OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
08/01/21. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Reyes (1885)’ y ‘En el hipel’...
Reyes (1885)
La víspera de Reyes, ya tarde, oyeron unos golpes en la ventana.
—¡Catalina, Agustina, abrirme por Dio!
Al reconocer la voz de la comadrona se extrañaron.
—¡Ay!, que tengo una mujé que lleva tre día de parto... déjame que me lleve a tu hija pa ayudadla.
—¿Y er médico?
—No quiere que la abran en caná y morí desangrá... y tampoco tiene habere... ¡por tu madre quen gloria esté te lo pido!
—Sea, pero yo voy también. Sabe que no me gusta que una mosita vea esta cosa pero no quiero cargá con la curpa de dó muerte.
Agustina tenía fama de acertar con la hierba que curaba cada dolencia y de ayudar en el trance a las parturientas dificultosas. Tenía diecisiete años y ese don.
Echáronse sendos mantones por encima y allá fueron.
La puerta calle estaba concurrida a pesar de las horas. En el patio, un hombre sentado a horcajadas lloraba sin vergüenza, impotente, viendo como su esposa agonizaba llevando su hijo dentro.
Agustina se paró en el quicio de la puerta. La mujer ya apenas gemía sumida en un estado de semiinconsciencia.
—Buenah nocheh, hermana, -le dijo poniendo la palma de su mano sobre el vientre. La partera vio a través de la piel que la criatura se movía. Se persignó asombrada de que estuviera aún viva.
Agustina le habló dulcemente, “no tema, tu hijo estará ya mihmito en tuh brazos”.
La criatura venía de pies, asomaba uno por entre la tirante vulva. Untó su mano con aceite antes de meterla entre los sangrientos pliegues, guiando su camino.
—¡Empuja hermana! La parturienta, con fuerzas que no imaginara jamás, la obedecía. La cabeza quedó encajada, Catalina y la partera desgranaban oraciones, Agustina en cambio, se veía segura y dueña de la situación, “¡Puja, puja!”, ordenaba.
Sus hábiles dedos de costurera porfiaron con la carne. Con un sonido de succión la cabeza quedó fuera. Una bufanda viscosa apretaba el cuello de una niña, tan pequeñita y morada como una berenjena.
La liberó del cordón que cayó a sus pies cual serpiente vencida. María sobre Belcebú.
Apretó el pechito y le dio el beso de la vida, pasándole su aliento. La comadrona metió el dedo en la boquita sacando mucosidad; entonces el diminuto milagro estornudó dos veces y rompió a llorar.
El camino de vuelta lo hicieron en silencio. Al llegar a su casa Catalina preparó una infusión de cebada mientras Agustina se lavaba. La tomaron migada con pan.
—Man dicho que tieneh mano santa pa lo enfermo.
—No sé, madre. Solo hago lo que puedo pá ayudá a lo que sufren, ¿sabe osté que le querían poné mi nombre a la niña?, le he dicho que se llame Reye, por la fecha.
—Po bien bonito que é... anda, termina y noh acostamo que mañana es casi hoy.
Al besar a su hija le pareció que se había vuelto mayor de repente.
—¡Que su don no le traiga pesareh, madre mía!, - rogó para sí, abrazándola como cuando era chica.
En el hipel
Confieso que he picado. Compro en los chinos como toda hija de vecino de barrio; no tengo datos de los residentes en zonas más lujosas pero intuyo que también.
Ayer atarragaba en la cola de caja con una grandísima colchoneta y dos mordedores de hilo para mis perros. También con bandejitas cuadradas y largas para aperitivos. No estaban previstas pero cayeron.
Delante de mí un hombre muy alto manoseaba las tentaciones inútiles que suelen rodear la caja de todo super que se precie, mayormente cosillas que engatusan a los críos y las madres compramos para no oírlos. Me dio la impresión que disimulaba.
Me asomé para ver si llevaba muchas cosas y sopesar si cambiarme de fila pero solo portaba un artículo.
El dependiente lo alzó para buscar y quitar la alarma, quedando expuesto a la vista de todos.
Se trataba de un buzo, el pijama enterizo que usan los bebés, pero en versión adulta, oriental y erótica. Una fina malla diseñada por alguna araña ebria de baijiu y cosida en quién sabe qué sótano. Nudos de hebras con agujeros estratégicos programada para durar un solo asalto.
Cutre a más no poder.
El tipo acomodó bajo el sobaco su botín camuflado en una vulgar bolsa blanca. Como regalo entre amantes es divertido aunque poniendo en contacto esos tejidos y tintes en tan íntima zona no sé yo si al final terminarán ambos rascándose.
Tal vez su compañera o compañero sea ocasional y no le merezca mayor inversión. Tinder y aparte.
De todas formas se estiró poco. No digo yo que se metiera a comprar en “La Perla”, donde las dependientas van con guantes blancos para no dañar las prendas y unas bragas cuestan la mitad de un alquiler, pero un presente amoroso se merece cierto ritual.
No vi su cara pero advertí mientras se alejaba que tenía las piernas muy largas.
Así que el “buzo” le sentará divinamente.
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