“Una de las evidencias del texto de Paul Bowles es que su vida y su obra se desenvolvió en la galaxia gay, aunque él considerara irrelevante y fuera de lugar esta identificación al hablar de arte o literatura”

OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


11/11/24. 
Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Paul Bowles: “Bowles, un producto neoyorquino nacido en 1910, fue demasiado joven para ser incluido en la Generación Perdida, aunque compartió los años felices de entreguerras y la expatriación, huyendo antes de su mayoría de edad a París, donde...

...amistó con la papisa Gertrud Stein y deploró el sueño americano, esa desazón que también padecería la Generación Beat, aunque ya era demasiado mayor para que lo incluyeran en ella, por más que Bowles disfrutara de similares gustos estéticos, tendencias sexuales y drogas”.

Paul Bowles, el tangerino casual

Las primeras cien páginas de Memorias de un nómada de Paul Bowles recuerdan esas Bildungsroman (“novela de formación”), de las que tantas brillantes muestras nos dejaron los escritores sureños usamericanos, como, por ejemplo, las dos primeras novelas de Truman Capote o Matar un ruiseñor de Harper Lee. Bowles, un producto neoyorquino nacido en 1910, fue demasiado joven para ser incluido en la Generación Perdida, aunque compartió los años felices de entreguerras y la expatriación, huyendo antes de su mayoría de edad a París, donde amistó con la papisa Gertrud Stein y deploró el sueño americano, esa desazón que también padecería la Generación Beat, aunque ya era demasiado mayor para que lo incluyeran en ella, por más que Bowles disfrutara de similares gustos estéticos, tendencias sexuales y drogas. En este libro asistimos a una peregrinación en la que Paul Bowles viaja hacia Paul Bowles; me recuerda a cierto personaje de una novela de Thomas Mann que lo expresaba así: “Desde que sé quién no soy, sólo me importa una cosa: el viaje hacia mí mismo, la ciencia de saber quién soy”.


El joven Bowles vino a caer de pie en todos los círculos artísticos del momento y a lo largo estas memorias no se recata en señalar su trato con todos los personajes interesantes, ya fuera en París, Berlín o Nueva York. En su autoexilio parisino la pareja Gertrude Stein y Alice B. Toklas le abrirá muchas puertas al compatriota Bowles, quien se zambullirá en la lectura de Gide y Lawrence, entre otros modernos. De El amante de lady Chatterley dirá que “me impresionó lo que consideré la perversa insistencia de Lawrence en mostrar el coito como una práctica sagrada”. Lee este y otros libros (como Fanny Hill o Experiencias amatorias de un cirujano) con una finalidad pedagógica, casi propedéutica, que, como es sabido, es una de las virtualidades de la literatura clasificada como pornográfica. Bowles desliza un comentario que quizá aporte una clave a la siempre oscura relación del novelista con su sexualidad: “La defecación y el coito son dos actividades que hacen completamente ridículo al ser humano. Al menos la primera podía realizarse en privado, pero la última exigía por definición un compañero”.

Además de la pareja Gertrude/Alice, en París tratará a Ezra Pound, Jean Cocteau, André Gide, Tristan Tzara… De allí viajará en compañía del músico Aaron Copland al Berlín de 1931, donde se encontrará con los británicos Christopher Isherwood, Stephen Spender y Jean Ross. Esta última, cantante en un cabaret, servirá de modelo a la Sally Bowles de la novela de Isherwood Adiós a Berlín, en la que se basó el célebre film de Bob Fosse Cabaret. El ambiente de la capital alemana fue muy bien captado por Paul Bowles: “La frenética insistencia en el placer era en parte resultado de la mala conciencia por el hecho de que, a pocos kilómetros de distancia, gran número de personas pasaban hambre”. El apellido del personaje de Sally es, claro, un expreso homenaje al larguirucho Paul, por el que Isherwood no ocultaba su atracción.


La nómina de sus contactos neoyorquinos es tan abultada como rutilante: trabajará como músico en incontables obras y filmes (de Joseph Losey, Orson Welles, John Huston…) y se relacionará con E. E. Cummings, Virgil Thomson, Alfred Barr, John Cage, Peggy Guggenheim, Dalí, Roberto Matta, etc. Una tarde coincide con Erika Mann -la hija de Thomas Mann- y la joven Jane Auer, “una pelirroja nada comunicativa”, a la que propone viajar a México y con la que se casará poco después, en 1938.

En 1932 había viajado a España y visitado a Manuel de Falla en su casa de Granada; escribe (ahora, en 1972) refiriéndose a la alegría que palpitaba en las calles: “España estaba viva entonces, no ha vuelto a estarlo”. Cuando se produjo el golpe de Franco en 1936 participa en el Comité pro España Republicana y compone la música para una obra de teatro titulada ¿Quién libra esta batalla?, dirigida por Joseph Losey:
El planteamiento era claramente antifascista, como debía ser, para indicar que lo que se estaba produciendo era una invasión extranjera. Hoy día la gente habla de la “guerra civil española” en la que “ambas partes cometieron abusos”, como si agredido y agresor pudieran juzgarse con los mismos criterios morales.


Aunque ahora lo celebremos más como escritor, durante toda su vida Paul Bowles laboró por destacar como compositor e investigador musical. Incluso dedicó una ópera (o zarzuela, afirma él) surrealista, The wind remains, basada en Así que pasen cinco años de Federico García Lorca, estrenada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (1943), con decorados de Oliver Smith, coreografía de Merce Cunningham y orquesta dirigida por Lenny Bernstein. Su obra musicológica, cada vez más prestigiada, fue diversa y abundante. También incursionó en la traducción y trasladó al inglés obras de Borges, Ramón J. Sender, Francis Ponge, Mohamed Chukri, André Pieyre de Mandiargues, Mohamed Mrabet, García Lorca, Popol-Vuh, Ahmed Yakoubi, Jean Giraudoux o Sartre, del que versionó A puerta cerrada para John Huston, quien finalmente la tituló Prohibido el paso. En uno de sus viajes por México confiesa leer “por disciplina” solo en español: el teatro y la poesía de Lorca, las dos novelas de Bioy Casares, las memorias de Rafael Alberti, las crónicas coloniales de Bartolomé de Las Casas y del padre Sahagún, los cuentos de Borges…


Llega un momento en que el nómada Bowles (que ha viajado por Asia, América, Europa y Marruecos) se confiesa harto de componer tanta Gebrauchsmusik (música utilitaria) y una noche de mayo de 1947 tiene un sueño en el que se ve caminando despacio por tortuosas callejuelas mientras le invade una sensación de calma y dulzura: “Tánger era el lugar en el que deseaba estar”. Se embarca rumbo a Casablanca en el vapor “Ferncape” con su amigo Gordon Sager llevando en la cabeza el esquema de su novela El cielo protector, que empieza a escribir en Fez y continúa en Tánger, Algeciras, Córdoba y Ronda: en el rondeño hotel Reina Victoria -donde se alojó Rilke- confiesa haber trabajado intensamente en el libro. Al regresar a Tánger se compra un loro y acomete la experiencia de comer majoun [dulce a base de cannabis], lo que le ayuda en el proceso de la escritura. Allí recibe la visita o se relaciona con, entre otros, Truman Capote, Tennessee Williams, Gore Vidal, Libby Holman, Oliver Smith (con el que se compró una casa a medias), Cecil Beaton, David Herbert, Jack Kerouac, William Burroughs… “Tánger era una ciudad azul, barrida por el viento”, escribe Bowles, pero a continuación revela: “A Jane le agradaba el carácter híbrido y miserable de Tánger […]. Yo prefería la formalidad medieval de Fez”. Precisamente su asentamiento en la ciudad norteafricana marcará su orientación hacia la literatura y en estas memorias se extiende sobre el proceso de su escritura, vinculado a su experiencia profundamente marroquí.


Una de las evidencias del texto de Paul Bowles es que su vida y su obra se desenvolvió en la galaxia gay, aunque él considerara irrelevante y fuera de lugar esta identificación al hablar de arte o literatura. Es posible que la figura de los Bowles (Paul y Jane) no pueda explicarse sin las conexiones artísticas, amistosas, lúdicas, conversacionales, viajeras y literarias con esta resplandeciente tropa: Christopher Isherwood, W. H. Auden, Aaron Copland, Virgil Thomson, Tennessee Williams, Truman Capote, Gore Vidal, Allen Ginsberg, Cecil Beaton, William Burroughs, Gregory Corso, Brion Gysin, George Davies, Leonard Bernstein, Oliver Smith, Gertrude Stein, Alice B. Toklas, Djuna Barnes, Libby Holman, Helvetia Perkins…

En una autobiografía es claro que el personaje protagonista es el autobiografiado y sus circunstancias. En ese sentido, es normal que Paul Bowles inunde sus memoriosas páginas con los males y enfermedades que le persiguieron toda su vida: a pesar de ello sobrevivió 26 años a cabeza de gardenia (así llamaba Truman Capote a Jane Auer/Bowles). Se suele decir que Paul y Jane, una pareja ejemplarmente heterodoxa, eran muy diferentes, salvo en el sexo: ambos privilegiaron siempre el homoerotismo, por más que vivieran una corta etapa de bisexualidad, al comienzo de su matrimonio. Pero sobre todo les unió la literatura, la enfermedad del escribir, el viaje (aunque preferían hacerse acompañar por sus amantes respectivos), la amistad y la ciudad de Tánger. Resulta chocante que Paul Bowles, uno de los símbolos de la ciudad literaria, escriba en sus memorias: “Yo no elegí vivir en Tánger de forma permanente: fue una casualidad”.

Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara