“Si no hablas las palabras se pudren dentro. Primero dañan el estómago, después atacan la cabeza y al final, endurecen el corazón”

OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble

Hilvanadora de historias

09/04/21. Opinión. La conocida escritora malagueña, Dela Uvedoble, es colaboradora habitual del EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com semanalmente. Esta hilvanadora de historias nos regala dos textos originales con dos imágenes, de las que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Orzas llenas’ y ‘Abril’...

Orzas llenas


Si no hablas las palabras se pudren dentro. Primero dañan el estómago, después atacan la cabeza y al final, endurecen el corazón.


Hay que vomitarlas, pero “Seguro Hogar” no cubre atasco por vocablos en el inodoro.

Una afectada ideó regurgitarlas en las orzas que decoraban su terraza. Antes de ser jardineras guardaron vino, así que soportan bien el vinagre destilado por algún adjetivo.

Se fueron llenando. Hubo de taparlas para que los gatos no cayeran dentro y se ahogaran bajo el palabrerío. Tomaban el sol sobre ellas ajenos a tener debajo tanta tristeza.

Más de una vez los vio jugando con oes que habían rodado fuera. El peligro mayor estaba en las letras picudas. Podrían tragarlas y perforarse las tripas.

Hay locuciones que son letales.

Un domingo tomó un martillo, arrastró una hasta el dormitorio y la rompió. Todo el cuarto se llenó de letras astilladas, sílabas y diptongos. Las metió a puñados en bolsas de basura verdes, las de jardín que son recias y cunden más.

Pero se apenaba cada vez que encontraba términos amados, como los nombres de sus hijos; sonidos demasiado hermosos para destruir u olvidar.

Estos los iba pegando en el cabecero. Para las tildes y puntuaciones reciclaba las letras rotas, recortándolas con tijeras de manicura.

Resultó una letanía reconfortante y nutricia; lo que buscaba en suma: algo de fe.

Empapeló la casa con ellas, incluyendo las feas pues el contexto las embellecía.

Traspasó la voz a ojos y dedos.

Los cascotes hicieron un ruido estrepitoso al caer al contenedor. El portero le preguntó si estaba arreglando las macetas.

—Si, ya ve, las tenía abandonadas.
—Hace muy bien, su terraza era la más bonita.
—Y volverá a serlo.

Sube las escaleras pensando en plantar las cinco orzas que ahora están vacías. Con buena tierra y sol, en primavera tendrá su casa florecida.

Qué mejor abono que amor propio.

Abril


Yo lo sé.

Cuando las sábanas se enredan en mis tobillos, convirtiendo mi lecho en útero algodonoso; y desoigo el reloj que parpadea en verde y no troncho las lianas del sueño, e ignoro la cita ineludible y anulo el desayuno y el arreglo.

Entonces sé que ha llegado Abril; el desidioso, el culpable.

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