“La dipsomanía alcanzó, según quiere la tradición, a un elenco muy abultado de notables literatos que consumieron el alcohol quizá como poderoso estimulante de la escritura”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces

17/02/25. 
Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre escritores y alcohol: “En Euroamérica hay más amantes de la botella que creyentes. La cultura judeocristiana, cirrótica y pancreatítica, sin los licores sagrados no soportarían la buena vida que nos han construido las decadentes democracias. La plaga afecta particularmente...

...a la creación artística, desde que el romanticismo anduviera a la par con la industrialización de la literatura”.

Galería de borrachos

Ángel Ganivet, que era abstemio, avanzó en una de sus Cartas finlandesas una tipología titulada precisamente “Los borrachos”. En ella se plantea, tras haber analizado algunas características del borracho finlandés, que “será curioso trazar un mapamundi de la embriaguez […] y sería más curioso aún estudiar las formas exteriores con que se muestra la borrachera humana para conocer el carácter de los diversos territorios”. Se entretiene después en clasificar al borracho de Inglaterra (“el más resistente y el que da menos chispa; un borracho subjetivo que bebe hasta caer desplomado”), de Alemania (“borracho humorístico y pedagógico”: cita a uno que, subido a un tonel, peroró sobre la “Influencia de Agamenón en el desarrollo de la lingüística comparada”), de los Países Bajos (“es corporativo y filarmónico […] es el que aguanta menos la orina”). Aparte de su experiencia personal, queda claro que Ganivet más que visitar tabernas, era asiduo de los museos: de hecho, se detiene en analizar los borrachos en diversos cuadros de Teniers, Rubens y Velázquez. “Yo entiendo que esa incontinencia de la orina no procede solo del uso de la cerveza, sino que anda por medio la presión del aire y acaso también la afición a la música”. En Francia nos toparíamos con el “borracho patriótico” y en España e Italia “con los peleístas, con los de la navaja”. Tener mala bebida, que dicen en el sur. Al llegar a África, anota:


Aunque duela confesarlo, para registrar nuevos estragos del alcohol, hay que volver las espaldas al Islam y echar una ojeada sobre los centros de colonización establecidos en África por los civilizadores europeos.


En Euroamérica hay más amantes de la botella que creyentes. La cultura judeocristiana, cirrótica y pancreatítica, sin los licores sagrados no soportarían la buena vida que nos han construido las decadentes democracias. La plaga afecta particularmente a la creación artística, desde que el romanticismo anduviera a la par con la industrialización de la literatura.

La dipsomanía alcanzó, según quiere la tradición, a un elenco muy abultado de notables literatos que consumieron el alcohol quizá como poderoso estimulante de la escritura: Marguerite Duras, Alfred de Musset, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Gérard de Nerval, Rubén Darío, Manuel Machado, Charles Baudelaire, Joaquín Dicenta, Manuel Paso, Alejandro Sawa (junto a toda la caterva de la golfemia), Malcolm Lowry, Guillermo Cabrera Infante, William Faulkner, Knut Hamsun, Anthony Burgess, Carson McCullers, Dorothy Parker, Lucia Berlin, Truman Capote, Joseph Roth, Julio Ramón Ribeyro, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Djuna Barnes, Charles Bukowski, Jack Kerouac, Jane Bowles, James Joyce, Jean Genet, Robert Lowell, Karen Blixen, John Steinbeck, César Vallejo, Miguel Ángel Asturias, Fernando Pessoa, Claudio Rodríguez, Gabriel Celaya, José Hierro, Leopoldo Panero, Flann O’Brien, Kingsley Amis, Gonzalo de Berceo, François Rabelais, Omar Jeyyam... Un grandioso capítulo de la literatura está lleno de santos bebedores y el arte supongo que tendrá lo suyo: ahorita recuerdo por ejemplo a Dante Gabriel Rossetti, un borracho ejemplar que en una época vivió con Swinburne, otro gran amigo de la botella.


Hay un espléndido ensayo de Olivia Laing, El viaje a Echo Spring. Por qué beben los escritores (2016), un road book manual para (per)seguir por sus abismos particulares a seis monstruos literarios usamericanos arrasados por el alcoholismo: Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Cheever, John Berryman y Raymond Carver.

Hace unos días leía sobre el éxito de ventas de un libro (Los muertos tienen la palabra) del médico forense Philippe Boxho y hablando de la materia con la que ejerce su profesión, apuntaba que los cadáveres especialmente horribles eran los de los alcohólicos: “Tienen el hígado hinchado y graso, hace un sonido asqueroso al presionarlo. Los que tienen cirrosis son como una cicatriz enorme”. Ese sonido asqueroso me recordó -por contraste- la voz prodigiosa de uno de los más autodestructivos poetas, Dylan Thomas, recitando su famoso poema “Do not go gentle into that good night”. Escúchenlo aquí: https://youtu.be/1mRec3VbH3w?si=Dg-02-jgwB95lM6z


Do not go gentle into that good night

Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.
Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.
Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.
Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.
Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.
And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

[No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mío, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.]

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