“Las personas de grande imaginativa (como los poetas, las sibilas y las bacantes) son de melancolía resplandeciente y poseen el don profético: “cuando el cerebro se pone caliente, se hace el hombre elocuente””
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
21/05/25. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre dos libros de José María Herrera y Juan Huarte de San Juan: “La comprometida indagación de José María Herrera toma la obra de dichos autores como trampolín para proceder a un clavado temático de absoluta actualidad y así le vemos bucear por...
...el ecologismo, el fanatismo, la memoria histórica, la mafia, el totalitarismo, el humor, el fracaso, el sionismo o el animalismo. Dos novelas de Wallace son el pretexto para un pequeño e inspirador tratado sobre la melancolía”.
Caprichosos y ovejunos
La verdad aborrece la muchedumbre de palabras.
Huarte de San Juan
Hace unos días los amigos Paz y Antonio Álvarez me dieron a leer La musa política (Boken, 2025), un libro de ensayos de José María Herrera, de quien ya había disfrutado La tumba de Dios (y otras tumbas vacías) (Turner), donde se puso a imaginar los enterramientos de seres tan estupendamente literarios como Adán, las sirenas, Teseo, la sibila, la vestal, el rey Arturo, la papisa Juana, Drácula, el gólem, don Juan, madame Bovary, Gregor Samsa o Dios. Un libro este, que forma estela con obras llenas de encanto y sugerencias, como Muertes imaginarias (EDA) de Michel Schneider (reflejo del ya clásico Vidas imaginarias de Marcel Schwob) o En la ciudad dormida (El Desvelo) de Gabriel Insausti. Pertenecen estos cinco libros a un tipo de tratados caprichosos (o caprinos), que, como la cabra, tira al monte, trisca, huelga, se encarama a los riscos y está siempre en plan azacanado y antojadizo. Son muy diferentes de otros productos del género ovino, que anda invariablemente por los caminos trillados del mercadona literario. A la manera de estos libros, existen también lectrices caprinas (o caprichosas) y lectores ovejunos, dignos respectivamente de una y otra clase de escritura.
La musa política es un ramillete de comedidos ensayos sobre una serie de obras y autores muy reputados: Richard Powers, Salman Rusdhie, Giorgio Bassani, Leonardo Sciascia, Milan Kundera, Ismail Kadaré, Péter Esterházy, Philip Roth, J. M. Coetzee y David Foster Wallace. La comprometida indagación de José María Herrera toma la obra de dichos autores como trampolín para proceder a un clavado temático de absoluta actualidad y así le vemos bucear por el ecologismo, el fanatismo, la memoria histórica, la mafia, el totalitarismo, el humor, el fracaso, el sionismo o el animalismo. Dos novelas de Wallace son el pretexto para un pequeño e inspirador tratado sobre la melancolía.
Estaba uno, pues, ramoneando en esas páginas sobre el usamericano melancólico cuando recordé un tratado del médico renacentista -patrón de los psicólogos hodiernos- Juan Huarte de San Juan titulado Examen de ingenios para las ciencias, publicado en Baeza en 1575, que me descubriera en años juveniles don Noam Chomsky. Este libro de Huarte fue un superventas de la época, traducido al francés e italiano en vida del autor y después, a lo largo del XVII, tuvo muchas otras traducciones y ediciones, además, en inglés, latín, holandés y alemán. Desde su primera aparición atrajo el interés de la Inquisición y sería enmendado a partir de la siguiente edición de 1594. De lo que trata este curioso galeno en su libro ya viene apuntado en el título completo:
Examen de ingenios para las ciencias. Donde se muestra la diferencia de habilidades que hay en los hombres, y el género de letras que a cada uno responde en particular. Es obra donde el que leyere con atención hallará la manera de su ingenio, y sabrá escoger la ciencia en que más ha de aprovechar: y si por ventura la hubiere ya profesado, entenderá si atinó a la que pedía su habilidad natural.
Para Huarte existen dos clases de melancolía: una natural, que hace a los hombres necios, torpes y risueños, porque carecen de imaginativa. Y la otra es la atrabilis (bilis negra) o cólera adusta (cólera requemada) que hace a los hombres sapientísimos. Todo esto según Aristóteles, afirma Huarte, quien aduce otra autoridad: “Cicerón confiesa que era tardo de ingenio porque no era melancólico adusto (éstos carecen de memoria, a la cual pertenece el hablar con mucho aparato)”.
Muchos y divertidos problemas plantea (y resuelve) nuestro médico, como por ejemplo al preguntarse a qué se debe que los españoles usen tan “bárbaro y mal rodado” latín frente a los extranjeros del norte que lo usan de manera natural y elegante. La respuesta es que los habitantes del septentrión tienen mucha humedad en el cerebro y en sus cuerpos, al revés que los españoles, que “son un poco morenos, el cabello negro, medianos de cuerpo, y los más los vemos calvos; la cual disposición dice Galeno que nace de estar caliente y seco el cerebro. Y si esto es verdad, forzosamente han de tener ruin memoria y grande entendimiento; y los alemanes grande memoria y poco entendimiento. Y así los unos no pueden saber latín, y los otros lo aprenden con facilidad”. Las personas de grande imaginativa (como los poetas, las sibilas y las bacantes) son de melancolía resplandeciente y poseen el don profético: “cuando el cerebro se pone caliente, se hace el hombre elocuente”.
La teoría que sustenta la gran parte de las explicaciones que desarrolla el Examen de ingenios es la vieja creencia en los humores. Las cuatro cualidades —caliente, seco, frío y húmedo— se combinan en el cuerpo humano para producir los humores: sangre (caliente y húmedo), bilis amarilla (caliente y seco), flema (frío y húmedo) y bilis negra (frío y seco). La proporción en la que se combinan los humores en el cuerpo determina los distintos temperamentos: sanguíneo, flemático, colérico y melancólico.
Al resabiado renacentista que es Huarte también se le tiene por un precursor de la orientación profesional. Las artes y ciencias se alcanzan –asegura- con la memoria (gramática, lengua, jurisprudencia, teología positiva, cosmografía y aritmética), con el entendimiento (teología escolástica, medicina teórica, dialéctica, filosofía y abogacía) o con la imaginativa (poesía, elocuencia, música, prédica, medicina práctica, matemáticas, astrología, gobierno de la república, arte militar, pintar, trazar, escribir, leer y ser hombre gracioso, apodador, polido, agudo).
El ingenio insolente de Huarte no duda en escribir contra la vanilocuencia y parlería de los predicadores y, aunque es un devoto de los clásicos, tampoco se refrena en mencionar el mal estilo y falta de elocuencia en Sócrates, Platón, Aristóteles, Hipócrates o san Pablo. Sus apostillas filológicas, por ejemplo, no tienen precio: solercia (gracia que nace de la fecundidad de la imaginativa) es la palabra que utiliza para denominar el tino y certidumbre de un médico al pronosticar y curar a un enfermo. Las capacidades (engendradas por el humor de la cólera) que debe reunir un médico para conjeturar la enfermedad son solercia, astucia, versucia y malicia. Aclara que todas esas capacidades les vino a los judíos esclavizados en Egipto por haberse alimentado del maná y conformaron la agudeza de ingenio que luego transmitieron genéticamente (“por vía de simiente”, escribe). La homofonía le sirve para caracterizar la profesión militar: milicia es malicia; y a continuación acude a la autoridad de Cicerón (malitia est versutia et fallax nocendi ratio), a quien traduce amplificando como “la malicia no es otra cosa más que una razón doblada, astuta y mañosa, de hacer mal”. En cuanto al neologismo versucia, echa mano de otro clásico, Cicerón (Chrisippus homo sine dubio versutus et callidus: versutus appello quorum celeriter mens versatur), que pone en castellano como “Crisipo, hombre sin duda retorcido y astuto. Llamo retorcido a los que retuercen y cambian su pensamiento con gran rapidez”.
Astucia paladina y retorcida también esgrime Huarte cuando, al describir al hombre idóneo que debe oficiar de Rey, traza casi un retrato de Felipe II (“rubio, gentil hombre, mediano de cuerpo, virtuoso, sano y de gran prudencia y saber”), después de haber evocado los ejemplos de David, Adán y Cristo. El último capítulo parece un tratado de sexología reproductiva, con el encanto de sus citas bíblicas y clásicas y su flagrante misoginia, muy de la época y de la cultura católica, tan dada a la exclusión. Como buen médico, no se priva de apuntar una dieta para engendrar hijos de gran entendimiento a base de pan candeal, perdices, francolines, cabrito y vino moscatel.
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