“Después de su misa diaria, en una mesa camilla a tomar su chocolatito con picatostes para, a continuación, rubricar las penas de muerte que le presentaban a la firma. Y firmaba, siempre firmó, mientras musitaba su consigna necropolítica favorita: “¡Cueste lo que cueste!””
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
21/11/24. Opinión. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. Con motivo del 49 aniversario del fallecimiento del dictador Francisco Franco recuperamos este artículo del escritor Miguel A. Moreta publicado en esta revista hace cuatro años: “No solo el hecho de haberse mantenido en el poder durante décadas (ordenando, a través del genocidio, miedos de fina arena en la piel de toro de las Españas)...
...o la presteza maquiavélica (Haz que parezca un accidente) con la que supo deshacerse de sus más cercanos competidores desde el minuto cero del golpe de estado (aunque hay quienes creen que solo fue un caso de graciosa baraka), sino y sobre todo (ahora sí, la frase es auténtica y exacta: está grabada) por haber dejado todo atado y bien atado”.
Franco explicado a las jóvenes generaciones en cinco viñetas y tres preguntas
Lamentablemente, uno debe admitir que el hoy es un embrollo,
que el mañana puede no llegar jamás,
y que solo el precioso ayer no puede sernos arrebatado.
Joseph Conrad
El novio de la muerte [viñeta 1]. El milico (los suyos decían generalísimo, pero era la mitad de un oxímoron) de la voz aflautada, como un Parsifal, un Lohengrin o “un Cid lampiño y casi adolescente”, partió de los cielos calientes de África para oponerse (1936) al proyecto republicano de modernizar España iniciado un lustro antes. Había cursado previo entrenamiento en dos teatros de operaciones: Marruecos y Asturias. El petit Sturmbannführer Franco se empleó, pues, en devastar aldeas rifeñas y en mandar a la tropa a degollar a sus moradores. Él mismo empuña la pluma, que valía menos que su pistola, y lo cuenta en Marruecos. Diario de una bandera (Madrid, 1922). Unos años posteriores a sus hazañas africanas, también se breó contra los revolucionarios y la población civil de la cuenca minera asturiana (1934). Ahora, queridos niños, entonad, a elegir, el viril himno legionario o la canción del pozu María Luisa tranlará lará tranlará.
Cómo atar los bigotes del tigre [viñeta 2]. Aunque como militar parece que era más bien cortito -según otros, un negado-, está acreditado que como político y filósofo, en contra de la sobada frase -digna de la piara surreata- que se le atribuye (Haga como yo, no se meta en política), este miles gloriosus brilló con luz propia y, cual lince o taimada vulpeja, nunca se sabía si subía o bajaba. Lo prueban no solo el hecho de haberse mantenido en el poder durante décadas (ordenando, a través del genocidio, miedos de fina arena en la piel de toro de las Españas) o la presteza maquiavélica (Haz que parezca un accidente) con la que supo deshacerse de sus más cercanos competidores desde el minuto cero del golpe de estado (aunque hay quienes creen que solo fue un caso de graciosa baraka), sino y sobre todo (ahora sí, la frase es auténtica y exacta: está grabada) por haber dejado todo atado y bien atado. ¡Aleluya!
Chocolate a muerte [viñeta 3]. En los años de plomo de la posguerra española, que duraron lo que duró su vida, este Tiranuelo Banderas se sentaba, después de su misa diaria, en una mesa camilla a tomar su chocolatito con picatostes para, a continuación, rubricar las penas de muerte que le presentaban a la firma. Y firmaba, siempre firmó, mientras musitaba su consigna necropolítica favorita: “¡Cueste lo que cueste!”.
Se va el caimán [viñeta 4]. El homérico generalito, según documentan los historiadores, se embolsó en una cuenta privada el resultado de la venta en el mercado negro de 600.000 kilitos de café donados al Estado español por el compiyogui brasilero Getúlio Vargas, entre otras conocidas maniobras de apropiación, expolio y saqueo. Esto, queridos aprendices, es costumbre inveterada entre ciertos grandes señores (presidentes, reyezuelos y honorables capos) cuyos ahorros son guardados y respetados en lugares y paisitos como Suiza, Mauricio, Chipre, Holanda, Jersey, Curazao, Irlanda, Islas Vírgenes, Islas Caimán, Singapur, Hong Kong, Barbados, Bahamas, Luxemburgo, Bermudas… Además, deberíamos considerar que el namberguán, el supremo boss -desde el golpe de estado hasta su tránsito- simplemente era partícipe a título lucrativo de ese rasgo tan español y mucho español de alma corrupta. Otrosí: lo único que persiguió el altruista Jefecito del Estado con las corruptelas antedichas fue preservar, cual padrecito o patriarca otoñal, el bienestar de familia y allegados para cuando él -humano al fin- fuere llamado ante la presencia del que todo lo ve. Amén.
La santa Transición [viñeta 5]. Al decir de sus innumerables adeptos, esta virginal etapa histórica supuso un borrón y cuenta nueva: cambiarlo todo para que nada cambiara, como dijo Il Gatopardo (en la noche falangista todos los gatos eran pardos). Sin embargo, todo el mérito es achacable, no al magnánimo Franquito (È davvero morto?), sí a los ricohomes franquistas -vivillos y coleantes hasta el día de hoy-, al prevenir que, en el régimen naciente del régimen poniente, a ninguno de ellos o de sus colaboradores nadie nunca osara tocarles la puntita de un pelo. España se acostó una noche nacionalcatólica (= fascista, queridas creaturas) y al día siguiente se despertó monárquicoparlamentaria, hale hop.
Preguntas para repasar (entran en el examen)
Si en estos tiempos vuelven a correr púgiles aires voxísticos de “mira que te cojo y te pego una hostia rojo maricón comunistoide arremamagüevos bolivariano de mierda”, ¿debemos juzgarlo como un sandunguero revival o una marca del cainita ADN español?
Si por la gracia de Dios Paca la Culona rigió los destinos de la patria bajo palio y ungido por la guardia vaticana, ¿no es justo que en reciprocidad el Estado apoye a la Iglesia (católica, por supuesto) facilitándole la inmatriculación de unas cuantas decenas de miles de propiedades (cementerios, pisos, parroquias, fincas, catedrales, huertos et caetera)?
Si el benemérito generalotote, en sus buenos tiempos, hubiera apetecido -es un supuesto- llevarse a su pazo la catedral de Burgos, ¿se la habrían servido sin dilación o habría alentado en esta tierra de María santísima un juez o una jueza o un juezo para obstaculizárselo con el imperio de la ley ciegamente incorruptible por los siglos de los siglos?
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara