“A Noctiluca, la cubre un manto prodigioso. Es de un tejido extraordinario que no pesa ni se arruga y refulge sin sol. Su padre hizo muchas pruebas hasta poder teñirlo”

OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble

Hilvanadora de historias

26/02/21. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Noctiluca, luna y sal’ y ‘Primer viaje’...

Noctiluca, luna y sal


Ella no podía saber que, mucho después de ese instante, Avieno, el poeta romano, escribiría estos versos:

Allí, frente a la ciudad de Malaca, que en siglos pasados se llamó Menace, hay una isla de dominio de los tartessos, consagrada desde antiguo a la diosa Noctiluca, junto a una laguna y un puerto seguro”.

Ese instante de hace treinta siglos es ahora, y ella tiene 12 años.

La despiertan el sol inflado de estío y el comadreo de las golondrinas. Aunque aún no es tiempo de uvas Nodriza le lleva al lecho un racimo; lo espulga desganada, comiéndose las maduras y dejando las verdes.

Retira los fieltros que cubren su ventana y el olor del mar entra en la alcoba. Ella se siente criatura marina pues fue alumbrada a sus orillas, en un parto fatal, una noche preñada de olas y luciérnagas acuáticas, acólitas de Malac. Con esta agua salada y bendecida la lavó Nodriza. La parturienta no aguantó el largo viaje hacia la colonia que auguraba prosperidad.

Espera ansiosa manchar como mujer para consagrarse a la deidad. Sueña que un marinero de pelo claro, con quien bastarán gestos para entenderse, le descubra el placer. Él dejará un tributo a Noctiluca, agradecido por su ventura y como petición de un viaje de vuelta a salvo de caprichosos dioses. Y ella será coronada de rosas, acogiéndose a los mandatos del templo hasta que, tal vez, decida casarse.

Nodriza gruñe: “ya nos protege Kothar, dios de los artesanos, no es menester servir a otros”. Con una esponja empapada en leche la unge. Hay que empezar pronto a cuidar la belleza, que en la mujer es efímera. Al terminar la peina, recogiendo su pelo ensortijado con una cinta, de forma modesta, la que corresponde a una impúber. Una pieza de fresco lino sujeta al hombro basta para cubrirla, quedando tan encantadora que el bronce pulido la requiebra.

—Mi extranjero me contará de los lugares que ha pisado, de la nieve quizá... tú cómo vienes de tierras frías... pero yo solo conozco el calor, la gustosidad de las aguas para aplacarlo, la laxitud del mediodía. Además, el negocio de mi padre es hediondo.
—El dinero no huele, Ama. No será óbice para que un buen partido te desprecie.

La chiquilla arruga la nariz. Malaca es conocida por sus tinturas púrpuras indelebles, los poderosos pagan grandes sumas por lucirlas.

Parece inconcebible, pero el divino color proviene de las vísceras de caracoles marinos carnívoros, capturados con cebo de carroña y mantenidos vivos en grandes tinas de agua de mar hasta colmarlas. Se machacan y se dejan al sol, manteniendo la pulpa caliente durante diez días hasta que sueltan la preciada bilis que produce el tinte.

Gracias a que las factorías se sitúan a las afueras de la ciudad, a las casas señoriales no llega el pútrido aliento.

Nodriza mira a su Ama. No hace tanto que la tenía colgada de sus pechos a los que Tanit, aún quitándole el hijo para su culto, había llenado de leche.

Recuerda que le pedía cada noche, con los ojos como cabujones de ónix, que le contara la historia del perro tintorero de Melqart.

“El Dios paseaba por la playa con su galgo, junto a la nereida Tiro. Queriendo agradarla, ordenó al can que le trajera un presente. Volvió este de vacío, pero con el hocico manchado de violeta. Melqart se dio cuenta de que había estado mordiendo un caracol y que sus jugos, junto a la saliva al secarse, se habían convertido en color púrpura. Tiro, entusiasmada, le juró que, si era capaz de regalarle un vestido de ese tono, se le entregaría en matrimonio. Él, que la quería en su lecho, concibió la manera de hacerlo. Por eso -le contaba Nodriza a la niña- se le llama púrpura de Tiro a ese color, pero los que salen de la fábrica de tu padre nada tienen que envidiarle, son de Malaca, la Reina. Y tú los heredarás”.

Un suspiro la devuelve al presente:
—¡Envidio a las bailarinas de Gades!
—Esas van de puerto en puerto, y cuando envejecen para su arte, acaban prostituyéndose por pescado seco.
—Pero ven mundo, Nodriza.
— Si, en la entrepierna de quién les pague.

La muchacha se nubla. Con melancolía, pronuncia palabras más propias de la madurez que de su edad.

—Me he criado honrando la memoria de mi madre; con su nombre, que no con el mío, me presentaré en el templo. Jamás he comido carne, ni bebido vino, ni visto la faz de un difunto. Quiero vivir honrando a la diosa que confabuló para que no pereciera, poniéndote en mi camino. Y lo haré de la forma en que ella lo exige.

Nodriza inclina la cabeza, pero rezonga:
— Ama, callo, pero después de advertirte.

Hoy, la doncella llevará a la Cueva de la isla, una ofrenda. Dos palomas con las patitas perfumadas de ámbar, alimentadas con granos de cebada y sin una pluma que no sea blanca.

Atardece. La gente abandona las casas, donde se han protegido del viento seco que a veces se ríe de ellos, a despecho del sinuoso trazado que pretende burlarlo. Se exhiben en los balcones las cortesanas, abanicándose para esparcir sus aromas.

Nodriza abre paso a su ama entre el bullicio, protegiendo su decoro.

A Noctiluca, la cubre un manto prodigioso. Es de un tejido extraordinario que no pesa ni se arruga y refulge sin sol. Su padre hizo muchas pruebas hasta poder teñirlo. Lo trajeron, por petición del Consejo de Ancianos, arrojados comerciantes, que llegan hasta donde termina el mundo. Dicen que se saca de las hojas de un árbol que canta y vive dos siglos.

Se arrodilla ante la milagrosa imagen, iluminada por lamparillas de aceite. Ella ha velado, desde épocas oscuras, por las mujeres, sosteniéndolas en cada avatar femenino. Tiene muchos nombres, cada pueblo cercano al “Mar entre tierras” como lo llaman los griegos, la invoca con su deje. Es lunar, cambiante en el cielo, pero sólida roca en la tierra.

Las mujeres casadas van a suplicarle que sus entrañas germinen. A veces, nacen criaturas con rasgos exóticos, pero ningún marido repudia lo que ocurre sobre las faldas de la diosa, no solo hay vientres secos. Esos niños son “frutos de Tanit”, Malaca no desprecia ninguna sangre, ningún acento. Es ciudad abierta, de mercaderes. La palabra y los modales antes que la guerra.

Así florece un pueblo.

Arde el mar con el fuego de Noctiluca, como la noche en que ella nació. Pronto llegará el día, y la diosa bajará a sus fondos sostenida por los fieles, para fecundarlo y tener pesca abundante todo el año.

Llama a Nodriza y ambas vuelven, disfrutando la frescura de la noche, a la villa, dejando atrás tenues huellas que la brisa va borrando.

*A Sonnica, a Salambó, a Yerma; para Antonio Fernández que me descubrió esta parte de nuestra historia. Y a Juani Buenosaires que me picó para escribirla.


Primer viaje


Empieza el periplo mucho antes de hacer la maleta, en la infancia, cuando una se embelesa ante la estatua de Venus Bonaparte, reducida a foto en un libro escolar.

El deseo es un bólido de carreras hasta que aprendes que el camino forma parte de la experiencia.

Anhelar lo distante es muy de humanos; desconfiamos si existe realmente o son maravillas inventadas.

Viajar para creer.

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