“A su muerte el Manuscrito Voynich lo heredó la mujer con la que había matrimoniado en Inglaterra en 1902, la revolucionaria y novelista irlandesa Ethel Lilian Boole”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
28/10/24. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Ethel Voynich: “La primera novela de Ethel inspiró adaptaciones musicales, una ópera del compositor Sergei Prokofiev, versiones teatrales (entre ellas una de George Bernard Shaw) y varias películas. La figura literaria de su héroe, Arturo, era tan popular...
...en Rusia que se cuenta que muchos combatientes en la segunda guerra mundial llevaban en el macuto un ejemplar de El Tábano para darse ánimos con su lectura”.
La novela de Ethel Voynich
Wilfrid Voynich (1865-1930) fue un polaco antizarista cuyo fervor revolucionario lo llevó a ser deportado a Siberia, de donde escapó para arribar a Inglaterra. En Londres se reconvirtió en un prestigioso comerciante de libros antiguos y raros. En su ejercicio de la bibliofilia le serviría de gran ayuda su conocimiento de lenguas: se dice que hablaba dieciocho (aunque todas en ruso, como diría el amigo Abdelfattah Kilito). En 1912 Wilfrid compró a un colegio de jesuitas italianos, entre otros libros, un códice en pergamino de 240 páginas, el conocido como Manuscrito Voynich, escrito en una lengua tan enigmática que hasta ahora no ha sido descifrada, a pesar de la recurrente -incluso obsesiva- atención que ha venido suscitando desde entonces entre cualificados expertos de todo el mundo. Con la historia del trasvase del manuscrito por las manos de sus muchos propietarios (hasta el actual, que es la universidad de Yale), así como con el despliegue de hipótesis de sus presuntos descifradores podrían escribirse sendas novelas, a cual más picajosa. Recientemente una editorial burgalesa ha publicado una edición facsímil y ha inaugurado un “Museo Voynich” en la ciudad castellana.
El librero Wilfrid emigró al comienzo de la I Guerra Mundial a Nueva York, donde abrió asimismo una librería anticuaria, además de poseer otras representaciones en varias capitales. A su muerte el Manuscrito Voynich lo heredó la mujer con la que había matrimoniado en Inglaterra en 1902, la revolucionaria y novelista irlandesa Ethel Lilian Boole (Cork 1864-New York 1960), hija del matemático George Boole y de la matemática feminista Mary Everest, nieta del geógrafo George Everest.
Ethel Voynich, que había aprendido ruso y residido en San Petersburgo durante dos años, conoció a Wilfrid en los círculos prorrevolucionarios rusos de Londres, y también a otro aventurero, el espía de origen ruso Sidney Reilly (1873?-1925), con el que mantuvo un romance mientras viajaban juntos a Florencia. Reilly [o Zigmund Markovich Rozenblum, según la policía soviética] tuvo una vida azarosa (embustero, ludópata, bon vivant, asesino, mujeriego) y se afanó como espía doble al servicio de británicos, alemanes y japoneses. Participó junto con su amigo el joven diplomático (y espía) sir R. H. Bruce Lockhart en una trama en la Rusia de 1918 para derribar el gobierno bolchevique y asesinar a Lenin. Lockhart, detenido y canjeado, escribiría más tarde sus memorias, convirtiendo a Reilly (que sería ejecutado por orden de Stalin en 1925) en el “as de los espías”, un mito del espionaje británico. Lockhart le contaría las proezas del azacaneado Reilly a su amigo Ian Fleming y se cree que inspiró su James Bond, lo que todavía hoy se discute.
Lo que sí está probado es la relación directa -aunque no duradera- de Reilly con Ethel Voynich, a quien debió de relatarle sus hazañas. Dos años más tarde de su excursión italiana, Ethel publicaría en 1897 -en Londres y Nueva York- la novela histórica The Gadfly [“El Tábano”], cuyo romántico y heroico protagonista, Arthur Burton, está inspirado en la peripecia vital del joven Reilly. La novela fue un éxito memorable, muy leída por los republicanos irlandeses y los laboristas británicos, aunque por el ateísmo de la novela sería prohibida por el Estado irlandés en 1947; solo de las traducciones al ruso y al chino se vendieron más de cinco millones de copias, extremo desconocido por su autora cuando se lo contaron poco antes de morir en Nueva York, convertida en una nonagenaria cuya obra dormía en el polvo del olvido: cinco novelas, varias traducciones del ruso, ucraniano y polaco, así como composiciones musicales, como el “Epitafio en forma de balada” dedicada al revolucionario irlandés Roger Casement (ahorcado en 1916).
Más allá de los ejemplares vendidos, la primera novela de Ethel inspiró adaptaciones musicales, una ópera del compositor Sergei Prokofiev, versiones teatrales (entre ellas una de George Bernard Shaw) y varias películas. La figura literaria de su héroe, Arturo, era tan popular en Rusia que se cuenta que muchos combatientes en la segunda guerra mundial llevaban en el macuto un ejemplar de El Tábano para darse ánimos con su lectura. El éxito de la novela en los países comunistas, previo retoque del texto para ajustarlo a una lectura marxista, se afianzó al convertirse en lectura obligatoria y escolar (se recomendaba para el grupo de edad de 14 a 18 años). Entre otros detalles contradictorios (relacionados con la localización espaciotemporal, en la Italia del Risorgimento), los traductores y la censura soviética expurgaron la narración de elementos religiosos, racistas y revolucionarios que no convenían al momento presente de las consecuciones del nuevo estado marxista.
El Tábano, “una de las novelas más emocionantes” (según Bertrand Russell), se relanzaría en plena guerra fría con una adaptación fílmica de 1955, Ovod, dirigida por Aleksandr Faintsimmer, que incluyó una suite, también muy exitosa, de Dmitri Shostakovich. Esta película no fue la única, ya que al menos se hicieron cinco: cuatro soviéticas y una china. A pesar de toda esta popularidad y difusión, hoy es difícil encontrar una edición en papel en otras lenguas de esta novela, aunque se la puede encontrar en español en la Red. No deja de suscitar asombro el vaivén de la fortuna literaria, cuando uno recuerda los desvelos de la Krúpskaia, la viuda de Lenin, por establecer listas negras de libros que debían eliminarse de las bibliotecas soviéticas, como Platón, Kant, Schopenhauer, Chukovski, Dante, el Corán, la Biblia… En ese proyecto también se involucró Gorki, que, si en los primeros momentos de la revolución impulsó la escritura de grandes historias (de la mujer, de los cabarets, de las hambrunas, de las enfermedades, de los monasterios, de la agricultura, de la policía, del soldado ruso, de las revoluciones, de los conocimientos perdidos…), luego recayó en la idea de censurar determinados autores y libros: Robinson Crusoe es imperialista, Stefan Zweig no sabe nada de Rusia, D. H. Lawrence está al servicio de la decadencia, de Recuerdos de la casa de los muertos de Dostoievski solo hay que publicar fragmentos escogidos, etc. Hay que hacer críticas, dice el patriarca Gorki, para enseñar, no para criticar o hacer panegíricos, hay que unificar las críticas, si no todo es un embrollo. Así anda uno, embrolla(n)do.
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