“La obra de Varo, sensual y misteriosa, que nada sugiere porque lo dice todo, enigmática, sembrada de edificios clásicos, hilos, espejos, aguas, máquinas, planetas, gatos, ruedas, músicas, nubes, ventanas, telas y árboles”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


16/09/24. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Remedios Varo: “Pertenece a la generación de la Segunda República, a la Edad de Plata de la cultura española, al grupo de los surrealistas, a las mujeres silenciadas (así las llamó Antonina Rodrigo: entre otras estarían pintoras como Maruja Mallo,...

...María Blanchard o Delhy Tejero) y al exilio en México, el país más surrealista del mundo (según aseguró el pope André Breton), adonde arribó en diciembre de 1941”.

Remedios inventa el unicornio

El arte de la levitación: pérdida de la gravedad, pérdida de la seriedad. Remedios ríe, pero su risa resuena en otro mundo.
Octavio Paz, “Apariciones y desapariciones de Remedios Varo”

El título de este libro de Remedios Varo, El tejido de los sueños (El tejido de los sueños. Obra escrita, edición e introducción de Isabel Castells, Renacimiento, 2023), es una feliz metáfora que anuda lo onírico -el submundo del yo interior, íntimo, que tanto juego da en el psicoanálisis- con el quehacer del mundo exterior, el tejer -que a su vez conforma otro símbolo matérico de lo textual, de la escritura-. Esa oportuna ambivalencia cuadra perfectamente con la corriente artística surrealista: si con “el tejido de los sueños” podemos entender una alfombra, un tapiz, un patchwork hecho con sueños, también es entendible como el texto, la escritura, la construcción de los sueños, el tejer y destejer de una poética actividad imaginativa.


La obra que ha tejido Isabel Castells es en realidad varios libros. Por un lado, recoge una deliciosa antología -casi unas obras completas- de la escritura de una artista prodigiosa, Remedios Varo. Por otro, es un ensayo lleno de sensibilidad y sabiduría, un acercamiento minucioso al complejo mundo pictórico y vital de una creadora única. Finalmente, es un espléndido escaparate de reproducciones de algunos cuadros explicados por la misma Varo, para quien escribir es pintar, pintar es escribir.

Remedios Varo (Anglès 1908-Ciudad de México 1963) pertenece a la generación de la Segunda República, a la Edad de Plata de la cultura española, al grupo de los surrealistas, a las mujeres silenciadas (así las llamó Antonina Rodrigo: entre otras estarían pintoras como Maruja Mallo, María Blanchard o Delhy Tejero) y al exilio en México, el país más surrealista del mundo (según aseguró el pope André Breton), adonde arribó en diciembre de 1941. La suma de estas cinco circunstancias enmarca y explica la genialidad de esta artista: la esperanza de la reforma republicana española, la brillantez del despegue cultural europeo en el primer tercio del siglo XX y la revolución surrealista en la que estará inmersa una mujer ferozmente libre, enseguida despojada de su tierra. Decía María Zambrano que el exiliado es “aquel al que no solo se le ha robado el espacio, sino también el tiempo. Des-ubicado, quien padece el exilio vive a des-tiempo”. Pero la deriva personal y artística de Varo pareciera corregir a la filósofa malagueña: la pintora se reubicó y atemperó en una tierra ajena que la acogió porque supo vivir con intensidad todos los tiempos.


La obra pictórica de Varo -lo ha señalado y estudiado Isabel Castells- es poderosamente literaria: exige siempre lectores atentos, más que mirones, dispuestos a desentrañar símbolos (ruedas, números, gatos) y elementos narrativos, arquetipos y enigmas tomados de la alquimia, el psicoanálisis, el esoterismo, la cábala, la numerología, el misticismo, el neoplatonismo, etc. Pero la maga Remedios Varo además del uso de esta rica iconografía, manejará otras figuraciones autobiográficas: el humor y la ironía no son ajenas a ciertas autoparodias. Todos estos rasgos están también presentes -en un juego de vaivén- en la escasa obra escrita que nos ha legado y que, con tanta profundidad como claridad, analiza y presenta la profesora Castells. En un bello artículo que le dedicó Max Aub, titulado “Notas para lamentar la muerte de Remedios Varo”, escribió: “La pintura de Remedios Varo totalmente honrada, clara y precisa, jamás buscó dar el pego, siempre supo lo que quiso decir, alejada de toda publicidad, de todo escándalo: otro elemento que la separa de los surrealistas que buscaron, como elemento de imposición, el fracaso ruidoso. […] El Unicornio -por lo menos el del museo de Cluny- fue un animal inventado por Remedios Varo” (Revista de la Universidad de México, diciembre 1963).

En la evolución del arte de Varo fueron importantes las relaciones, los maridos y amantes que supo amarrar, desatar y mantener en afecto permanente: Gerardo Lizarraga, Esteban Francés (con quien participó en el grupo logicofobista de la vanguardia catalana), Victor Brauner, Benjamin Péret, Jean Nicolle (viajó con él a Venezuela, 1947-1949), Walter Gruen… En su destino mexicano dará culminación a su vida y a sus cuadros, conociendo un éxito que no ha dejado de crecer hasta hoy. También será precisamente en tierra americana donde Varo entretejerá un tapiz con los múltiples hilos de las obras, las vidas y la amistad de los artistas exiliados en el México generoso de Lázaro Cárdenas: la fotógrafa húngara Kati Horna (antes Kati Deutsch, que fue pareja de Endre Friedman, o sea, Robert Capa y ahora casada con el anarquista José Horna), Leonora Carrington (casada con Chiki Weisz, compañero de Capa) y Remedios Varo (unida a su último amor, Walter Gruen) serán las tres hermosas brujas del surrealismo mexicano, con permiso de la diablesa Frida Kahlo, que ni ella misma sabía que era surrealista.


El primer documental (que uno sepa) sobre la obra de Varo lo realizó en 1967 el tándem de exiliados Jomí García Ascot (director) y María Luisa Elío (voz) y está disponible en la Red. La pareja también había filmado En el balcón vacío (1962) una de las claves emocionales del exilio español. A Jomí y María Luisa Elío está dedicada la novela Cien años de soledad que Gabriel García Márquez escribió en México. Si he hilvanado este hilo hasta aquí es por la sospecha de que el nombre de un personaje de la novela de Gabo, Remedios la bella -que subió a los cielos, como si estuviera en un Chagall-, debe de ser un homenaje a la bella Remedios Varo.

La obra de Varo, sensual y misteriosa, que nada sugiere porque lo dice todo, enigmática, sembrada de edificios clásicos, hilos, espejos, aguas, máquinas, planetas, gatos, ruedas, músicas, nubes, ventanas, telas y árboles, está hecha con la materia de los sueños, polvo de estrellas, hilos de araña, polen de mariposa y azul de libélula. El sueño de la vida de Remedios Varo produce monstruos razonables y bellos. La gran Rosario Castellanos (que tuvo una muerte azarosamente surrealista en Israel en 1974) le dedicó este poema:


Metamorfosis de la hechicera
A Remedios Varo

Nacer, salir de madre como el río
que se despeña, arrastra materias extrañas, precipita
su caudal hasta el fin, sin ver el cielo
ni el árbol de las márgenes
ni pulir con amor la piedra de su entraña.

Así a nuestro vivir llamamos vértigo,
remolino que a veces devora, alga que enreda
lo que quiere ascender hasta la superficie.
Y no hay, entre el estruendo y su extinción,
más que la turbiedad
del limo, el pez oscuro y el pulso sin descanso.

Así todos los que desembocamos
en el mar antes de haber logrado un nombre.

Así todos. No ella. Hecha también de agua
se detuvo en remansos pensativos.

¡Qué figuras nos deja entrever su transparencia!
Galerías sin fin, palacios desolados,
complejas maquinarias
donde se transformaba el universo
en belleza y en orden y en ley resplandeciente.

Mujer, hilaba copos de luz; tejía redes
para apresar estrellas.

Mujer, tuvo sus máscaras y jugaba a engañarse
y a engañar a los otros
mas cuando contemplaba su rostro verdadero
era una flor de pétalos
pálidos y marchitos: amor, ausencia y muerte.
Y en su corola había
alguna cicatriz casi borrada.

Por todo lo que supo era obediente y triste
y cuando se marchó por esa calle
-que tan bien conocía- de los adioses,
fueron a despedirla criaturas de hermosura.
Esas que rescató del caos, de la sombra,
de la contradicción, y las hizo vivir
en la atmósfera mágica creada por su aliento.

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