“Estos Diarios son la gran novela póstuma de Chirbes, una obra actual que consigue parar por un instante el ruido de eso que llaman la cultura de masas (y de la crítica) para hacerse oír”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


27/05/24. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre el escritor valenciano, Rafael Chirbes: “Leer estos Diarios es pasearse por la habitación donde el artista creó un mundo literario. Parece una obviedad, pero en esos cuadernos están todas las novelas que tanto celebramos hoy, novelas que él diferencia entre...

...las “emanadas” y las “construidas” (III, 47). Chirbes, el estilo como mortaja, que diría él. De cuerpo entero y presente”.

Rafael Chirbes, el labrador de más aire

Escribir con el terror colgado de los dedos, porque escribir en España, hoy, es asentir o desestabilizar. Si la palabra no es moderada, no es serena, no es imparcial, es -dicen- desestabilizadora. Y mi palabra no quiere ser ni moderada, ni serena, ni imparcial.
Rafael Chirbes

En los tres tomos de sus Diarios. A ratos perdidos se demuestra lo gran escritor que era -y sigue siendo- el valenciano Rafael Chirbes (1949-2015), no importa el traje o la mortaja que adopte, a pesar de que para él un escritor es el que hace novelas y punto. Se entiende que debe referirse a las buenas y nuevas novelas, esas que le cambian la vida a quien las escribe, pero sobre todo a quien las lee (¿o es al revés?). Y estos Diarios son la gran novela póstuma de Chirbes, una obra actual que consigue parar por un instante el ruido de eso que llaman la cultura de masas (y de la crítica) para hacerse oír.

Viene arropado el primer tomo por dos -mejor que uno- prólogos. El de Marta Sanz es florido, pirotécnico y hundido en su profundidad psicoliteraria: está muy bien escrito, pero estomagante, como de coleguis. El del profesor Valls, en cambio, me parece necesariamente ajustado a materia, respetuoso con el amigo y con el lector, ubicando la obra de Chirbes en su inmediata tradición genérica, aunque haya algunos -intencionados, supongo- olvidos al enunciar un listado de obras diarísticas españolas de los últimos años: no están (y menciono a bote pronto) Carlos Barral, Gil-Albert, Caballero Bonald, Luis Racionero, Jesús Pardo o Juan Marsé, por ejemplo.


Hay solo una falla editorial en este libro: no tiene índice onomástico. ¡Esta pudibundez de los editores hodiernos! Quizá estén pensando en favorecer una lectura reposada y dificultar al lector aprovechategui una incursión puntual, esa que persigue curiosear una alusión y abandonar el tomo hojeado en la librería sin comprarlo… Esta estrategia editora y estas dos formas de leer me recuerdan una observación de Chirbes; comentando el lenguaje visual frente al escrito, el videoclip frente a la reflexión, anota: “es la diferencia que existe entre labrar un terreno o bombardearlo”. Chirbes, el labrador de más aire. En cualquier caso, las más de 2.000 páginas de los Diarios (que, no olvidemos, son también unos carnés de [re]lecturas) se merecían un índice, como brújula y oasis para sus potenciales relectores con prisa.

Como digo, una buena parte de estos diarios son cuadernos de lecturas, de relecturas. El autor proclama el deseo de tener más tiempo para leer bien: “no hablo de vivir muchas vidas […] pero sí vivir una vida siendo al mismo tiempo muchos lectores”. A veces uno duda de esa exhibida capacidad de releer de la que presume el diarista. Demasiados libros que fueron claves en su temprana formación. Pero no se le puede negar el hecho de que sus extraordinarias novelas reflejan un profundo y comprometido conocimiento de la realidad y del tiempo en que vivió.

Vivimos una época en que parece que seguimos extáticos, apamplados, esperando a los bárbaros, cuando estos ya están dentro de la fortaleza. Escribe Chirbes:
En vez de los esperados bárbaros, o, formando parte de su cortejo, llegan los sacerdotes, la curia, el emperador que concede las prebendas, llegan los predicadores y, en el horizonte, siempre aguardan los cruzados. El Papa.

Leer estos Diarios es pasearse por la habitación donde el artista creó un mundo literario. Parece una obviedad, pero en esos cuadernos están todas las novelas que tanto celebramos hoy, novelas que él diferencia entre las “emanadas” y las “construidas” (III, 47). Chirbes, el estilo como mortaja, que diría él. De cuerpo entero y presente.

La enfermedad ocupa muchas y patéticas páginas de la obra memorística de Chirbes. En otros muchos lugares también exhibe el dolorido vacío del escritor que expresó tantas veces Carmen Laforet. Es un abismo, una tentación infernal, pero siempre se aplica a una concienzuda y desaforada lectura de libros ajenos: “la lectura es una forma de pereza”. ¿Qué es la felicidad para Rafael Chirbes?: “Llenar, utilizando la estilográfica, las páginas de un cuaderno, de noche, tarde, en el silencio de mi casa, habitante exclusivo del mundo” (III, 611). Pero, a continuación, usa de la metáfora “duro banco de galeote” cuando se refiere a la escritura de novelas o a la “desabrida tarea” de los artículos de encargo.


Rafael Chirbes hace una anotación bien interesante acerca de que en España no haya existido novela de aventuras colonial (al modo digamos de Stevenson, Kipling, Conrad, etc.). La excepción serían las crónicas de los conquistadores y las guerras carlistas (Baroja, Valle-Inclán). La explicación de esa inexistencia la ve Chirbes en la intragable realidad de las guerras coloniales hispanas en Marruecos, Cuba y Filipinas: guerras pastosas, espesas y piojosas, con militares cerriles y soldados famélicos. Y concluye: el gran novelista de aventuras ha sido el Galdós de los Episodios. El mismo Galdós que encandiló a narradoras como la Laforet o Almudena Grandes, como sabemos. Chirbes no soporta a los que critican a Galdós y propone la frase No se habla mal de un escritor sin haberlo leído para que la escriban cien veces como castigo los que hablan mal de Galdós.

La literatura y una profunda crítica de la misma corre a raudales por las venas de las anotaciones de Chirbes. “Cervantes es un melancólico, un razonablemente desengañado hombre de su tiempo, mientras que Quevedo es un intervencionista, entra a saco en los problemas de su tiempo” (III, 609). Los autores contemporáneos también atraen las flechas de Chirbes: cataloga a Ramón J. Sender como sepultado por el cúmulo de sus obras, aunque valora sobre todo Imán (que tanto debe a Galdós). Parecido reproche dirige a Vázquez Montalbán: “Fue el mejor, pero le hubiera venido muy bien trabajar un poco más despacio” (III, 626).

Entre las muchas y razonadas páginas dedicadas a los libros recientes devorados por Chirbes, destaca la mención (III, 648-654) de los dos ensayos de Jordi Gracia (A la intemperie y La resistencia silenciosa) y a sus tesis sobre la transición y el exilio. Rafael Chirbes califica a Jordi Gracia de “posibilista y embaucador” y también “impúdico”. Argumenta que él vivió aquel tiempo y no duda en considerar “las tesis del tarambana Jordi Gracia y su España de Laínes, Ridruejos y Marías” una “pura construcción ideológica al servicio de la legitimación del Estado nacido de la Transición”. En las mismas semanas en que leí sus Diarios, me zampé también Asentir o desestabilizar. Crónica contracultural de la transición (Altamarea, 2023) una de las mejores crónicas sobre “esa larga traición llamada Transición” escrita por la pluma desacralizadora de Rafael Chirbes: “Cuando agoniza el carisma de la porra amanece el día del consenso […]. Ofrecen dejar dormir la verdad a cambio de que la inmensa mayoría aceptemos como universales y eternas las reglas de un juego que acaban de inventarse”.

Hay en los Diarios una implícita defensa y elogio de la demora, del retardo, un elogio de la lentitud, que ahora está tan mal vista en esta cultura de la inmediatez, del link y del tuit. El doloroso placer de la escritura dilatada. En tres páginas (III, 617-619) Chirbes trata de responder a la pregunta de para qué se escriben estos cuadernos, tres páginas que no tienen desperdicio: “El destinatario de los cuadernos íntimos de un escritor es un ente confuso”. Son -dice- textos anfibios, para autoconsumo, resbaladizos, escritos ventaneros para “almacenar materiales para mis libros”. Recuerda una frase de Carson McCullers (“La escritura no es solo mi modo de ganarme la vida; es como me gano mi alma”) para anotar que “la escritura es una forma de oración”. Los cuadernos íntimos, viene a concluir Chirbes, con el ejemplo de Montaigne, son cuadernos de explorador, del gran viaje al interior de uno mismo.

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