“Casi olvidada su historia, enterrados hace tiempo su marido e hijos ya es leyenda, aunque sus descendientes son granos de arena que conforman playas”

OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble

Hilvanadora de historias

26/03/21. Opinión. La conocida escritora malagueña, Dela Uvedoble, es colaboradora habitual del EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com semanalmente. Esta hilvanadora de historias nos regala dos textos originales con dos imágenes, de las que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Verde sal’ y ‘Tulipanes para Lola’...

Verde sal


Melusine pasea todas las mañanas por el arrecife de coral. Le basta un suave ondular del vientre para impulsarse. Su aleta sigue siendo poderosa; para las sirenas la edad no es nada. Son tan viejas como el mundo mas, igual que los amaneceres, renacen cada día.


Ellas comprenden en su hondura lo que es la muerte, porque todo inmortal está condenado a perder lo querido una y otra vez.

Gracias a su belleza logró, en sus albores, aparearse con un humano. Así sus hijos unieron las dos sangres y nacieron con piernas. Ella, por sus poderes de hada, las disfruta siempre que se purifique cada sábado con agua de mar. Para esta ceremonia debe estar sola, es condición que ni su más amado la vea en su forma primigenia.

Se acerca a la orilla para recoger una planta que deja un regusto a sal, recordatorio de su origen. Es verde como sus ojos y crece en delicada filigrana. La saborea servida en grandes conchas de nácar, cuyos dueños hace siglos que desaparecieron. Melusine no se alimenta con sus hermanos. Sería canibalismo si devorara a un pulpo, que con donaire se enreda en su cabellera, o delfines, con quienes compite en velocidad.

Llama a la planta Salicornia, por su apariencia de cuernecillos de caracol y su salobre paladar. La toma cruda, pero aprendió a condimentarla con ajos, chiles, azafrán y arroz para hacerla deseable a los humanos.

Casi olvidada su historia, enterrados hace tiempo su marido e hijos ya es leyenda, aunque sus descendientes son granos de arena que conforman playas.

Ahora, Melusine está triste. Las aguas se están despoblando y hasta el coral, por más que lo pode y abone con sus lágrimas, languidece. Solo encuentra seres inertes que llaman plásticos. Los peces los comen, atraídos por sus vivos colores o quedan atrapados entre sus briznas y a ella le faltan manos para rescatarlos. Siente la misma opresión en las branquias, ocultas por el pelo, cuando un remolino de olas le arroja en el rostro esos velos infames.

En las noches sin luna, trepa por la borda de los barcos, y deja en los bolsillos de los navegantes dormidos un ramito de salicornia, mientras le susurra al oído, en el idioma de los cuatro vientos, sus bondades. Hay para todos, es maná sabroso y así vencerán al jinete del hambre, que aplasta bajo sus cascos a media humanidad.

Luego los besa en los ojos, rubricando su mensaje. Poco a poco los convencerá, la sutileza cala más que los gritos de las leonas de mar que el casquivano Ulises, los dioses lo perdonen, confundió con su canto.

Tulipanes para Lola


Me llamo Lola por empeño de mi madre. Nací prematura y la comadrona, para que no acabase en el limbo, me llevó a bautizar a la iglesia que estaba frente a mi casa. Día impropio pues era Viernes de Dolores; pero el párroco, comprendiendo la premura, vertió agua bendita sobre aquella muñeca arrugada y azul, imponiéndome los nombres de María de los Dolores, sin consultar a mis padres que querían llamarme Libertad. La República estaba recién estrenada y venían otros aires, aunque sin haber ventilado la casa del rancio.

Con botellas de agua caliente y cucharaditas de leche de cabra, pues ni fuerza tenía para agarrarme al pezón, me sacaron adelante. Y pese a la solemnidad del nombre rompí por Lola, que nunca fue Lolita y a veces Loli. Mamá no quería que me llamaran por el del registro; le daba pálpito de que atraería a mi vida los sinsabores que encierra.

Y no anduvo descaminada, que pese al disfraz del hipocorístico me descubrió. Confieso que pasé fatigas y penas. La más grande, dejar mi España. Tuve que cambiar su sol, su mar y su alegría por el pan y el trabajo que me ofreció otra tierra, a la que, después de casi sesenta años, quiero como mía.

Aquí, en el país de los molinos, el verano dura muy poco pero tengo un jardín adornado como patio andaluz, con botijo, dama de noche y hasta una higuera. Y mis hijos hacen las paellas como nadie.

Leo mucho. Cuando no tengo a mis nietos me entretengo con los libros que mi marido fue atesorando en vida. Él marchó, dejando esa herencia.

Hace poco, ojeando uno, me enteré de que el tulipán proviene de Oriente, de Turquía nada menos. Por su parecido a un turbante, en Holanda se nombró como este, que en turco se pronuncia “tulbend” pero allí llaman a esta flor Lâle. Su cultivo se fue extendiendo y con el tiempo, se erigió flor nacional de Uzbekistán; en lengua uzbeca, y ahí mi sorpresa, tulipán se dice “Lola” porque su deje velariza la “a larga” hasta convertirla en “o”. Allí, como en España, Lola es un nombre hermoso pero muy común para mujeres y niñas.

Hoy, que es mi onomástica oficial, bendigo a mi madre, que me llamó como una flor sin saberlo.

*A todas las Lolas que tuvieron penas, en especial a mi Madrina, Lola Franco; con perdón por las licencias y muchos besos.

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