OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias

23/10/20. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Jubileta’ y ‘Cuestión de capacidad’...

Jubileta


Ni en mil años hubiese imaginado dejar de poner el despertador para ir a trabajar antes de cumplir los cincuenta. La jubilación le llegó como un rayo.


Procuraba ver el lado positivo, relajarse y disfrutar de su familia pero le daba cargo de conciencia no estar currando, como correspondía a su edad. Todos sus amigos andaban inmersos en un mundo laboral del que él había sido excluido. “¡No sabes la suerte que has tenido, macho!”, le decían. Sí, alegría de los cojones cambiar el trasiego de la vida por la enfermedad que te esclaviza.

Le resultaba rara la mansedumbre de las horas domésticas. El silencio quebrado por el zureo del frigorífico o la incombustible locuacidad de la tele. Aprendió el horario de la furgoneta del tapicero, del panadero y de la moto del cartero.

Se hizo amigo de dos gatos que merodeaban por los tejados invitándolos al aperitivo de las doce y se doctoró en quitar las hebras a las habichuelas verdes con precisión quirúrgica.

No era de sentarse en un banco a echar pan a cotorras y palomas al lado de gente cuarto de siglo mayor y cuyas conversaciones salpicaban con las palabras “tension, sintrom, radiografía” como un mantra. Él también se encontraba mal pero no gustaba airearlo. Sintiéndose en tierra de nadie sufría para amoldarse a su nuevo estado de amargo far niente.

La puntilla se la dio quien fuera su jefe durante treinta años. Acostumbrado a las continuas bajas de los últimos tiempos la noticia de la ida no le vino grande, “tu sustituto ya te ha superado en producción, no te preocupes” -le dijo sin temblarle la voz ni la vergüenza cuando fue a cobrar el finiquito.

Recordó las horas extras sin pagar, los minutos de su vida regalados por quedarse a terminar un encargo, las noches de insomnio pensando en lo que había quedado pendiente... y se sintió imbécil habiendo llenado los bolsillos de quien siempre lo considero prescindible. Como castigo por haber enfermado se le negó hasta el patético reloj que se regala en estos casos.

Sus compañeros le despidieron fríamente, algunos eran nuevos y apenas lo conocían pero a otros les había cubierto las espaldas muchas veces. Las mismas que ahora le volvían a él.

Desde ese día siente un dolor sordo en el antebrazo. Tal vez se dañara alguna fibra muscular al hacerle el corte de mangas a la empresa y su puta madre.

Cuestión de capacidad


Hay dos cosas que a la mayoría de las féminas nos cuesta un quebradero de cabeza encontrar a plena satisfacción: bolsos y sujetadores.

Encontrar el primero es más liviano porque no hay que desnudarse para comprobar su idoneidad. No debe pesar, ser muy grande ni muy chico. Que vaya bien con todo, que sus asas sean benignas. Aparente pero asequible, con bolsillos y departamentos suficientes. Indeformable aunque metas la chaqueta con la percha dentro y de material piadoso, por eso de no pasear al hombro los despojos de un inocente.

La búsqueda del sostén es un incordio. Hay que probarse una prenda que se abrocha por detrás y cuya talla se rige por letras y números como el álgebra, entrando al probador cargadas con ristras de ellos.

Las mujeres mastectomizadas viven un calvario adicional, deben ir a ortopedias donde la oferta es limitada y sosa, o comprar prótesis y acomodarlas en uno que no acabe enrollándose como un foulard. Una joven diseñadora ha creado un sujetador con una sola copa, el efecto es asimétrico como la nueva silueta a la que quieren acostumbrarse y no ocultar. Lo ha llamado “LOLA”, otro nombre que designa a las domingas pero en singular.

Los pechos tienen vida propia, su volumen y forma varían dentro de un mismo mes y brutalmente durante y después de preñez y lactancia. Tras la menopausia es cuando su dueña por fin los conoce, la teta è mobile y ningún sostén perfecto. El que sale cómodo se usa hasta acabar en harapos mientras tres docenas se ríen en el cajón.

Poseyendo los senos músculos que sucumben a la tozuda gravedad es derroche tanta munición.

No hay pecho caído sino vivido.

Ambos, sostén y bolso, acaban siendo cuestión de capacidad.

A pesar de ser lo femenino inabarcable.


Puede leer aquí anteriores entregas de Dela Uvedoble