como corresponsal de guerra en el Heraldo de Madrid, 1909), Juan Ferragut [Julián Fernández Piñero] (Memorias de un legionario, 1921), Francisco Franco (Historia de una bandera, 1922), Ernesto Giménez Caballero (Notas marruecas de un soldado, 1923), José Díaz Fernández (El blocao, 1928), Ramón J. Sender (Imán, 1930) y Arturo Barea (La forja de un rebelde, 1939).
Recientemente al ámbito del tema hispanorrifeño, además de la obra de M’hamed Lachkar -que enseguida comentaré-, se han sumado muchas otras, publicadas al hilo del primer centenario de la batalla de Annual, de las que mencionaré solo tres: El jardín de las ánimas (2021), en la que Juan Cañavate consigue tejer variadas peripecias -de aventuras y novela negra, ente otras- para articular una novela de la memoria y del homenaje a los rifeños y españoles muertos en las guerras de Marruecos; La mudanza (2003), del artista y escritor Antonio Abad, que construye en un tono picaresco e irónico un delicioso relato de la historia de Melilla, la ciudad que un militar bautizara como La hija de Marte; finalmente, todavía ando inmerso en la lectura de la investigadora Carmen Marchante Moralejo, quien ha editado La correspondencia de Annual. Escritos de familiares de soldados y oficiales en las posiciones de la Comandancia General de Melilla al Ministerio de la Guerra (2023), donde analiza exhaustivamente un fondo documental inapreciable y humanísimo de un aspecto oculto hasta ahora, con una visión intrahistórica que rescata, a pesar del olvido de cien años, unos fragmentos del insoportable duelo de las víctimas secundarias de la guerra, las familias de los miles de muertos y desaparecidos.
El doctor M’hamed Lachkar, nacido en Al Hoceima en 1950, después de una vida dedicada a la cirugía médica, despertó a la grafomanía a partir del año 2010, cuando, ajustando cuentas con los demonios de un pasado dramático, publicó en Rabat una obra testimonial, Courbis, mon chemin vers la vérité et le pardon. Témoignage, editada al año siguiente en París y luego traducida al árabe (Rabat, 2012). En este primer libro Lachkar rememora su experiencia en los años setenta como estudiante de medicina, detenido y torturado, como otros jóvenes de su generación, por la policía del régimen de Hassán II.
A continuación, ha ido publicando tres novelas: Sur la voie des insoumis [En la senda de los rebeldes] (2015), Cette guerre n’était pas la nôtre [Esa guerra no era la nuestra] (2018) y L’exilé de Mogador (Éditions Slaiki Akhawayne, 2021), traducida ahora al español (El exiliado de Mogador, Diwan Mayrit, Madrid, 2023), tres obras que novelizan la historia trágica y convulsa de un mismo territorio, el Rif, en tres momentos diferentes. Es como si el testimonio de su propia vivencia en los años de plomo hubiera abierto las compuertas de un río que el escritor remonta y, así, estas novelas abordarán los años de 1958-1959 (la rebelión del Rif y su consecuente represión), para remontarse después al trienio 1936-1939 (los combatientes rifeños en la guerra civil española) y arribar -hasta ahora- a la historia de los años 1921-1926 (intento del líder rifeño Abdelkrim de liberarse del colonialismo hispano-francés).
El exiliado de Mogador, unas presuntas memorias noveladas de uno de los personajes históricos más interesantes del círculo cercano a Abdelkrim, es el caíd Haddu ben Hammu Lajal (1888-1950). Este narrador en primera persona, que escribe desde su exilio final en Essauira [Mogador], fue un rifeño de la tribu Bakkiua [Bocoya] nacido en Izemuren, cerca de Al Hoceima. Su familia emigró a Argelia, donde Haddu creció al abrigo de la poderosa familia Say de colonos franceses, fundadora de Port-Say. En esa ciudad portuaria, a orillas de la frontera marroquí, desarrollaría una gran actividad comercial y social, tras haber estudiado en el liceo francés, haberse hecho piloto aéreo en Orán durante los años de la primera guerra mundial y formado parte de los servicios de información de la Francia colonial, con oficina en Uxda. Detectado como espía por las autoridades españolas, fue encarcelado en Chafarinas, de donde consiguió escapar y ganar a nado la costa argelina. Este incidente muestra la fortaleza física de la que daría sobrados ejemplos en su movida actividad política, relatada minuciosamente en el libro de Lachkar. Incansable intermediario, se desplazaba por todo el territorio marroquí a caballo, en su coche Ford o pilotando un avión.
Haddu, que provenía de un clan pirático, fundó en Port-Say un café al que llamó Au rendez-vous des pirates y poseía también un comercio de tejidos. No cabe duda de que estamos ante un “incombustible y sorprendente” personaje, tal como lo definiría la historiadora María Rosa de Madariaga en su ensayo Abd-el-Krim el Jatabi. La lucha por la independencia (Madrid, Alianza, 2009), quien acabaría por dedicarle otro de sus bien documentados trabajos, Aventures et mésaventures du caïd Haddou Ben Hammou (Tifraz Narif, Tétouan, 2021). Políglota, elegante y cortés, Haddu sería tachado de aventurero arribista, de estafador codicioso y, en fin, de patriota al servicio de la causa independentista rifeña.
Quizá el relato de Lachkar se resiente del punto de vista narrativo adoptado: uno esperaría enfrentar el discurso del personaje narrador con la realidad, pero en la mayoría de las páginas solo se explaya el anciano Haddu, en un intento desaforado de autojustificación, con lo que se remansa el avance del tempo narrativo, convirtiendo las memorias en una novela de introspección psicológica, a veces lastrada por las reiteraciones. Como confiesa, él escribe “para ser comprendido y perdonado” y, además, frente a los hechos, prefiere la leyenda:
Muchas verdades, verdades parciales o tal vez contraverdades se arremolinaron en mi cabeza. Más allá de la leyenda, intentaba buscar la verdad. Pero cuando pensé que había llegado al meollo de la verdad, en seguida me percaté de que solo era leyenda. No temo que mi relato corra el riesgo de perpetuar la leyenda, mi leyenda. A los que insisten y que solo quieren saber hechos comprobados, les digo que la vida y la historia me han enseñado que los hechos perecen con el tiempo, solo queda la leyenda, como el alma después de la muerte, o como el aroma tras el paso de una mujer perfumada.
La vida del espía es ingrata y Haddu, intentando afanarse al mismo tiempo por los intereses rifeños y por la amistad francesa, debió de ser una contradicción viviente -y de ganarse no pocos enemigos-, tal como muestran muchas de las páginas que Lachkar dedica para intentar dibujar la psicología de este hábil negociante, que fue el principal agente diplomático de Abdelkrim en su relación con las autoridades francesas, quienes se lo hicieron pagar con un triste y humillante exilio hasta su muerte en el sur marroquí, lejos de su amado Mediterráneo.
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara
[1] María Rosa de Madariaga (2002). Los moros que trajo Franco… La intervención de tropas coloniales en la guerra civil. Barcelona, Martínez Roca.