“Cuando disfruto de uno de estos desplazamientos en los que -entre tren, espera y avión- echas el día, suelo armarme de seis libros, tres de ida y tres de vuelta”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
11/03/24. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe de la lectura en los viajes: “Cierto escritor triestino celebraba la soledad como una de las grandes ventajas de viajar. La libertad del viaje también se alimenta de los tiempos de obligada espera en los nolugares (estaciones, aeropuertos) y dentro de las máquinas que...
...te trasladan, siempre que seas capaz de aislarte de los molestosos altoparlantes”.
Biblioteca de aeropuerto (tres libros de ida)
Cierto escritor triestino celebraba la soledad como una de las grandes ventajas de viajar. La libertad del viaje también se alimenta de los tiempos de obligada espera en los nolugares (estaciones, aeropuertos) y dentro de las máquinas que te trasladan, siempre que seas capaz de aislarte de los molestosos altoparlantes. Cuando disfruto de uno de estos desplazamientos en los que -entre tren, espera y avión- echas el día, suelo armarme de seis libros, tres de ida y tres de vuelta.
Para la ida, en un tránsito reciente, me llevé la última fábula de Sergio Barce Todo acaba en Marcela (Ediciones Traspiés, 2024), que más que una novela negra, semeja una novela roja, ya que es la historia de una venganza, una road novel a lo Peckinpah (sé que a los dos nos gusta mucho el viejo Sam), una huida en la que todos le van detrás al malote Teo, un carnicero salvaje, un violento feminicida. El crimen detonante de la ficción ocurre en la segunda página del libro y desde ahí la historia se desliza por un tobogán. También es una novela realista en la que los polis corruptos y los mafiosi rusos -simpáticos ellos- se irán de rositas, como suele acontecer en la realidad de la España costasoleña.
En esta novela de carretera que nos lleva del sur andaluz al norte marrueco, el autor vuelve por sus fueros y su paisaje ancestral, al componer quizá las páginas más intensas, que se desarrollan en la geografía querible donde Barce ha ubicado tantas historias suyas. En esta primera incursión en el polard, el escritor ha conseguido un relato nervioso, en el que deja sin aliento al lector, con el anzuelo de unos protagonistas trazados con mano de avezado narrador: el torturador Teo el Bizco, la pareja juvenil de la Tani y el Kaspárov, el policía protagonista Iván, la asesinada Marcela, la silente Qodsya y unos secundarios de cine. Con este paisanaje puebla unos ambientes absolutamente reconocibles debido a la autenticidad con que el autor ha sabido pintar ambos: personajes y atmósferas muy negros, muy inquietantes, muy vivos.
El segundo título que me eché a la mochila fue Un detalle menor (Hojalata, 2019) de la escritora palestina Adanía Shibli. Las dos partes de esta novela se dejan leer como si de dos novelas se tratase. Si la primera narra la violación en grupo y asesinato de una muchacha beduina a manos de soldados israelíes en 1949 (no destripo nada, porque la contraportada del libro ya comete espóiler), la segunda será la indagación de ese crimen por parte de otra mujer palestina en la época actual. La novela de Shibli, publicada en 2017, cobró resonancia en 2023 debido a la mala conciencia del establishment alemán que, tras otorgarle el LiBeraturpreis, intentó desdecirse de una obra que cierta crítica cultural, en coincidencia con la brutal y genocida respuesta de Israel ante la agresión terrorista de Hamás, quiso convertir en un sapo antisemita difícil de tragar. Esa campaña contra el libro de Shibli ha acabado por convertirlo en un símbolo, un detalle menor, de la tragedia actual. Y es que, como se dice en la propia novela: “Hay, en el tiempo presente, una medida de sufrimiento insoportable para el ser humano que lo afronta, de modo que no es preciso esforzarse por buscar más aún en el pasado”. En cualquier caso, el bisturí de Shibli pone en pie una historia cuya viscosa violencia es difícil de soportar y, como dice la lectriz Esther Kurtz, durante la lectura se te contagia esa pegajosa suciedad. La traducción al español desde el árabe es de Salvador Peña Martín, quien ya fuera galardonado por su versión de las Mil y una noches con el Premio Nacional de Traducción, entre otros varios reconocimientos.
El mar de la locura en la que chapoteamos me impulsa a zambullirme en el tercer libro que me alforjé para la ida de este viaje y buscar consuelo en esta cita: “Una pizca de odio aviva la circulación sanguínea, dilata las venas y devuelve al corazón su actividad; sin embargo, en exceso lo destruye todo. También una pizca de excentricidad ayuda a la creación y en exceso conduce a la locura y a la esquizofrenia”. Pertenece a la obra del viejo Mohamed Chukri Rostros, amores, maldiciones (Debate, 2002), que tradujeron Housein Bouzalmate y Malika Embarek. Dicen que es una novela, aunque a mí más me parecen quince autorrelatos, muchos de ellos raros y estupendos, como el del manco que es aliviado sexualmente por su hijo para que la herencia permanezca en casa, o el del hombre que siempre se arrepiente del viaje en el momento de ir a embarcar, o el último -titulado “Mi rostro en las estaciones”- que está construido a base de fragmentos aforísticos. Uno tiene la sensación de estar leyendo cartas del autor, lo que no deja de ser un Chukri en estado puro: lo mismo me ocurría con los libros que dedicó a Tennessee Williams o a Jean Genet. Chukri ofrece en todas sus obras materiales sin refinar, pero de una gran eficacia narrativa, una escritura que nos seduce siempre: la autobiografía, la oralidad, lo fragmentario y el paseo por los límites del malditismo, de los venenos duros. Chukri, el rey de la soledad.
Les contaré algo de los libros que entretuvieron la vuelta del viaje, pero no ahora: en la siguiente entrada.
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara