OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias

18/12/20. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Cocinera, Cocineraa’ y ‘Esperanza’...

Cocinera, cocineraa


Elvira era perfecta. A sus sesenta años conservaba la figura, una buena posición y al primer marido, rico y complaciente. Por no carecer de nada ni a su fabuloso dúplex madrileño con vistas al Retiro le faltaba portero con uniforme.


Trasmitía una estilosa seguridad, mezcolanza entre la altivez de Carolina Herrera y la clase de Jacqueline Kennedy.

Con una suegra así cualquiera se sentiría en desventaja.

Disponiendo de crecido servicio y cocinera experta tenía a mucha gala el saber guisar como los ángeles aunque solo lo demostraba en ocasiones especialísimas.

Cuando se ponía a ello daba libre a las empleadas y mandaba al cónyuge de paseo, “una artista necesita espacio y silencio para recibir a las musas”.

Esa Nochebuena cenaban con su hijo y su pareja.

—Me da no sé qué que tú madre se meta hoy en la cocina.
—¡Uy si a ella le encanta!, verás que delicia, como de restaurante. Las recetas son de “Lhardy”, se las confesaron a mamá porque es clienta desde que nació.

Esa noche estaban todos guapísimos. Ellos de traje y navideña pajarita y ella... bueno ella parecía sacada del Vogue.

La mesa no discordaba y lo que se sirvió menos. No se chuparon los dedos porque era gente de universidad de pago.

—¡Que trabajo preparar toda esta maravilla! -alababan.
—Para mi constituye un placer. La gastronomía es el arte en el que me expreso -declamaba mientras tomaba entre dos uñas de gel rosa una peladilla del mismo tono.
—Hay que traer champán para los postres -dijo haciendo ademán de levantarse.
—Faltaría más, vamos nosotros, ¿verdad cariño?, refutó su hijo palmeando el muslo enfundado en Armani de su marido.
—Claro, ya has hecho bastante, mamá.

Elvira titubeó, “chicos no, que no vais a saber...”.

—Nada, nada,- contestaron yendo ya pasillo arriba.

La cocina de catálogo estaba impoluta como patena. Del frigorífico americano, grande y bien surtido, sacaron al panzudo Dom Pérignon.

—Busca la hielera, debe estar por esas puertas.

Probando abrió la de los cubos de reciclaje. Hasta los topes llenos de bolsas y cajas del “Lhardy”.

Cerró y no dijo nada a su cari. Terminaron la noche sentados los cuatro mirando los vídeos y fotos de la docena de vacaciones que habían tenido ese año.

En Reyes volvieron a por sus regalos, como manda la cristiana tradición, y de paso merendar.

Al abrirles la puerta el yerno entregó a su sofisticada suegra una tarta Tatin envuelta en un papel con logo muy familiar. Mientras la besaba esquivando platino y perlas le susurró:

—Dije que era para ti, me preguntaron si la mandaban a la dirección de siempre.

—Ni una palabra o despídete de tu polla -musitaron los labios Chanel.
—Tranquila, será un secreto entre reinas.

Elvira sonrió maliciosamente.

No podía haber deseado un “nuero” mejor.

Esperanza


Pocas palabras hay tan hermosas. No se puede vivir con la certeza de que la desgracia o la miseria serán siempre aborrecibles compañeras. En nuestra esencia está esperar que el futuro sea más lisonjero.

Se ha dado en fijar el 18 de diciembre como día del migrante. Nadie abandona su hogar por gusto como no sea buscando aventuras y placeres, sabiendo que la vuelta es posible comprando un billete de avión que esté de oferta desde la tablet último modelo.

Lo vemos en las noticias, ya es banda sonora que resulta incómoda y se ignora, niños flotando boca abajo en el mar, privados para siempre de jugar en sus orillas haciendo castillos. Ni los gritos de las madres nos inmutan más de un minuto o dos antes de olvidarlos.

La tristeza que contienen los chalecos naranjas, tan falsos que se hunden al mojarse, no nos incumbe por ajena y lejana.

La Iglesia dedica ese día a la Advocación de la Virgen de la Espera, una madre que gesta un Dios terreno, a la que nadie dio cobijo por no tener con qué pagarlo.

La similitud para mi es clara, ignoro sí ha sido premeditada pero sé que muchos que rememoran este episodio de hace dos mil años repudian a los que vienen ahora en las mismas condiciones.

Las fronteras se trazan en los mapas, en papel hasta el agua tiene dueño; hará falta una estrella que lo pregone y nos saque los colores.

Nada duele en otra carne y olvidamos que el infierno... somos los otros.


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