“Kilito, a la vez que comparte sus conocimientos de los clásicos medievales árabes, exhibe su magisterio del apócrifo y del juego literario, sin ahorrar la ironía sobre los vicios universitarios”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces

26/11/24. 
Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre el escritor rabatí Abdelfattah Kilito: “Hay que regresar a la sutilidad, ligereza y rapidez de los textos de Abdelfattah Kilito, lector in fabula, siempre dado al juego de espejos, de la trama polifónica, de las muñecas rusas, del tapiz oriental y de la sarta...

...de historias que, como los cuentos de Las mil y una noches, conforman ya la biblioteca Kilito que invita a una lectura circular, siempre gozosa y renovada”.

Kilito, el que ha leído todo (A. K. Al-Hazred)

La historia que se narra en el último libro, traducido al español por Marta Cerezales, del rabatí Abdelfattah Kilito Yo no debería haber vivido así (El Desvelo, 2024) comienza como un ensueño, como un relato onírico, quizá como un recuerdo. El narrador confiesa: “he leído tantos libros, tantos cuentos, que solo recuerdo de mis lecturas algunas imágenes, algunos fragmentos de historias y a menudo todo se mezcla en mi cabeza”. Luego nos enteramos de que la historia que está contando -la de Hasan Miro y Nora- cree haberla visto en imágenes: evoca entonces las figuras pintadas en el siglo XIII por al-Wasiti para ilustrar Las Sesiones de al-Qasim al-Hariri. Pero enseguida apunta: “Me temo que estoy confundiendo dos historias, debo cuidar de que eso no ocurra. Al evocar a Hasan Miro, estoy bajo la influencia de otra historia, la de Hasan al-Basri. Sin hablar de mi propia historia que debo tener alejada, ya que no tengo ninguna intención de contarla”. Cuenta entonces la de este Basri, que viene en Las mil y una noches. El título original de la obra en francés suministraba una clave: Par Dieu, cette histoire est mon histoire! En la traducción española se optó por una frase de El proceso de Kafka, que el autor colocó como lema de su libro.


El destino de los personajes se fragua a través de la lectura y del libro. A Hasan Miro es la novela Un gorrión de Oriente del egipcio Tawfiq al-Hakim la que le inclina a ir a París, donde conocerá a Nora. Allí decidirá estudiar, para su doctorado, la obra de Abu Hayyan at-Tawhidi, el autor de La sátira de los dos visires, el libro que no leerás en vano. Hay otras voces más evanescentes en el relato de Kilito, como el narrador que rememora su infancia, el árbol detrás de su casa y los animales, así como la anécdota de su primera redacción escolar. Otro enigmático personaje es el profesor nombrado solo con una inicial (A.).


Este profesor A. (que había publicado dos libros, uno sobre las Mil y una noches y otro sobre Georges Bernanos), conocido por orientar la investigación de los estudiantes hacia temas tales como ‘Las mermeladas en La educación sentimental de Flaubert’ o ‘Tawfiq al-Hakim y el azúcar’, es quien propone a Hasan Miro -el protagonista de Yo no debería haber vivido así- estudiar en Abu Hayyam at-Tawhidi el tema de la quema de los libros. Para ello, le recomienda un ensayo de Julius Morris titulado De un libro perdido, que trata sobre La apología de Jahiz, una obra perdida de Tawhidi, “el filósofo de los literatos y el literato de los filósofos” (así lo describió Yakub al-Rumí, el enciclopedista del siglo XIII). Del célebre polígrafo del siglo IX al-Jahiz, modelo de Tawhidi y primer gran prosista de la lengua árabe, se dice que murió aplastado por sus propios libros: aunque nomás se trate de un cuento inventado, el símbolo del poder pernicioso del libro en este caso riza el rizo. Tawhidi, que tuvo una larga y asendereada vida, muy descontento con sus coetáneos, hizo quemar la mayoría de sus libros antes de morir. El profesor A. compara a Tawhidi con Céline: “mal carácter, gruñón, envidioso, patético”. Le propone a un remiso Hasan Miro que en su trabajo podría imaginar la identidad y el contenido de los libros quemados por Tawhidi y comenta que el único libro que Julius no menciona en su ensayo es La sátira de los dos visires, un libro maléfico, puesto que según un rumor muy extendido la desgracia se abatirá sobre quien lo lea.

Hasan Miro lee otros dos ensayos de Morris: Las llaves del destino, sobre el cuento de Hasan al-Basri de las Mil y una noches (una historia en la que se refleja la suya propia), y “El error del cadí Ibn Jalikán”, que da pie al último capítulo del libro de Kilito. El reputado erudito del siglo XIII Ibn Jalikán fue el autor de Necrologías de los hombres eminentes, una obra clásica de la historiografía árabe medieval, y según H. P. Lovecraft sería uno de los compiladores del Necronomicón, cuya lectura provoca la locura y la muerte. En la necrología que dedica a Tawhidi, Ibn Jalikán denuesta La sátira de los dos visires, extendiendo su maldición incluso a la posesión del libro; no solo con su lectura, bastaría con tenerlo para sufrir una desgracia. Esta es una de las principales galerías del laberinto de espejos al que somos invitados a recorrer en este libro de Kilito: los libros maléficos, un tema muy querido y que aparece en muchas de sus obras tan constante como las Mil y una noches, libro maldito por excelencia. Pero hay otros, como La sátira de los dos visires de Tawhidi (que es uno de los trampantojos del relato de Kilito), Las sesiones de Hariri (que produciría la pobreza a sus leyentes, a pesar de que Hariri poseía 18.000 palmeras) o la “Oda sobre el exilio” del andalusí Ibn Zaydún (cualquiera que la leyera se condenaría a morir en tierra extranjera).


Kilito, a la vez que comparte sus conocimientos de los clásicos medievales árabes, exhibe su magisterio del apócrifo y del juego literario, sin ahorrar la ironía sobre los vicios universitarios al servirse del tal profesor A. (¿quizá una abreviatura de Abdelfattah?) o del investigador Julius Morris, autor de los tres ensayos que orientan en su tesis doctoral al protagonista. Resulta desconcertante -pero lógico en el retrato del personaje- que el profesor A. imparta en la Universidad de Columbia una conferencia titulada “Solamente puede hablar de una obra aquel que es capaz de escribirla”, o que en otro momento del libro Hasan nos revele que el profesor A. tenía la idea de que “para hablar bien de un libro, hay que abstenerse de leerlo”. Este síndrome parabibliofílico me recordó entre otras bromas una novela de mucho peso, El hombre sin atributos, en cuyo capítulo 100, titulado “El general Stumm irrumpe en la Biblioteca Nacional y acumula experiencias sobre bibliotecarios, dependientes de bibliotecas y sobre el orden intelectual”, Robert Musil construye una sátira sobre un militar de opereta abrumado ante el bosque de libros y necesitado de explicación, que el bibliotecario le da:

¿Quiere saber cómo conozco cada libro? Pues, verá, se lo puedo decir: ¡porque no leo ninguno! […] El secreto de todo buen bibliotecario consiste en no leer más que los títulos y los índices de los libros que se le han confiado.


Aunque la novela (inacabada, recordemos) de Musil goza de un prestigio desmedido -entre especialistas, germanistas y críticos- no creo que su fortuna lectora sea muy amplia. Al decir de Peter Handke, El hombre sin atributos es “una obra megalomaníaca”, y según otros aburrida, fría, artificiosa, etc. Un crítico tan perspicaz como Marcel Reich-Ranicki se atrevió a proponer salvar la novela de Musil: “Pero para eso habría que tener el valor de seleccionar los episodios y escenas más importantes y componer un tomo de cuatrocientas a quinientas páginas” (la edición definitiva alemana de 1978 tenía 2.172 páginas). Lo más gracioso del asunto es que sabemos que el colérico Musil apenas leía: nunca pudo con Proust ni con la literatura modernísima de sus coetáneos (Proust, Joyce, Kafka, Mann, Döblin, Roth, Woolf, Gide, Werfel, Brecht), para los que no ahorró palabras de desprecio, cuando alcanzó a leer unas pocas páginas.

Frente a novelas inacabables como la de Musil -lector estreñido- y la incapacidad del autor de terminarla, aunque poseyera la exactitud en el discurso -como ya señaló Italo Calvino-, hay que regresar a la sutilidad, ligereza y rapidez de los textos de Abdelfattah Kilito, lector in fabula, siempre dado al juego de espejos, de la trama polifónica, de las muñecas rusas, del tapiz oriental y de la sarta de historias que, como los cuentos de Las mil y una noches, conforman ya la biblioteca Kilito que invita a una lectura circular, siempre gozosa y renovada.

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