“En días de caliente furor itinerante, suelo apaciguarme y viajar dentro de mi cuarto con los libros (todo libro plantea un desplazamiento, un tránsito)”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
08/07/24. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre uno de los fundadores de la ciencia ficción más reconocidos: “el checo Karel Čapek (1890-1938), autor de títulos como La fábrica absoluta (1922), Krakatit (1924), Guerra con las salamandras (1936) o RUR (1920), obra dramática esta última en la que...
...se usó por primera vez la palabra robot, aunque -según explicó él mismo- fue una invención de su hermano Josef (pintor y escritor)”.
Los viajes de Karel Čapek
Uno de los fundadores de la ciencia ficción más reconocidos es sin duda el checo Karel Čapek (1890-1938), autor de títulos como La fábrica absoluta (1922), Krakatit (1924), Guerra con las salamandras (1936) o RUR (1920), obra dramática esta última en la que se usó por primera vez la palabra robot, aunque -según explicó él mismo- fue una invención de su hermano Josef (pintor y escritor). Karel era, además, un periodista de raza y aún hoy se le sigue leyendo en las muchas antologías de sus columnas y colaboraciones recogidas y publicadas póstumamente, así como en obras de referencia política como Conversaciones con TG Masaryk [el primer presidente de la república checoslovaca], por no referirnos a libros para niños como su entrañable Pudlenka [nombre de su gato].
La fortuna lectora de la novela Guerra con las salamandras (o La guerra de las salamandras o La guerra contra las salamandras, según traducciones) se ha mantenido en el tiempo y existen versiones en muchísimas lenguas, así como adaptaciones para radio, teatro, cómic, cine, títeres, animación, ópera, cabaret, etc. Esta distopía (o predistopía como propone el investigador Daniel Saiz Lorca, en su tesis La literatura checa de ciencia ficción durante el período de entreguerras) se ha venido leyendo como una sátira del nazismo, incluso como una novela anticolonial escrita por un lector tocado por la fascinación del antiguo estilo exótico, colonial y casi heroico de las novelas de Jack London, Joseph Conrad y otros. Pero la verdad es que -leída ahora, en la actualidad retrotópica (gracias, Bauman) que vivimos- no solo es eso (una sátira de todos los nacionalismos), sino y sobre todo una novela de humor con muchas aristas y que la lectriz inteligente y el lector lento sabrán degustar. Igualmente se deja leer como un libro de viajes: como toda distopía, es un viaje al futuro, pero también es un viaje de aventura transcontinental y un viaje a las ideologías del siglo XX que nos llevarán a la debacle. En las páginas dedicadas al lenguaje de las salamandras, el sarcasmo y la logofilia de Čapek no tienen fin: se funda una cátedra de salamandresco en Upsala; el filólogo E. R. Curtius propone que la única lengua que debiera adoptarse para las salamandras fuera el latín de la edad de oro de Virgilio; las salamandras hablan todas las lenguas pero a su manera, reduciéndolas a una variante muy rudimentaria, que rápidamente es aprendida “por toda la chusma que frecuenta los puertos de mar y también por la llamada buena sociedad”.
También se forma una comisión para ponerse de acuerdo en cómo hay que denominar a las salamandras y, además de los términos científicos se proponen otros nombres: tritones, neptunoides, tethydes, nereidas, atlantes, oceánicos, poseidones, lemures, pelagoses, litorales, pontics, bathydes, abysses, hydriones, submarinos, gandemers (Gens de Mer), etc. (Esta última denominación llamará la atención de los malaguitas aficionados a las etimologías, por su parecido al malagueñismo merdellón, de origen franco menos marino y más escatológico). Las salamandras, en la historia de Čapek, dan un salto civilizatorio cuando deciden asimilar la cultura de los hombres, “no omitiendo ni el fútbol, el fascismo y las perversiones sexuales”: así llegará la guerra de exterminio del ser humano y el triunfo planetario del salamandrismo. Pero, lo más definitorio de la civilización humana -el virus de la eliminación del otro-, contagiará a las salamandras, que también perecerán luchando unas contra otras.
En días de caliente furor itinerante, suelo apaciguarme y viajar dentro de mi cuarto con los libros (todo libro plantea un desplazamiento, un tránsito). Tras guerrear con las salamandras, incursioné en uno de las varias obras viajeras de Čapek, la que escribió tras una visita en 1929 a nuestro país, Viaje a España (1930), libro ilustrado por el propio autor, donde dejó pinceladas incisivas como esta:
[…]una colosal mole seca y altiva con cuatro torres en punta, una monumental soledad, un templo con miles de arrogantes ventanales: El Escorial. El monasterio de los reyes españoles. Castillo de tristeza y orgullo en una región seca, pasto de asnos sumisos.
Es de destacar el interés sociológico de algún apunte risueño como el “desfile de amor y coqueteo, jardín de ojos, alameda del eterno hechizo amoroso” que constituye el paseo madrileño al anochecer desde la calle Mayor hasta la calle Alcalá con sus “doncellas y muchachas, señoritas y mozas y chulas, madamas y señoras, dueñas, dueñazas y dueñísimas, hijas chicas, chiquitas y chiquirriticas” (esta enumeración la escribió el autor en español en su libro original en checo). Karel Čapek disfruta del medineo y se da un “atracón de arte de las calles de Toledo”, mientras piensa que Madrid “es la ciudad de la solemnidad palaciega y de las tormentas revolucionarias”.
La sensibilidad de Čapek para el arte, como buen artista que era, le sugiere anotaciones de hondo calado, como esta sobre Goya:
La maja desnuda: el descubrimiento moderno del sexo. Una desnudez más desnuda y más sexual que todas las anteriores. El final de la mentira erótica. El final de la desnudez alegórica. Es el único desnudo salido de la mano de Goya, pero contiene más desnudez que toneladas de carne académica.
Las páginas sobre Velázquez, El Greco, Goya y otros (Ribera, Zurbarán, Murillo) son indescriptiblemente lúcidas. Ante la visión de las obras negras del pintor aragonés, llega a concluir con esta frase: “la democracia apocalíptica de Goya”. O la genial diferencia que establece entre la arquitectura mudéjar -refinada y sensual- y la arquitectura europea -materialista y trágica- de acuerdo con el respectivo público que la contempla:
Para decirlo en pocas palabras, la diferencia entre las construcciones europeas y la arquitectura mudéjar consiste en que lo gótico e incluso lo barroco se construía para un público que estaba de pie o de rodillas, mientras que la arquitectura árabe probablemente se hizo para sibaritas espirituales que, tumbados de espaldas, se deleitaban con aquellas maravillosas arquerías, techumbres, artesonados, y con la infinita ornamentación de arabescos que describía la bóveda de encima de sus cabezas para inducir a una contemplación soñadora e inagotable.
Comentando las diferencias regionales (autonómicas hubiera escrito hoy) que ve en el antiguo país que es España, las extrapola a los vinos:
Sabed que los vinos de Castilla mueven a la valentía, mientras los de la provincia de Granada despiertan una tristeza grave e iracunda, y los andaluces, en general, sentimientos amables y amistosos; los de la Rioja refrescan el espíritu, los catalanes dan ligereza a la lengua y los de Valencia llegan hasta el corazón. […] Y el vinito llamado manzanilla de Sanlúcar, como su nombre indica, es un vino joven y fogoso, mundano y jovial. Bebiendo manzanilla uno navega ligero, como un velero viento en popa.
Así me lo imagino yo a Čapek -jovial, mundano y fogoso-, bebiendo manzanilla y navegando ligero con el amor de toda su no muy larga vida, la actriz, dramaturga y escritora Olga Scheinpflug (1902-1968), con la que se casó en 1935. Tengo que dejarles: estoy a punto de partir en el Orient-Express. El tren de Europa de Mauricio Wiesenthal.
Nota. Casi todas las traducciones de La guerra de las salamandras que hay en español se reducen a tres: una, desde el inglés, de Carmen Díez de Oñate y Mildred Forrester (Madrid, 1945), y otras dos, desde el checo, debidas a Anna Falbrová (Praga, 1961) y a Helena Voldan (Buenos Aires, 2010).
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